LA HABANA, Cuba –La inmensa cantidad de profanaciones en cementerios de La Habana continúan siendo tema habitual en los debates sociales. En marzo de este año, una amiga escritora que me ha pedido no revelar su nombre, me contaba que, al exhumar los restos de la madre, había descubierto que faltaban el cráneo y algunos otros huesos. Igual había sucedido con las osamentas de otros familiares depositados en la misma bóveda, en el Cementerio de Colón.
Hace apenas un año corrió la voz de que se había encontrado el cadáver de un hombre, recién sepultado, al que le habían sustraído la dentadura de oro. La tumba había sido abierta durante la noche y, en la mañana, los restos del ataúd y el cuerpo fueron encontrados en una de las calles del recinto.
Como es habitual en la prensa oficial, la noticia no fue divulgada, pero el espectáculo horrendo llegó a oídos de casi todos en la ciudad. La veracidad del suceso, así como de otros similares, fue confirmada por Pablo Revilla González, de 68 años, que desde hace más de una década trabaja como barrendero en la vastísima necrópolis.
Desmembramientos de cadáveres para uso en rituales religiosos, robos de prendas, actos de vandalismo, ceremonias de santería en propiedades ajenas son problemas que encabezan el listado de muchas de las tragedias que supone sepultar a un familiar, en cualquiera de los camposantos de La Habana.
La vigilancia reforzada del principal cementerio del país no ha logrado ser totalmente efectiva; las anécdotas se multiplican y las quejas de la población se acumulan.
Según nos explican algunos sepultureros y encargados de la limpieza del lugar, los salarios que ellos perciben son extremadamente bajos. Algunos inescrupulosos se ven precisados a sacar provecho de los enterramientos.
No obstante, la situación del Colón no es nada grave al compararla con otras necrópolis, como las de Guanabacoa, La Lisa o El Calvario, donde es vox populi que los actos de saqueo se han convertido en una especie de epidemia endémica.
Sin ningún tipo de atractivo turístico como el de El Vedado, y casi sin valores patrimoniales, los cementerios de la periferia habanera han sido olvidados por las autoridades.
No obstante, la situación del Colón no es nada grave al compararla con otras necrópolis, como las de Guanabacoa, La Lisa o El Calvario, donde es vox populi que los actos de saqueo se han convertido en una especie de epidemia endémica.
Sin ningún tipo de atractivo turístico como el de El Vedado, y casi sin valores patrimoniales, los cementerios de la periferia habanera han sido olvidados por las autoridades.
Ofelia Benítez Arce, de 38 años, reside en las cercanías del cementerio de El Calvario y comenta que a altas horas de la noche es común sentir a las personas que “entran para extraer cosas y hasta las maderas de las cajas (ataúdes) que apilan al fondo”. Afirma que algunos las usan para labores de albañilería, e incluso para construir corrales para animales, y hasta muebles.
El testimonio de Ofelia Benítez, así como el de otros vecinos del lugar, no parece nada exagerado cuando cualquiera que visite el Cementerio de Colón —dicen que es el más protegido— constata que la indolencia, la dejadez y la insalubridad están a la vista de todos.
Montañas de ataúdes y despojos a solo unos metros de las fosas comunes, osarios mal sellados, osamentas almacenadas sin el mínimo respeto, incluso las de personas que no llevan muchos años de fallecidas, son parte del peor de los paisajes para aquellos que acuden al lugar, embargados por la pena y el dolor ante la pérdida de un familiar querido.
Esta situación alarmante no es desconocida, solo silenciada, postergada, preterida. Tal vez porque hay otros asuntos que preocupan más a los vivos que nos gobiernan. Nada, que a fin de cuentas, en Cuba estar muerto no es garantía de alcanzar la paz.