Jueves, Julio 25, 2013 | Por Gladys Linares para Cubanet
La situación de la vivienda en la capital es crítica. Por solo citar un ejemplo, en el municipio Centro Habana ocurrieron en junio veintisiete derrumbes, entre edificios y ciudadelas. En Diez de Octubre hay alrededor de cuarenta y siete edificios en grave peligro de derrumbe, de los cuales cuarenta y tres están habitados. En La Habana hay censadas doce mil personas viviendo en edificios en peligro de derrumbe.
Otro factor que posiblemente ha contribuido al deterioro del fondo habitacional y que no podemos pasar por alto ha sido la construcción de túneles en la década de los ochentas, con la locura de “la guerra de todo el pueblo”. Muchos seguramente recuerdan aquellas frecuentes explosiones.
La grave situación en que se encuentra el fondo habitacional en nuestro país es un reflejo de la desacertada política aplicada por el decadente sistema socialista en el sector de la construcción.
En febrero de 1959 se creó el Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda (INAV) dirigido por Pastorita Núñez, para construir casas con los fondos de la lotería nacional. En veintisiete meses se edificaron 8533 viviendas en distintas partes del país, en edificios multifamiliares con tiendas, escuelas, círculos infantiles, áreas verdes y parques. Los cubanos pensaron entonces que por fin se iba a resolver el problema de las casas para los pobres, porque a pesar de los esfuerzos realizados a partir de 1902 no se había logrado erradicar las cuarterías y ciudadelas.
Las casas de Pastorita (como las conoce el pueblo), han demostrado tener calidad en su construcción, y su diseño, elaborado con buen gusto, brinda confort a algunas familias cubanas.
Pero lejos de continuar con este plan, el Gobierno revolucionario suspendió la lotería nacional por considerarla un vicio, por lo que en junio de 1962 desapareció el INAV y las 1594 casas que aún no estaban terminadas fueron absorbidas por la Dirección de Viviendas Urbanas del Ministerio de Obras Públicas.
En 1970, después del fracaso de la zafra de los diez millones, se crean las microbrigadas con el objetivo de construir viviendas para pobres. La mano de obra eran trabajadores con necesidad de vivienda, pero sin experiencia en la construcción. Las casas se otorgaban en asambleas en los centros de trabajo, para lo cual se tenían en consideración los méritos sociales (donar sangre, hacer guardias y trabajos voluntarios en el CDR, participar en marchas y otras actividades políticas) y laborales (hacer horas extra, renunciar a las vacaciones), más que la necesidad de cada cual.
Es cierto que con las micro brigadas se edificaron muchos inmuebles, pero aquella idea absurda de construir con personal no calificado y sin exigencias técnicas solo podía desembocar en la mala calidad de los mismos.
Cuando Vilma, una vecina, llegó de Caibarién a probar suerte con sus dos hijos pequeños, comenzó a trabajar en el matadero Antonio Maceo de Lawton. Como no tenía dónde vivir, se incorporó a las microbrigadas. Día tras día, trabajaba varias horas en la construcción luego de terminar su jornada en el matadero. Cuenta que antes de comenzar la edificación de lo que sería su casa, tuvo que participar en las obras para un consultorio médico, luego en un círculo infantil y después un año en la Villa Panamericana, donde fue vanguardia provincial.
A pesar de ello, en vez de darle entonces su apartamento, querían dárselo a un miembro del partido, que tenía dónde vivir y, según ella, lo único que hacía era llevarles la merienda. Nunca olvidará aquellas asambleas. Fueron necesarios cuatro acalorados encuentros, hasta que finalmente le otorgaron la casa a ella gracias a sus enérgicas protestas y de la presión de sus compañeros.
Así pues, recibió la llave y comenzó a abonar las mensualidades de su apartamentico, que todavía está pagando y ya tiene goteras.
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