¿Hubiese podido Martí lidiar con los que pretendían la república como un campamento militar?
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Siempre he pensado que al dejar en marcha “la guerra necesaria”, ya Martí había desempeñado su principal rol histórico. Luego de La Mejorana, ya poco más podía hacer frente a los jefes militares. Su muerte en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895, fue casi un suicidio. Le facilitó la salida que no hallaba ante tanta tozudez e incomprensión.
¿Hubiese podido Martí, después de la independencia, lidiar con los que pretendían dirigir la república como si fuese un campamento militar, e imponerles su visión civilista y democrática?
Habría que ver, con tan abigarrado y confuso ideario político como mostró en sus escritos, qué hubiera hecho si le hubiese correspondido ser el primer presidente de la república.
Los cubanos hemos explotado, sin oficio ni beneficio, la leyenda martiana.
Pocos pueblos tienen el privilegio de tener un poeta como héroe nacional. Los húngaros tienen a Sandor Petofi. Los cubanos tenemos a Martí. Ambos murieron en el campo de batalla, enfrentados a un opresor extranjero. Pero mientras Petofi está confinado en sus inflamados versos, Martí se quedó en la vida nacional. Poeta al fin, también tenía algo de profeta. Solo que nunca entendimos sus profecías, demasiado ambiguas por demás, y las desaprovechamos.
Queriendo redimir errores y culpas, lo que consiguió Martí, por nuestra incomprensión, fue legarnos fue la mala conciencia, el complejo de culpa y el hado de la fatalidad nacional. De ahí se derivan muchos de nuestros males, de ayer y de hoy.
Nunca hemos sabido interpretar a Martí, que ante todo, repito, era un poeta, con todo lo que ello implica. En realidad, muy pocos cubanos lo han leído a cabalidad. Lo que sí han abundado los tergiversadores y los manipuladores de su ideario. Así, han creado un Martí multipropósito, útil y conveniente para todos. Lo mismo para los políticos de la República que para Fidel Castro o los más acérrimos anticastristas.
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La leyenda martiana contribuyó a la construcción de un meta-relato histórico, una teleología del destino nacional, que nos ha hecho más daño que bien.
Durante más de un siglo, los cubanos hemos idealizado un Martí que a su vez, desde el exilio, idealizó con su pluma a los cubanos y a Cuba, en la que no vivió en total ni siquiera 20 años de su vida.
Tal vez no la conoció lo suficiente, pero la que fabricó hubiese sido mucho mejor que la real, si los cubanos hubiésemos logrado llevarla a vía de hechos.
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Los cubanos, con el culto a Martí que nos inculcan desde pequeños y que luego se convierte simplemente en dos o tres frases aprendidas de carretilla y en dos efemérides, la de su natalicio y la de su muerte, más bien deberíamos sentir bochorno ante tanto desconocimiento y tergiversación. Pero supongo sea más fácil lamentarse, eso sí, siempre con alguna frase de Martí a flor de labios.
¿A quién puede resultar conveniente, si es que conviene a alguien, hurgar, precisamente ahora, en chismes históricos, broncas entre próceres y páginas de diarios perdidas? ¿Será cínica y dolorosamente cierto, también para las naciones, que algunas mentiras, en adecuadas dosis, ayudan a vivir?
CUBANET, luicino2012@gmail.com
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