En Cuba, en la segunda mitad del siglo XIX, durante el período entre la Guerra de los Diez Años (1868) y la de Independencia (1895), surgió un movimiento político reformista conocido como autonomismo. Algunos intelectuales y hombres de negocios cubanos, frustrados por el fracaso de la Guerra de los Diez Años, y convencidos de que no existían otras opciones viables, intentaron obtener de España un mayor grado de autonomía política y económica manteniéndose bajo su dominio. Los entusiasmaba un cierto grado de tolerancia percibido en el entonces Capitán General español en Cuba, el general Martínez Campos.
José Azel. Profesor adjunto del Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos de la Universidad de Miami, y autor del libro “Mañana in Cuba” |
Algunos autonomistas creían que los cubanos prosperarían más como ciudadanos españoles si tuvieran un mayor grado de autonomía económica. Otros autonomistas sostenían que el reformismo parcial era una alternativa mejor que una lucha prolongada para alcanzar la independencia de España. En cualquier caso, postulaban que el autonomismo no era incompatible con la soberanía española y buscaban ganar “espacio” político de la Corona.
Aunque la postura política y elitismo ideológico de los autonomistas preocupó a José Martí, que abogaba por la completa independencia de Cuba de España, los autonomistas no eran ni traidores ni antinacionalistas. Algunos anteriormente fueron independentistas que habían luchado valientemente en la Guerra de los Diez Años, pero ahora estaban convencidos de que los tiempos habían cambiado y se necesitaba una nueva estrategia para combatir al colonialismo español.
Vayamos adelante 130 años y encontraremos en nuestros días una división similar en la nación cubana. El rótulo de autonomista ya no es aplicable, pero los enfoques contemporáneos a la Cuba del futuro se corresponden con aquellos del siglo XIX.
Los “neo-autonomistas” de hoy, tanto dentro como fuera de la Isla, apoyan cambios graduales que no modifiquen el mecanismo de dirección y control del sistema totalitario cubano. Ven las reformas económicas minimalistas propuestas por el general Raúl Castro con el mismo espíritu de esperanza que los autonomistas asignaban a la aparente tolerancia del general Martínez Campos. Algunos buscan “actualizar” el sistema comunista; otros ven las pretendidas reformas como espacio político u oportunidad estratégica para minar a largo plazo el totalitarismo cubano. Con semejanza a las frustraciones que penetraron la nación cubana tras la infructífera Guerra de los Diez Años, los “neo-autonomistas” perciben el reformismo parcial como la única vía posible después de 52 años de dominio comunista y muchos esfuerzos fallidos para derrocar la dictadura.
También de forma similar a los autonomistas del siglo XIX, eventualmente descubrirán que el gobierno de Castro, como la Corona española, no tiene intención de permitir legítimas reformas que minen su dominio totalitario. Una de las lecciones que hemos aprendido del estudio de los sistemas totalitarios es que tales sistemas no generan conocimiento veraz o útil sobre las causas de su mal funcionamiento. De este modo, los sistemas totalitarios son ontológicamente incapaces de reformarse. Dicho simplemente, el comunismo cubano no es reformable. Tiene que ser abolido.
Los nuevos autonomistas, como sus predecesores, creen que el progreso económico es un antecedente imprescindible y debe lograrse antes que la potenciación ciudadana; para ellos la soberanía popular no es una prioridad. Este argumento se basa medularmente en que el cambio se debe originar con un gobierno autocrático ilustrado y no con la voluntad del pueblo. La respuesta democrática es que la potenciación cívica es el fundamento del progreso y su precondición necesaria. Estos enfoques divergentes pueden parecer diferentes solamente en secuencia y prioridad de políticas. Sin embargo, las diferencias son fundamentalmente filosóficas. La eliminación de las libertades individuales es incompatible con la dignidad humana y la búsqueda de la felicidad.
Los autonomistas contemporáneos ven útiles para fomentar la prosperidad las medidas económicas sin potenciación democrática asumidas por los Castro. Esa creencia encarna la noción elitista y despótica de que los “conocimientos privilegiados” de unos pocos deben regir las actividades de muchos y es particularmente nociva para la Cuba del futuro, porque la democracia fracasa si no se reconoce su papel decisivo para un buen gobierno.
En la otra esquina se encuentran los que defienden la potenciación de la ciudadanía y valoran las libertades individuales como imprescindibles para vivir la vida con sentido. Ellos no ven los derechos políticos y libertades civiles como lujos superfluos. Como ha señalado el hindú Amartya Sen, Premio Nobel de Economía, “las personas con necesidades económicas necesitan también una voz política”.
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