Pío Moa en Libertad digital
Uno de los disparates más notables de Bartolomé de las Casas fue su pretensión de que la América descubierta por los españoles estaba más poblada que cualquier otra región del mundo, con lo que pretendía aumentar el horror asociado a las supuestas –a veces reales– atrocidades por aquellos cometidas.
El más elemental sentido común demuestra que esa lucubración, como tantas otras del perturbado monje, ni siquiera intentaba acercarse a la verdad. Las fantasías de Las Casas han generado multitud de otras, hasta el día de hoy.
Antes de la revolución industrial, la población de un país dependía de la fertilidad de sus tierras y del desarrollo técnico que hubiera alcanzado para trabajarlas. Así, las comparaciones hechas con afán reformista, sobre todo en el siglo XVIII, entre la población de España y la de Francia carecen de sentido, dado que el Hexágono es mucho más fértil y lluvioso. Solo en algunos casos el comercio permitía densidades humanas notables (para la época) en zonas poco fértiles.
A la llegada de los españoles, la mayor parte del territorio americano eran selvas y regiones montañosas inaprovechables, o apenas, para la agricultura. No obstante, Las Casas presenta las regiones más o menos selváticas del mar de las Antillas y su entorno como "las tierras más pobladas del mundo"; "una colmena de gentes (...) que parece que puso Dios en aquellas tierras todo el golpe o la mayor cantidad de todo el linaje humano". Describe Nicaragua como una región riquísima: "Era cosa verdaderamente de admiración ver cuán poblada de pueblos [estaba], que casi duraban tres y cuatro leguas en luengo" (la legua castellana equivalía a algo más de 5 kilómetros). Pueblos, pues, mucho mayores que cualesquiera ciudades europeas... y de los que la arqueología no ha encontrado el menor rastro.
Bartolomé de las Casas.En realidad, es imposible que en aquellas regiones, o en las más frías del sur del continente, hubiera una densidad humana mayor que la observada durante siglos en la Amazonia, porque, además, los medios técnicos con que contaban eran muy rudimentarios. Apenas había agricultura, y la población se componía en gran parte de pequeñas tribus errantes que practicaban el canibalismo, quizá como un modo de conseguir más proteínas.
La excepción serían los imperios más desarrollados, ante todo el incaico y el azteca. El primero abarcó, en su momento de mayor auge, unos dos millones de kilómetros cuadrados, sobre numerosos pueblos sometidos. En algunas zonas particularmente fértiles los incas obtenían buenos rendimientos agrícolas, pero el imperio se extendía, muy mayoritariamente, sobre tierras abruptas y estériles, o sobre selvas incultivables. Por otra parte, sus técnicas agrarias eran en extremo rudimentarias, muy inferiores a las desarrolladas más de un milenio antes en torno al Mediterráneo. Además, casi no existía el comercio. Algunas ciudades impresionan por sus monumentos o ruinas, pero eran muy pocas. Es imposible cuantificar los habitantes del imperio inca, pero sin duda eran menos de los que por entonces contaba España (unos 5 millones), debido a las razones dichas.
Algo similar cabe decir del imperio azteca, de extensión similar a la Península Ibérica (el Méjico actual no deriva de dicho imperio, es una creación española y tiene una extensión cuatro veces superior). En conjunto, la fertilidad del terreno no era mayor que la registrada en nuestra península, y el desarrollo técnico de los aztecas era abismalmente inferior. Las cosechas exigían un gran empleo de fuerza humana, no utilizaban la rueda (tampoco los incas) y el comercio apenas había sobrepasado la etapa de trueque (el oro no tenía valor económico). He señalado en Nueva historia de España:
Tales limitaciones tecnológicas convierten en fantasías las estimaciones de población que atribuyen a cada imperio entre doce, veinte y treinta millones de habitantes (...) Es muy improbable que la población de cada uno de esos imperios llegase a la mitad de los cinco-seis millones que España, con tecnología enormemente superior, tenía al comenzar el siglo XVI.
Para Las Casas, en cambio, los españoles masacraron a la gente del imperio azteca, "en cuatrocientas y cincuenta leguas en torno cuasi de la ciudad de Méjico (...) donde cabían cuatro y cinco grandes reinos, tan grandes y harto más felices que España". En aquel país habría muchas ciudades más pobladas que "Toledo, Sevilla y Valladolid y Zaragoza juntamente con Barcelona", de modo que "para andallas en torno se han de andar más de mil e ochocientas leguas" (casi diez mil kilómetros).
Los dislates de Las Casas son tan desaforados que plantean dos cuestiones, una sobre la intención y honradez intelectual del monje y otra sobre la honradez intelectual e intención de quienes le han dado crédito. Sin duda Las Casas, que nunca hizo casi nada práctico a favor de los indios, pretendía impresionar a las autoridades y a la opinión de España (lo consiguió, en parte), pero sus informes alcanzan tal grado de desmesura que hacen dudar de su salud mental. Menéndez Pidal escribió un estudio sobre el personaje, hoy difícil de encontrar por contrario a la corrección política. Los seguidores de Las Casas (protestantes, intelectuales franceses, ingleses y holandeses) han buscado deliberadamente denigrar a España, considerada enemiga, actitud persistente, aun hasta hoy, casi como un reflejo condicionado.
Un rasgo de la decadencia intelectual española ha sido la popularización de la leyenda negra en España. Por obra, fundamentalmente, y no es casual, de políticos e intelectuales afines al Frente Popular. Gentes progresistas, demócratas y humanitarias do las haya.
