lundi 22 juillet 2013

El general Weyler en Cuba

 La Orotava, Tenerife.

El noble capitán general Arsenio Martínez Campos, al despedirse del mando ante las autoridades de La Habana, decía: "No ocultaré que he sido poco afortunado en mi campaña, puesto que al llegar a La Habana la insurrección existía en parte del departamento Oriental y hoy se ha extendido a toda la isla". Ése era el resultado de su política de reconciliación, y en su carta escrita desde Manzanillo el 25 de julio de 1893 a su presidente, Antonio Cánovas, expresaba que no se consideraba con condiciones para llevar a cabo una guerra total como las circunstancias requerían: "Sólo Weyler las tiene en España, porque además reúne las condiciones de inteligencia, valor y conocimiento de la guerra".Weyler, en Barcelona, antes de salir con destino a La Habana, de acuerdo con la política del Gobierno español, había prometido acabar con la insurrección en poco más de dos años, y aseguraba que respondería a la guerra con la guerra.
En menos de 18 meses, el catastrófico panorama militar había cambiado totalmente. Reorganiza la artillería y la marina, atiende a la sanidad militar, y la política de trochas, conjugada con el continuo movimiento de sus columnas y caballería, dio como resultado la pacificación de las provincias de Pinar del Río, Habana y Matanzas y la derrota y rendición de muchas partidas, entre las que se encontraba la más valerosa y beligerante de Antonio Maceo.
Conseguidos estos objetivos Weyler se dispone a dar el golpe de gracia a Máximo Gómez, que estaba ya debilitado. Pero un acontecimiento ocurrido en la Península va a cambiar el curso de la historia: un anarquista extranjero acaba con la vida de don Antonio Cánovas, que fue sustituido por el liberal Sagasta, que cambia de política respecto a Cuba.
Entretanto, Estados Unidos había estado fomentando y alentando la insurrección cubana con armas, hombres y dinero. Mac Kinley ve que se le escapa de las manos la oportunidad de intervenir antes de las ya cercanas elecciones en su país. Para preparar a la opinión pública, no sólo americana, sino mundial, se orquesta una campaña de prensa dirigida por W. R. Hearst, repleta de gruesas calumnias y mentiras no sólo contra Weyler y el Ejército español, sino contra el Gobierno de España y además la Corona, e incluso se trama lo del Maine, hoy reconocido como obra de los mismos americanos. Su diplomacia se despliega al máximo para presionar al nuevo Gobierno para que releve a Weyler en el mando y finalmente la gran república declara la guerra a España. Todo sabemos quién fue el beneficiario tanto en el Caribe como en el Pacífico.
Hoy es corriente ver cómo no sólo los políticos, sino todos los que tienen algún protagonismo en la vida, escriben sus memorias, que luego son consultadas por historiadores y expertos.
El general Weyler escribió en su día Mi mando en Cuba para dejar constancia de cuál era su actuación y sus motivos en todo momento. En cinco tomos se recogen día a día las órdenes, bandos, táctica!, hechos de armas y políticas que se seguían, respetando y valorando a sus enemigos, pero jamás insultando. Si existe dureza en alguna orden es para contrarrestar las establecidas por el contrario. Pero el señor Bedoya prefiere el epíteto y el insulto personal a la objetividad histórica. Weyler no quería ir a Cuba en aquella ocasión, pero debía acatamiento a las órdenes de su Gobierno. Le tocó la suerte de tener que ser el enemigo implacable de los "héroes líbertadores", y ése es un pecado que no se perdona.
Pero si histórica fue su campaña en Cuba, no lo fue menos su trayectoria en la misma historia de España. Se le honró tres veces con, el cargo de ministro de la Guerra, una vez con el de Marina, jefe de Estado Mayor, capitán general de los Ejércitos y caballero del Toisón de Oro, senador vitalicio del Reino, inspector general del Ejército, y, siendo ya marqués de Tenerife por petición popular, se le añade el título de duque de Rubí con grandeza de España.
Pudo celebrar sus bodas de diamante con el Ejército después de cumplir los 75 años de servicios a la nación, y falleció el 20 de octubre de 1930. J. M. Romaña, en su artículo Weyler, el militar de hierro, escribía: "Toda la prensa de la nación destacó en primera página la triste noticia, pues no en vano acababa de desaparecer, a los 92 años, un hombre que es ya una de las figuras más extraordinarias del Ejército español de todos los tiempos".-

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