mardi 27 janvier 2015

Mercaderes de mitos

El régimen, en su afán inmóvil, busca una estabilidad social financiada por los créditos y el turismo estadounidenses, sin tener que hacer una reforma política. Los vendedores de fantasías creen que las reformas económicas llevarán a reformas políticas. No se rinden ante la evidencia de China o Vietnam, países que abandonaron el comunismo hace mucho, para transitar hacia la convivencia entre el capitalismo de Estado y el control político de una élite agrupada en un partido único. O lo que es lo mismo: el neofascismo del siglo XXI.

Otro mito que ha sido construido con una vehemencia temeraria, es el que intenta achacar al exilio la sobrevivencia del castrismo, acusándolo de que su "torpeza apasionada" lo lleva a hacer lo que al castrismo le conviene. Este argumento es de un reduccionismo histórico enfermizo y de un infantilismo político perverso. La verdad innegable es que el éxito del exilio cubano es la mayor evidencia del fracaso castrista. La Cuba exitosa vive en la Florida desde hace 55 años.

En los últimos tiempos algunos arquitectos de esta Cuba irreal están empeñados en vendernos un nuevo escenario. Carlos Saladrigas lo describe así: "los más jóvenes en las élites argumentan apasionadamente por el cambio". La narrativa de los "jóvenes" del "raulismo" demuestra que esto es una entelequia. La nación cubana, como la china o la vietnamita, no es monolítica, porque en esencia ninguna nación lo es, pero el régimen, por naturaleza, ha sido monolítico, y lo sigue siendo. Cuando han surgido disidencias en sus filas las ha degollado (la "microfracción" o el caso Ochoa son buenos ejemplos). Ése carácter estructural le ha permitido la sobrevivencia.

Plantear que las negociaciones Obama-Castro llevan a preguntarse si ahora es posible dialogar entre cubanos, es, cuando menos, inapropiado. El hecho en sí mismo de que Raúl Castro haya negociado con Obama, en vez de sentarse a la mesa de diálogo con quienes deben ser sus verdaderos interlocutores —sus connacionales—, demuestra la naturaleza inmutable del régimen.

El último, y más importante de los mitos, es el que han levantado alrededor de la aseveración de que el embargo ha fracasado, porque no pudo "forzar cambios en Cuba". Lo que hay que dejar claro es que ese nunca fue el propósito del embargo. La medida surgió como respuesta a las expropiaciones sin indemnizaciones que el castrismo hizo a empresas estadounidenses. Y se mantuvo porque Fidel Castro lo usaba como argumento político y no necesitaba su derogación para sobrevivir. Vale recordar que solo con la ley Helms-Burton de 1996 (tres décadas después de que el comunismo cubano demostró su inoperante crueldad) adquirió verdadera solidez. Y fue como consecuencia del asesinato de ciudadanos norteamericanos, ordenado por los hermanos Castro para frenar los intentos de Bill Clinton por cambiar el estado de las relaciones. Pero aun así, Estados Unidos no aplicó la ley en su totalidad, permitiéndole los resquicios económicos a la dictadura.

Lo único que ha demostrado la permanencia del embargo, es que el comunismo en Cuba, como en todas partes, fue un horrendo, largo y sangriento intento de ingeniería social. Culparlo de los males de Cuba, es una injusticia insondable. El embargo no es la causa del sufrimiento del pueblo cubano, es la consecuencia de una feroz y mezquina utopía igualitarista. Creer que derogarlo posibilitará una "transición tranquila pero profunda", es una dolorosa estupidez. El fin del embargo sólo abrirá una inmensa puerta, para que Raúl Castro logre pasar a través de ella la continuidad de su régimen, travestido en un fascismo caribeño. La única manera de que no sea así, es usarlo para una negociación que conduzca a una reforma política, que modifique las estructuras establecidas.

A Raúl Castro no le interesa dejar ningún legado histórico. Esas son las manías del hermano mayor. A él le interesa asegurar el futuro de su familia. Creer que Díaz-Canel será el "joven" continuador del nuevo castrismo, es ignorar los procesos históricos vividos en la Isla en las últimas cinco décadas. Raúl Castro aprendió de la experiencia franquista. No dejará la continuidad en las manos de ningún Juan Carlos, y mucho menos de un Adolfo Suárez. Por eso ha preferido negociar con un activista social del talante de Obama, en vez de con los políticos expertos de la Unión Europea, que ahora se apresuran a inclinarse ante La Habana, temerosos de que Estados Unidos se apropie de un mercado que ellos han deseado controlar durante décadas. Raúl Castro ha sabido adelantarse a las conspiraciones y a las traiciones, eliminando físicamente a los enemigos políticos más desafiantes —lo seguirá haciendo si es necesario—. Raúl Castro está convencido de que la sobrevivencia del castrismo depende de que todo quede en familia. La coronación del heredero al trono ya ha sido pactada. Su nombre: Alejandro Castro Espín, y en los años que se avecinan lo veremos tomar mayor protagonismo. Después de todo, ya tiene el control real de las élites militares y políticas del país.

Si esta predicción se cumple o no, solo depende de cómo se negocie el fin del embargo. Lo demás es pantomima política y juegos de artificios de los mercaderes de mitos.


La inmensa puerta de Raúl Castro, o los mercaderes de mitos, DDC, Raúl Dopico

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