Uno de los disparates más notables de Bartolomé de las Casas fue su pretensión de que la América descubierta por los españoles estaba más poblada que cualquier otra región del mundo, con lo que pretendía aumentar el horror asociado a las supuestas –a veces reales– atrocidades por aquellos cometidas.
El más elemental sentido común demuestra que esa lucubración, como tantas otras del perturbado monje, ni siquiera intentaba acercarse a la verdad. Las fantasías de Las Casas han generado multitud de otras, hasta el día de hoy.
Antes de la revolución industrial, la población de un país dependía de la fertilidad de sus tierras y del desarrollo técnico que hubiera alcanzado para trabajarlas. Así, las comparaciones hechas con afán reformista, sobre todo en el siglo XVIII, entre la población de España y la de Francia carecen de sentido, dado que el Hexágono es mucho más fértil y lluvioso. Solo en algunos casos el comercio permitía densidades humanas notables (para la época) en zonas poco fértiles.
A la llegada de los españoles, la mayor parte del territorio americano eran selvas y regiones montañosas inaprovechables, o apenas, para la agricultura. No obstante, Las Casas presenta las regiones más o menos selváticas del mar de las Antillas y su entorno como "las tierras más pobladas del mundo"; "una colmena de gentes (...) que parece que puso Dios en aquellas tierras todo el golpe o la mayor cantidad de todo el linaje humano". Describe Nicaragua como una región riquísima: "Era cosa verdaderamente de admiración ver cuán poblada de pueblos [estaba], que casi duraban tres y cuatro leguas en luengo" (la legua castellana equivalía a algo más de 5 kilómetros). Pueblos, pues, mucho mayores que cualesquiera ciudades europeas... y de los que la arqueología no ha encontrado el menor rastro.
Bartolomé de las Casas.En realidad, es imposible que en aquellas regiones, o en las más frías del sur del continente, hubiera una densidad humana mayor que la observada durante siglos en la Amazonia, porque, además, los medios técnicos con que contaban eran muy rudimentarios. Apenas había agricultura, y la población se componía en gran parte de pequeñas tribus errantes que practicaban el canibalismo, quizá como un modo de conseguir más proteínas.
La excepción serían los imperios más desarrollados, ante todo el incaico y el azteca. El primero abarcó, en su momento de mayor auge, unos dos millones de kilómetros cuadrados, sobre numerosos pueblos sometidos. En algunas zonas particularmente fértiles los incas obtenían buenos rendimientos agrícolas, pero el imperio se extendía, muy mayoritariamente, sobre tierras abruptas y estériles, o sobre selvas incultivables. Por otra parte, sus técnicas agrarias eran en extremo rudimentarias, muy inferiores a las desarrolladas más de un milenio antes en torno al Mediterráneo. Además, casi no existía el comercio. Algunas ciudades impresionan por sus monumentos o ruinas, pero eran muy pocas. Es imposible cuantificar los habitantes del imperio inca, pero sin duda eran menos de los que por entonces contaba España (unos 5 millones), debido a las razones dichas.
Algo similar cabe decir del imperio azteca, de extensión similar a la Península Ibérica (el Méjico actual no deriva de dicho imperio, es una creación española y tiene una extensión cuatro veces superior). En conjunto, la fertilidad del terreno no era mayor que la registrada en nuestra península, y el desarrollo técnico de los aztecas era abismalmente inferior. Las cosechas exigían un gran empleo de fuerza humana, no utilizaban la rueda (tampoco los incas) y el comercio apenas había sobrepasado la etapa de trueque (el oro no tenía valor económico). He señalado en Nueva historia de España:
Tales limitaciones tecnológicas convierten en fantasías las estimaciones de población que atribuyen a cada imperio entre doce, veinte y treinta millones de habitantes (...) Es muy improbable que la población de cada uno de esos imperios llegase a la mitad de los cinco-seis millones que España, con tecnología enormemente superior, tenía al comenzar el siglo XVI.
Para Las Casas, en cambio, los españoles masacraron a la gente del imperio azteca, "en cuatrocientas y cincuenta leguas en torno cuasi de la ciudad de Méjico (...) donde cabían cuatro y cinco grandes reinos, tan grandes y harto más felices que España". En aquel país habría muchas ciudades más pobladas que "Toledo, Sevilla y Valladolid y Zaragoza juntamente con Barcelona", de modo que "para andallas en torno se han de andar más de mil e ochocientas leguas" (casi diez mil kilómetros).
Los dislates de Las Casas son tan desaforados que plantean dos cuestiones, una sobre la intención y honradez intelectual del monje y otra sobre la honradez intelectual e intención de quienes le han dado crédito. Sin duda Las Casas, que nunca hizo casi nada práctico a favor de los indios, pretendía impresionar a las autoridades y a la opinión de España (lo consiguió, en parte), pero sus informes alcanzan tal grado de desmesura que hacen dudar de su salud mental. Menéndez Pidal escribió un estudio sobre el personaje, hoy difícil de encontrar por contrario a la corrección política. Los seguidores de Las Casas (protestantes, intelectuales franceses, ingleses y holandeses) han buscado deliberadamente denigrar a España, considerada enemiga, actitud persistente, aun hasta hoy, casi como un reflejo condicionado.
Un rasgo de la decadencia intelectual española ha sido la popularización de la leyenda negra en España. Por obra, fundamentalmente, y no es casual, de políticos e intelectuales afines al Frente Popular. Gentes progresistas, demócratas y humanitarias do las haya.
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