Los cubanos, al término de la guerra civil de 1898, no se juzgaban capaces de resolver solos sus diferendos políticos, como tampoco lo parecen ahora al final de la dictadura. Porque no nos equivoquemos, eso es lo que acaba de suceder. El deshielo entre la Habana y Washington significa que el castrismo, construido sobre la quimera de una hostilidad inexistente entre los dos países, está muerto. Ya nada será igual que antes. Incluso si se da el posible caso de un retroceso, pues los Estados Unidos han declarado por la boca de la inefable Roberta Jacobson, que el diálogo abierto esta semana es más importante que cualquier presupuesto ideológico o accidente factual.
La posición oficialista la resume un comunicado de seis párrafos, donde además del sempiterno tema del Embargo, se aclara que pase lo que pase, las relaciones entre los dos países nunca volverán a ser lo que eran antes de 1959. No olvidemos que la soberanía compartida durante 59 años con el poderoso vecino por los triunfadores de 1898, condujo a la actual dictadura. Y que si esta ha conseguido mantenerse hasta hoy, es porque básicamente se fundamenta y justifica en este hecho incontrovertible. Por muy insoportable que parezca, la verdad es que aceptando sin condiciones el diálogo ofrecido por Raúl Castro, 117 años después de la ocupación militar de la isla, ha quedado claro que los Estados Unidos reconocen por fin la independencia de Cuba.
El enorme paso simbólico de Obama, hace olvidar que el problema cubano sigue siendo el mismo de hace cien años, a saber, cómo van a vivir juntos negros y blancos sin tirarse los trastos a la cabeza. La sociedad civil no necesita organizarse porque no existe, necesita crearse. Ni el señor Rodiles ni la señora Vidal representan al pueblo de Cuba que siempre ha sido ninguneado. Los Estados Unidos no pueden ofrecer ya nada más a los cubanos. Ese trabajo que está por hacer les pertenece. ¿Cómo? ¡Ni idea! Pero lo cierto es que mientras no se lleve a cabo de una vez, las posturas de unos y otros quedarán en meros esperpentos que no pasan de patéticos berrinches. Marionetas en un Teatro Guiñol de nuestro tiempo pero sin el consolador helado del Coppelia.
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