Los náufragos de la ciudad
- Liena María Nieves
- Algunos perdieron el rumbo, hace ya tanto que ni siquiera recuerdan el punto exacto en que el destino se les fue de las manos. Otros, arrasados quizá por las tempestades de la vida, se enrolaron en la tripulación de los «sintecho», donde capitanean el abandono y el alcohol. Se les conoce por nombres célebres como Lennon, Hitler o Napoleón, o simplemente responden al apodo de Mentaplus, El Mexicano y El Médico, pero nadie podría asegurar con certeza si la marea de sus tragedias fue tan alta que cubrió para siempre cualquier retazo de cordura y alegría.
Hace mucho que los deambulantes de Santa Clara evolucionaron de triste espectáculo en una esquina cualquiera a asiduos protagonistas de la cotidianidad. Llegaron con sus perros, sus girasoles y con mil y una historias sobre la frialdad de sus estómagos, aunque cada palabra destile el tufo de sabe Dios qué brebaje. Reclaman «ayuda para el viejito» a cambio de una bendición y «mucho aché» para el benefactor y su familia, y tal vez agradezcan el favor, aunque es casi imposible descifrar lo que se oculta tras esas miradas sin brújula ni edad.
El hecho de que decenas de hombres, mujeres y menores de edad vaguen a la deriva por las calles de cualquier parte del mundo, constituye un fenómeno inherente a la expansión urbanística y económica de grandes núcleos cosmopolitas, en los que señorean el desempleo y las desigualdades sociales. Sin embargo, en Cuba, donde la dignificación del ser humano motivó los primeros pasos desde el nacimiento mismo de la Revolución, el tratamiento a los deambulantes emerge como una estrategia en la que no se conciben dilaciones ni titubeos.
El problema trasciende la imagen pública de ciudades o países, porque la realidad tras las penas del cuerpo y el alma esconde historias inenarrables de incomprensión, dolor y rechazo.
TUYOS, MÍOS, NUESTROS...
En la provincia de Villa Clara, que ostenta los mayores índices de envejecimiento a nivel nacional, los deambulantes de la tercera edad conforman la mayor parte de este «sindicato», como lo catalogó El Fronterizo, cuyo centro de operaciones radica en las áreas adyacentes a la zona hospitalaria de Santa Clara.
Trató de esquivar las preguntas con una actitud defensiva, que supuse lógica dada mi insistencia, pero segundos después descubrí que su tensión respondía a otras causas: a unos siete metros de la parada de ómnibus del «Materno», una anciana tan delgada que parecía quebrarse por la cintura, aguardaba la llegada de los cocheros para pedirles «un pesito pá´ la chaúcha». «¡C......! Lo de esta vieja es cuento, porque esa sí tiene hijos y casa. ¡Ojalá que la policía la ''cargue''!».
De acuerdo con las declaraciones de la Dra. Aileen Garriga Miranda, jefa del Departamento Provincial de Salud Mental, en Cuba no existen leyes ni disposiciones legales de ninguna índole que les prohíba a los ciudadanos rondar las calles según su voluntad. Muchas de las personas que asumen esta actitud errante padecen de algún trastorno psiquiátrico, pero en el caso de los adultos mayores, el asunto adquiere matices más preocupantes.
«La condición del deambulante no responde muchas veces a padecimientos o afectaciones psicológicas, como considera una buena porción de la población, y en caso de que así fuese, las familias deben ocupar el rol de cuidadores de estos pacientes. Sin embargo, con los abuelos sucede algo muy doloroso, aun cuando es cierto que algunos no tienen a nadie: hay hijos y nietos para quienes el anciano es una carga, y si tienen que escoger entre trabajar o atenderlos, prefieren abandonarlos a su suerte casi todo el día o los despojan de sus viviendas y posesiones.
«Es inadmisible que esto ocurra en nuestras comunidades, a la vista de cualquiera, dado que existen grupos de prevención en todos los municipios. Se supone que desde la atención primaria de salud el propio médico de la familia deba caracterizar los casos potenciales e informarlos a tiempo para que actúen los trabajadores sociales, la PNR, los CDR, la FMC, Salud, Fiscalía y todos los demás implicados en el control de las tendencias deambulantes», señaló la especialista.
«Nuestro frente de trabajo en este tema se enmarca en tres etapas fundamentales: la realización del diagnóstico primario en la comunidad, la prescripción y evaluación del deambulante (en el seno de un equipo multidisciplinario de especialistas), en aras de solucionar el problema de salud que los aqueja en ese momento, y, por último, su envío a centros de cuyos servicios sean tributarios. Los adultos mayores sin familia ni sustento económico se redirigen a los hogares de ancianos, y quienes padecen de patologías psiquiátricas u otras enfermedades, a los servicios hospitalarios», aclaró la jefa del Departamento de Salud Mental en el territorio.
