UN PEDAZO DE ESPAÑA AL OTRO LADO DEL OCÉANO
Lo que durante la guerra y después de ella tuvo lugar en Cuba fue algo más que un genocidio físico, fue y sigue siendo el intento de taponar una de las mas poderosas fuentes de reproducción del elemento hispano en el nuevo mundo. Es por eso que todavía Cuba a pesar de su pobreza, sus particularidades político culturales y económicas Cuba sigue siendo tan querida por el visitante que llega a ella de la Madre Patria tanto como resultan entrañables a los cubanos que emigran las calles de Madrid, Cádiz o Barcelona.
El fin de la españolidad en Cuba, fue tanto más doloroso, por cuanto significó la pérdida de lo que retóricamente se califica como la “perla más valiosa de la corona”. Ya hemos visto, su valor era económico, pero también humano y cultural. Cuba no sólo era española en cuanto a posesión, lo era en buena medida por su demografía; otro factor a tener en cuenta para comprender cuan hispana era la isla, así como la resistencia que hubo dentro de ella para dejar de ser española; caeríamos en un error si pensáramos que sólo un puñado de oligarcas negreros apostaban por el integrismo; había también mucho hombre humilde en las ciudades que apoyó a España, como aquellos empleados y artesanos que conformaron los cuerpos de voluntarios, y lo mismo ocurrió en la zonas rurales, sobre todo a partir de los asentamientos impulsados durante la guerra de los 10 años, desde la llamada Comisión Central de Colonización, con ellos se ponía en práctica una política de reorganización del establecimiento de los humanos en la isla; de manera que los intereses militares y económicos de la metrópolis quedaran favorecidos. Así, a partir de 1873, fueron desarrollándose, estratégicamente comunidades cuyos habitantes eran beneficiados con exenciones fiscales y en las que se les concedía a los campesinos la propiedad de mil fanegas de tierra tras cultivarlas por unos años. Estas colonias se levantaban como auténticos baluartes del españolismo, allí donde los independentistas solían operar en los campos de Cuba.
Esta estrategia repobladora siguió tras el fin de la guerra, como parte de las medidas encaminadas a la reconstrucción del país, sobre todo en los lugares más deshabitados, en los que se intentó fomentar, junto a la pequeña propiedad, una población blanca, una cultura española que vendría de la mano de nuevos inmigrantes, ya fueran de la península o de islas como las Baleares y Canarias, de los desmovilizados del ejército y de las familias arruinadas que se hubiesen mantenido leales a la corona. Para 1891 tan solo en la zona oriental que va de Santiago de Cuba a Puerto Príncipe, existían 9 de tales colonias con 208 familias albergadas, (Camagüey). No nos cabe la menor duda que tales enclaves de españolismo servirían de muro de contención, tanto contra los independentistas como contra los intervencionistas norteamericano en la guerra que se avecinaba.
Hablando en términos culturales, debemos aceptar que dentro del sector de la población que defendían la españolidad política de Cuba, como dentro de aquel que deseaba, ya fuera por la vía de la reforma, o de la guerra ponerle coto a la dominación de la metrópolis, existía un componente hispánico predominante, en aquella isla y con independencia de los colores de la piel se había impuesto la hegemonía de lo español, integrándose en la isla, como lo que en la península, aún en nuestros días no acaba de cuajar; el factor castellano, el andaluz, el gallego, el vasco, el catalán, el canario, etc.
Elementos que a su vez habrán de mezclarse con otros, dando lugar a la etnogénesis que se inicia en Cuba a partir de 1510 y que aún no ha terminado, un proceso marcado en primer lugar con la asimilación forzada de la población aborigen por parte de los colonizadores, y que continuará con diversas variantes de integración interétnica: hispánica, africana, afro aborigen, hispano aborigen, hispano africana, franco hispana, franco africana y criollo-hispano-afro-china. Siempre como decíamos bajo la preponderancia de un fundamento hispánico, que se fortalece con los cambios demográficos que tienen lugar en la segunda mitad del siglo XIX, con el crecimiento de una población “blanca” %en la que suelen incluirse los asiáticos libres que, no solo detenta el poder, sino que también la mayoría.
Sin desconocer la influencia africana, influjo que por demás está presente en la propia metrópolis, hay que reconocer que la que se generaba en Cuba; era en buena medida una extensión de la cultura hispana, al punto que resulta muy difícil delimitar, al margen de lo que digan nuestros culturólogos e historiadores nacionalistas, hasta donde llega lo autóctono caribeño y hasta donde lo general hispánico, sobre todo cuando hablamos de la cultura de las clases medias altas que se genera en Cuba, una creación espiritual de la que participan descendientes de esclavos como el poeta Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido, el publicista Juan Gualberto Gómez o el violinista Claudio José Domingo Brindis de Salas. En este ámbito la separación entre lo cubano y lo español entendido en su sentido más amplio puede resultar forzada. No se puede concebir el nacimiento del Seminario de San Carlos y San Ambrosio en 1773, ni el magisterio de figuras como José Agustín Caballero, al margen de los procesos culturales que tienen lugar en España, ni puede concebirse el nacimiento y funcionamiento de la Sociedad Económica de Amigos del País, a partir de 1793, al límite del esfuerzo ilustrador impulsado desde la metrópolis para todo el orbe hispano por el pensador y político español Gaspar Melchor de Jovellanos, y cuando en el Papel Periódico de la Habana se debaten los temas de la enseñanza, de lo que se está hablando más que de un tema local, de situaciones que se repitan en todo el imperio, donde se dan las luchas entre las nuevas ideas y los prejuicios sociales, Y aún cuando a partir de la segunda década del siglo XIX, se inicia en la Habana y desde ella un movimiento cultural que busca esencias nacionales, como hace el poeta José María Heredia, la lengua en que se habla, y las formar proceden de España y pertenecen por tanto a un mundo español en el que la península es tan solo el territorio de origen, y ni tan siquiera donde se dan siempre los primeros adelantos, como tenemos con el caso del primer ferrocarril de la monarquía, que fue construido en Cuba.
Los historiadores , sobre todo cuando son españoles, honran a los cubanos destacando las grandes figuras que crearon y “reflexionaron sobre el ser de Cuba”, que recuerdan a ese padre de la cubanidad que fue Félix Varela, al polemista José Antonio Saco, que por criticar los males de su tiempo y sin ser un hombre radical, debió enfrentar el exilio, a potenciadores de la literatura como fueron Domingo del Monte, estudiosos de las ciencias naturales como Felipe Poey o novelistas que reflejaron los temas cotidianos de Cuba, como Cirilo Villaverde, con su “Cecilia Valdés” y tienen grandes razones al hacerlo, sin embargo, no tenemos derecho a olvidar que aquella obra fue parte de un todo, que fragmentado, porque no supo o no pudo comprenderse a sí mismo. Incluso el no puede concebir el pensamiento del propio Varela, desgajado de los acontecimientos políticos que tienen lugar en la Metrópolis, su liberalismo, su democratismo e incluso su independentismo tienen profundas raíces hispanas, se ha gestado primero en la experiencia de la guerra independentista contra napoleón y luego en la lucha política dentro de la península contra el despotismo de Fernando VII, el enterrados de la constitución gaditana de 1812, que no se pudo impedir un “¡Viva la Pepa!” americano.
Carlos Manuel Estefanía
sigue removiendo el palito en la mierda bobito...
RépondreSupprimerespanoles josputa...
[IMG]http://i1111.photobucket.com/albums/h466/chevy116/weylerreconcentracioacuten4.jpg[/IMG]