En una clara estrategia de desideologización y de acercamiento a la antigua colonia, la diplomacia española trata de hacerse hueco en un momento clave. Y es que, más allá de la política de aproximación de la propia Unión Europea -que ya negocia su nuevo Acuerdo Político y de Cooperación con la isla-; más allá de los síntomas de un final del aislamiento del régimen, a raíz de su reciente presencia en organismos multilaterales iberoamericanos -se cuenta con Castro y el venezolano Nicolás Maduro en la Cumbre de Veracruz de diciembre-; se atisba un cambio muy próximo en las propias relaciones de Estados Unidos con el régimen cubano.
Fuentes diplomáticas subrayan el cambio de los editoriales (como elThe New York Times), la reciente victoria de los demócratas en Miami -la capital del éxodo cubano- y las crecientes visitas de senadores estadounidenses a la isla. Este mismo mes de noviembre lo hicieron dos miembros del Comité de Relaciones Exteriores para pedir la liberación del contratista Alan Gross, preso en la isla desde 2009, que ya se da por cercana. Se cree, además, que Cuba y Estados Unidos estarán presentes por primera vez en Panamá, durante laConferencia de Las Américas.
Pero además, se apunta una nueva atmósfera de inversión internacional en la isla. Particularmente, en torno a la ampliación del mítico Puerto de Mariel, desde el que se produjo el éxodo cubano a las costas norteamericanas, y en el que ahora Brasil -el mejor aliado económico de Cuba, junto a Venezuela- pilota una inversión de más de 600 millones de euros, con un volumen de negocio previsto superior a los 7.000 millones, y que, pese a la lentitud de las obras, ha despertado el interés del capital europeo.
Sea como sea, la Ley cubana de Inversiones Extranjeras que entró en vigor en julio dista mucho aún de ser un marco atractivo y seguro para los inversores españoles. El sistema de licencias es arbitrario y susceptible de revocación, pero sobre todo hay problemas con la unificación de la moneda, la mediación del Estado en la contratación de mano de obra, y los certificados de repatriación de divisas.
De todo ello habló este lunes con Margallo una veintena de empresarios españoles; la mayoría del sector hotelero: Hay 40 concesionarios de la propiedad estatal cubana, y el 90% de las habitaciones de cuatro y cinco estrellas de la isla están gestionadas por capital español. Claro que también hay pequeños y medianos empresarios del sector de las manufacturas -material de construcción, pinturas...-, y un tercer sector, el bancario, representado por el BBVA, Bankia y la entidad de mayor presencia en la isla, el Sabadell. Durante la reunión con el ministro, el delegado de la entidad, Luciano Méndez, anunció apoyo financiero a las pymes cubanas e hispanocubanas, de reciente creación.
El Gobierno español lo tiene claro: Lo importante en Cuba, como lo está siendo en China, es la transformación económica; sólo de la apertura económica vendrá, en su caso, un cambio político vagamente cifrado en el segundo mandato de Raúl Castro, en 2018. Así que, a diferencia de la política del PP en los años 90, y considerados los cambios producidos en estos años, la disidencia -hoy dispersa en el exterior- ha dejado de ser un referente de choque para la diplomacia española.
El presidente de la Asociación de empresarios españoles en Cuba (a la que acaba de unirse la de empresarios vascos), Xulio Fontecha, resumía con estas palabras su respaldo a esta nueva estrategia: "¿Problema político? Ese no es un problema; al menos, no es nuestro problema".
Sea como sea, Margallo venderá la Transición española a los estudiantes y diplomáticos cubanos. Y ayer, nada más aterrizar en la isla, cenó con los obispos, grandes referentes de la tercera vía; en particular el cardenal Jaime Ortega, mediador entre el régimen y la disidencia cuatro años atrás -intervino en la excarcelación de presos políticos importados por Moratinos a España-, al que muy pronto -o eso se espera- podría sustituir un posible Tarancón a la cubana.
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