samedi 16 février 2013

Triste efeméride


El 15 de febrero marca el 115 aniversario de la explosión del acorazado Maine en la bahía de La Habana. Aquella detonación se convirtió en la excusa que necesitaban los Estados Unidos de entonces, con grandes sueños de expansión imperialista todavía sin alcanzar, para sacar a España,  por las malas,  del continente americano.
La guerra separatista de Cuba llegaba a su fin. Tras la muerte de Maceo y la política de Weyler, las fuerzas insurrectas se replegaban a Oriente. España había otorgado la autonomía a Cuba y la guerra había perdido su razón de ser para los cubanos. Los Estados Unidos, que hasta entonces se había mantenido al margen a la espera de que fueran los propios cubanos quienes le hicieran el trabajo sucio, apelaron a la estrategia criminal, inmoral e ilegal de provocar la deflagración ellos mismos para poder terminar la labor, declarando la guerra al debilitado imperio español.
La guerra hispano-americana, la “espléndida guerrita”,  como ellos mismos descaradamente llamaron a esta contienda, duró apenas unos días y dejó un margen de cuantiosas ganancias para los Estados Unidos: Cuba, Puerto Rico, Filipinas y las Islas de Guam. Casi nada.
De todas las naciones implicadas, la que peor parada salió fue Cuba.  La mayor de las Antillas vio frustrados sus sueños de independencia, y terminó por caer en manos de otro imperio mucho más cercano geográficamente, pero menos “próximo” que quien abandonaba el territorio cubano, tras 400 años de una convivencia que había terminado por crear nuestra identidad propia.
Entre criollos corruptos e invasores sin escrúpulos, al final se “inventaron” la República de Cuba, que tras cincuenta años de fingida independencia, cañonas electorales, rudos golpes militares, insurrecciones, y desilusiones, derivó en un triste satélite del más macabro de todos imperios conocidos en el siglo XX: la Unión Soviética. Y así nos va.

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