Los datos aportados por el gran historiador cubano Manuel Moreno Fraginals en su breve y enjundiosa historia de Cuba que redactara en La Florida absolutamente de memoria, ya en el exilio y sin un solo documento o bibliografía a la mano una vez caído en desgracia ante el régimen castrista a pesar de su declarado guevarismo, bajo el título de Cuba-España/España-Cuba, son sencillamente abrumadores. Se reducen a una asombrosa constatación: tan rica y tan poderosa fue la burguesía cubana, enriquecida como ninguna otra de las Américas gracias a la explotación industrial y moderna del azúcar, primer producto de exportación de los siglos XVIII y XIX y por ello la industria más exitosa y productiva de ninguna otra bajo el imperio de la corona española, que resulta inadecuado calificar a Cuba de colonia.
Esa burguesía, bautizada por Moreno Fraginals de sacarocracia, era tanto o más poderosa y rica que la aristocracia española, poseía las mayores influencias políticas y sociales sobre la corona y se pavoneaba no sólo de su asombrosa riqueza sino de la cantidad de títulos nobiliarios con los que se había hecho a punta de dinero: “En La Habana, en 1790, existían 23 títulos nobiliarios y 17 en tramitación, todos ellos criollos. (Manuel Moreno Fraginals, El País, 26 de julio de 1985). De allí el hecho excepcional que tuviera gran repercusión en el comportamiento de Cuba y su alineamiento puro y duro junto a las autoridades hispanas frente al proceso independentista vivido por el continente bajo el sacrificio y la entrega de cientos de miles de vidas venezolanas: “Era una oligarquía enriquecida, de primer orden, con mucha fuerza político-social, y suponía un eje estructural dentro del antiguo régimen, lo que es un caso excepcional en América Latina”.(Ibídem).
En otras palabras: la burguesía cubana pertenecía propiamente a la clase dirigente peninsular y tenía tanto interés en la preservación de la dominación colonial de España, como España misma. La sacarocracia ejerció, como grupo de presión, una influencia directa sobre las autoridades metropolitanas. En 1804 las estadísticas manejadas por Moreno Fraginals indican que el 51,3% de las plantaciones de caña de azúcar estaban en manos de los cubanos.
Las 30 primeras en volumen de producción también eran suyas. Se calcula que en esta época había unos 80 cafetales, ninguno español. Sus dueños no constituían “una oligarquía plantadora absentista que explotara las plantaciones desde la metrópoli, sino que estaba en el mismo lugar de la plantación, donde recibía los beneficios y, obviamente, buscaba un sistema político afín a sus intereses”. Esa sistema político no fue ni podía ser el republicano perseguido a sangre y fuego por Bolívar, Sucre, San Martín u O’Higgins. Razón que llevó a la clase dirigente cubana a jugar todas sus bazas contra el esfuerzo liberador de tierra firme. El independentismo cubano fue marginal, de poca monta y sin ningún efecto político militar. La ruptura del cordón umbilical de la sacarocracia con la corona fue producto del inmenso poder obtenido por los Estados Unidos y la acción de sus cañoneras. Lo demás es epopeya marxista.
En el convulso período pre y post independentista, abierto definitivamente el 19 de abril de 1810 en Caracas, según escribiese Moreno Fraginals en sus obras fundamentales – El Ingenio y Cuba España/España-Cuba -, aquella oligarquía hizo gobierno, arrancando a la metrópoli todas las leyes y reglamentos que necesitaba para estructurar su propio sistema de plantación y de explotación económica, política y social.
¿Qué interés podría haber tenido en separarse de España, si de la corona obtenía cuanto necesitaba para la preservación de su riqueza y su Poder político y social? “Por ejemplo, puede decirse que a partir de 1792, y con motivo del punto fundamental que perseguían para el desarrollo del sistema de plantación -el libre comercio de esclavos-, la oligarquía obtuvo el libre comercio para todo. El libre comercio en la isla de Cuba es un hecho real, factual, independiente de la legislación, desde 1792″ . Aquella gente obtuvo además leyes complementarias sobre la propiedad de la tierra y, hecho curioso, liquidó la producción tabacalera para impedir toda competencia. “En la década última del siglo XVIII los cubanos tuvieron que importar tabaco del norte para poder fumar”. El caso insólito de la ruina tabacalera fue una acción consciente contra el sistema de factoría y contra “el único cultivo fundamental que estaba en manos de los españoles”. De allí que los logros alcanzados por la sacarocracia de libertad absoluta de la trata de esclavos, libre comercio, liquidación de la factoría tabacalera y nuevas leyes sobre la tierra, definen, según Moreno, las coordenadas de un poder efectivo en Cuba.
Las consecuencias fueron definitorias: mientras todas las colonias hispanoamericanas estaban sujetas al férreo yugo colonial, Cuba estuvo liberada de todo lazo colonialista, en el sentido clásico del término; fue una excepción. “Cuba no era una colonia en el sentido exacto de la palabra”. No respondía al modelo inglés.
En Cuba eran los naturales de la isla los que imponían el sistema de plantación. Asimismo, la producción no se enviaba a la metrópoli para ser reprocesada y vendida, y España, siendo poseedora de la que iba a ser primera productora mundial de azúcar (de 1829 a 1950), no disponía siquiera de refinería azucarera. Cuba, como colonia, “no tenía un mercado en su metrópoli y menos aun un mercado preferencial”. Y, finalmente, no se daba otra característica colonial: “La metrópoli impone generalmente a la colonia su sistema monetario, y España en el siglo pasado tenía el más atrasado y degradado sistema monetario de Europa. En Cuba lo normal era la circulación del dólar norteamericano, el peso mexicano y los llamados pesos colombianos”. La interconexión con la economía norteamericana durante la segunda mitad del siglo XIX llegó al extremo de plantearse la venta pura y simple de la isla a una sociedad mercantil norteamericana.
Cuba, “primera productora mundial de azúcar desde 1829 a 1950”, lo que le permitió ser una de las sociedades más prósperas de la región, reafirmó su naturaleza idiosincrática una década después, cuando al fragor del castrismo se convertiría en la primera y única sociedad socialista del hemisferio. Con una consecuencia inevitable, propia de regímenes comunistas: de la mayor prosperidad pasó a la mayor miseria y de la mayor independencia a la mayor dependencia económica: de ser dominada por su sacarocracia en connivencia con España o los Estados Unidos, pasó a serlo por el gobierno soviético, que se convirtió en su sostén material. Hasta la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética. Luego de lo cual, y tras una travesía por el océano de la más espantosa ruindad y miseria vino a aferrarse al gobierno del teniente coronel Hugo Chávez y a mamar y sobrevivir de su última teta: el petróleo venezolano. Para reafirmar así el paso de la sacarocracia que la llevara a las alturas del Poder y la riqueza a la espantosa miseria de la chulocracia castrista.
Como hubiera dicho Chivo Negro: así son las cosas.