LA HABANA, Cuba, marzo, www.cubanet.org -Jesús Ruiz Gómez no sabe qué hacer con su vaca que, por vieja, ya no puede sostenerse sobre sus patas. El Estado le ofrece un pago irrisorio por la res. Pero él responde: “Qué se la coman las auras”.
Este campesino, de 48 años, residente en el barrio rural La Guanaja, provincia Mayabeque, resume así la tragedia de su vaca y la suya propia:
“Hace mucho dejó de dar leche, tiene más de diez años, su promedio de vida. Resbaló, cayó al río. No tenía fuerzas para salir. Casi se ahoga. Pasamos enorme trabajo para sacarla viva. No queríamos problemas con la justicia, que creyeran que la ahogamos a propósito, para aprovechar su carne. La pobre temblaba, tenía escalofríos. Postrada, daba lástima. Decidimos sacrificarla, asunto nada fácil. Crea tremendo problema porque el gobierno tiene estrictos controles. Sacrificar una res, aunque sea propia, puede costarnos de cinco a quince años de prisión”.
Ruiz fue al matadero. Le dijeron que tenía que contratar y pagar el tractor con carreta y el combustible para llevar la vaca a sacrificar: “Pregunté cuánto costaría llevarla. Me respondieron que de doscientos a trescientos pesos. ¿Y cuánto me pagarán por la vaca? De doscientos a trescientos pesos, según pesaje. El matarife quiso saber si me ponía en la lista de Pendientes para Sacrificios. Le respondí que no”.
Ni eso. La Ley no permite que las aves de rapiña se almuercen la vaca de Ruiz. Existe un reglamento estricto para deshacerse del animal: solicitar al veterinario –todos asalariados estatales- que dé baja del catastro a la res, se persone en la finca para certificar el mal estado de salud del animal y, cual ritual funerario con losdolientes alrededor el doctor, ordene quemar el animal hasta quedar carbonizado, sin posibilidad alguna de consumo o de mercadear la carne, a pesar de que es una vaca sana, y del hambre general entre la población. Tampoco pueden aprovechar el cuero, tan valioso y escaso en labores de talabartería.
¿A dónde va a parar la carne del matadero?
A hoteles para turistas extranjeros, a las casas y comedores de altos cargos del régimen, y últimamente, también a los nuevos ricos, mediante los escasos mercados con venta por divisa, a precios astronómicos.
Fornos, en la calle Neptuno, La Habana, es uno de esos establecimientos. Precios por kilogramo: filete, 15,40 (equivalente a 385 pesos); riñonada, 11,25 (unos 281,25 pesos); cañada, 9,50 (237,50 pesos); picadillo, 5,95 (unos 148,75 pesos). La mayoría de los empleados en Cuba no gana salarios superiores a los 300 pesos por mes.
El número de vacunos registrados en la Isla, hasta 1958, superaba los seis millones de cabezas. La cantidad de habitantes no llegaba a esa cifra.
Hoy, la familia de Ruiz ve con tristeza cómo el fuego consume la res que tanto cuidó, que los alimentó, mientras se desprende un aroma exquisito a carne asada que no pueden comer, efluvio nostálgico de medio siglo atrás, cuando en la República no era delito, entre los pobres, consumir carne de res. Según precios estatales, la vaca de los Ruiz, completa, solo valía el equivalente a un kilogramo de filete en el mercado Fornos.
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