jeudi 7 mars 2013

Editorial del Wall Street Journal

Aquí está todo lo que hay que decir al respecto...

Aparecido en el WSJ, traducido por Cubanet

Cuando Hugo Chávez fue elegido presidente de Venezuela en diciembre de 1998, el país había sufrido dos décadas de turbulencia política y económica, incluidas protestas violentas, alta inflación, enormes niveles de deuda externa, un presidente impugnado por cargos de corrupción y dos golpes de estado fallidos en 1992, uno de ellos liderado, y el otro inspirado, por un intrépido y ambicioso coronel del ejército llamado Hugo Chávez.

Sin embargo, cuando la era de Chávez parecía cerrarse el martes con la muerte por cáncer del líder de 58 años, la vida para los venezolanos sólo ha empeorado. La lección que deja la vida de Chávez es que hay que tener cuidado con los demagogos carismáticos que impulsan políticas socialistas en su país y una revolución fuera de él.

Uno habría pensado que el mundo ya había aprendido esa lección cuando Chávez llegó al poder. En 1998, la Unión Soviética era un recuerdo, los países de América Latina, desde México a Chile, estaban adoptando exitosamente políticas de libre mercado y el amigo y ejemplo a seguir de Chávez —Fidel Castro— era un dinosaurio desacreditado.

Chávez demostró que era posible competir contra la historia, al menos por un tiempo, o si tienes la fortuna de hacerlo en medio de una bonanza de ingresos provenientes del petróleo. Cuando asumió el poder, los precios del crudo venezolano se habían derrumbado a mínimos de cerca de US$10 el barril. Al dirigirse a las Naciones Unidas en 2006, cuando comparó a George W. Bush con el diablo, ya estaba intoxicado con los altos precios del petróleo que llegarían a superar los US$150 en 2008.

Ese volumen de dinero puede traducirse en una enorme influencia, y Chávez la utilizó rápidamente para comprar el apoyo político de los venezolanos pobres, el ejército y los nuevos ricos leales. También le permitió convertirse en un clásico petro-dictador. En 1999, modificó la Constitución venezolana para poder extender sus poderes. Utilizó una asamblea constituyente bajo su control para nombrar un Tribunal Supremo de Justicia chavista. Despojó a estaciones de radio y televisión de sus licencias e intimidó a reporteros con leyes draconianas de difamación.

Aunque las elecciones se realizaron según el cronograma legal, se aseguró de modificar el campo de juego. Para su cuarta elección en octubre del año pasado, los políticos de oposición tenían solo tres minutos de publicidad al día, mientras que Chávez se apoderaba de la señal abierta cuando quería. No permitió debates. Los trabajadores públicos corrían el riesgo de ser despedidos si votaban en su contra. Era el tipo de elección que solo Jimmy Carter podía bendecir, y el presidente estadounidense No. 39 lo hizo.

Aun así, a pesar del populismo y las dádivas del gobierno, la vida en Venezuela, y particularmente la de los pobres, solo ha empeorado. Mientras que los venezolanos ricos pudieron huir, los menos afortunados deben soportar una grave escasez de alimentos y medicinas, gracias a controles de precios y de capital. Los precios han subido más de 20 veces desde 1999. El capital se ha fugado del país. La tasa de homicidios en Caracas es una de las más altas del mundo. Los puentes y las carreteras están en crisis, los apagones son frecuentes, un alcantarillado sin tratar contamina el agua potable.

Mientras tanto, la petrolera estatal venezolana PDVSA ha quedado desprotegida. Su producción diaria ha caído en más de un millón de barriles durante el tiempo que duró Chávez en el poder a 2,5 millones de barriles a fines de 2012.

Chávez dejó su huella en el mundo al forjar alianzas con Bashar Al-Assad en Siria y Mahmud Ahmadineyad en Irán, darle refugio al movimiento narcoterrorista de las Farc, proveer al régimen castrista crudo gratis y arremeter con fuerza contra Estados Unidos. Logró producir imitadores políticos en Ecuador y Bolivia.

Todo esto le produjo cierta adulación, de manera notable de los sospechosos de siempre de Hollywood. Pero la realidad de Venezuela bajo Chávez es difícil de ignorar. El martes el gobierno venezolano expulsó a dos agregados militares de EE.UU. Su heredero Nicolás Maduro también acusó a EE.UU. de envenenar a Chávez con cáncer, lo que sugiere que una combinación de bufonería y vandalismo continuará más allá de su tumba.

En cuanto a los venezolanos, tendrán que luchar para recuperar la democracia que alguna vez disfrutaron. A Maduro le falta el carisma de su predecesor y su pasado militar, pero las instituciones del régimen ahora están profundamente afianzadas, y los beneficiarios difícilmente se desprenderán de ellas.

La Constitución exige que se realicen nuevas elecciones en 30 días, asumiendo que Maduro respete la ley. Esperemos que los venezolanos aprovechen la oportunidad para enterrar el trágico legado del chavismo junto con el cuerpo de su autor.

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