Entre esos que enrumban sus días por caminos sin un retorno fijo, proliferan los casos de alcohólicos o dependientes de sustancias alucinógenas, así como muchos otros que reformularon el concepto de mendicidad y asedio para priorizar el tabaquismo antes que los alimentos. La Comisión Provincial de Prevención se ocupa de valorar dichos casos, porque el problema no termina en la asistencia médica, sino que se agudiza tras la recuperación y el retorno al medio.
El Dr. Osmany Quintanilla Opizo, jefe del Departamento de Adulto Mayor, Asistencia Social y Discapacidad, considera vital el funcionamiento de todos los factores de la comisión de prevención, garante fundamental para que las comunidades puedan aprestarse a acoger y auxiliar a estas personas. «En el caso de los alcohólicos, la cooperación y voluntariedad de los individuos es el pilar sobre el que se erige su paulatina recuperación. Sin ese requisito, el avance estará truncado desde el inicio. Por otra parte, la población tiene una visión errada sobre el papel del MINSAP en este asunto, dado que nos responsabilizan totalmente por el bienestar de los pacientes psiquiátricos y los adultos mayores rechazados por sus familias».
El Código Penal, en su artículo 275.1, establece el delito de Abandono de Menores, Discapacitados o Desvalidos, y aclara que «el que abandone a un incapacitado o a una persona desvalida a causa de su enfermedad, su edad o por cualquier otro motivo, siempre que esté legalmente obligado a mantenerlo y a alimentarlo, incurre en sanción de privación de libertad de tres meses a un año. (...) Si como consecuencia del abandono se pone en peligro la vida de la víctima, la sanción es de privación de libertad de dos a cinco años (...) y si se causa la muerte del abandonado, la sanción es de privación de libertad de cinco a doce años».
Cuando la ley toca a la puerta y el peso de la justicia se concreta en acciones reales, incluso los más reticentes aceptan razones y asumen su rol. El Estado cubano no puede ocupar el puesto de nodriza que corresponde a las familias, y no solo por los motivos humanos que yacen bajo este problema, sino por argumentos tan terrenales como los excesivos gastos en instituciones presupuestadas y la carencia de capacidades para recibir a todo aquel que hoy desanda las calles.
A CADA QUIEN SEGÚN SU TRABAJO
Desde mediados de marzo, los consejos de administración provinciales recibieron para su análisis y discusión un informe elaborado por el Ministerio de Economía y Planificación, cuya esencia se centra en una propuesta para la atención a personas con conductas deambulantes. Un total de 12 organismos, donde se incluyen el MININT, el MINSAP, la CTC, los CDR, el MES, Fiscalía y el MINCIN, entre otros, integran la Comisión de Prevención, y desde sus perspectivas ofrecieron valiosos criterios para la próxima aprobación de dicho documento.
Según el Dr. Rafael Ibáñez Azán, director provincial de Salud Pública, en Villa Clara urge ampliar las capacidades de los hogares de ancianos y casas de abuelos, pues 278 de las 1063 totales no se ocupan actualmente debido a deficiencias constructivas, incluyendo la sustitución de redes hidrosanitarias y la carpintería en mal estado.
«El plan de inversiones del 2014 comprende los trabajos de mantenimiento de estos centros, pues estamos presionados por la gran demanda poblacional, a lo que se añade el tema de los deambulantes, muchos de los cuales poseen los requisitos para ingresar en los hogares. La población continúa envejeciendo y debemos ser capaces de dar respuesta a esta necesidad, y con beneplácito podemos anunciar que para este año se edificarán en la capital provincial dos nuevas casas de abuelos y otro asilo, y se prevé asimismo la inauguración de un centro de clasificación».
Respecto al tratamiento de deambulantes con enfermedades psiquiátricas, Villa Clara cuenta con un hospital provincial y dos municipales, en Placetas y Corralillo, aunque los servicios de estos centros se destinan a los pacientes con patologías crónicas o de larga evolución.
«No podemos internarlos a todos, eso sería insostenible, amén de que muchos se recuperan en poco tiempo. Incluso, tenemos una sala de desintoxicación para alcohólicos con seis camas disponibles, pero esa cantidad apenas cubre un ínfimo porcentaje de las carencias reales, a lo que se añade el lastre del insuficiente compromiso de los enfermos para con su recuperación.
«Salud hace lo que puede, pero si todos los responsables no dan el paso al frente y se comprometen de a lleno con esta tarea, el control de los deambulantes podría costarle demasiado al Estado y a la sociedad en general», sentenció el jefe del Departamento del Adulto Mayor, Asistencia Social y Discapacidad.
El deambulante no resulta excepción de las leyes inherentes a la humanidad. Tiene una familia de origen, una dirección, un código postal. Quizás amó mucho o poco, quizás ni siquiera recuerde que en alguna hendija de su memoria quedó olvidado un título universitario, la admiración de un hijo o el respeto de hombres y mujeres de bien.
Los sabemos huérfanos de cariño, hambrientos de amistad. Los valoramos como tristes estampas del estado al que jamás desearíamos aproximarnos, pero aún resta mucho del instante en que la conciencia nos deshiele la apatía. Todo náufrago tiene derecho a aferrarse a la vida. Su tabla de salvación podría residir en un aliento de amor.
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