Elpidio Valdés machete en mano_imagen cortesía de Ernesto Santana |
viernes, agosto 1, 2014 | Ernesto Santana Zaldívar
Nace un mambí
LA HABANA, Cuba. –Aunque Elpidio Valdés permanece como la superestrella para varias generaciones del dibujo animado cubano, y todavía sigue siendo importante para los niños y jóvenes de hoy, ya no es lo que fue hace 35 años, cuando se estrenó la película con su nombre.
Elpidio Valdés, de 1979, el primero de tres filmes producidos por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, fue antecedido por varios exitosos cortometrajes que comenzaron a televisarse en 1974, hace cuarenta años, y que hasta hace un decenio seguían apareciendo.
Todos esos audiovisuales nacieron de un oficial de inteligencia llamado Elpidio Valdés, aparecido en 1970 (en una tira cómica sobre las aventuras del fantástico samurai Kashibashi, que Juan Padrón escribía para la revista Pionero), enviado por los mambises para destruir la banda de ninjas del general español Don Mogollón Resóplez y del Garrote, que se convertiría en su eterno enemigo.
Siendo todavía un adolescente, en 1963, Padrón había comenzado a dibujar historietas para varias publicaciones, además de hacer guiones para tiras ajenas. Su capacidad de fabulación se entrenó duro en historietas como Verdugos, Historias de la prehistoria.
Piojos o Vampiros. Abajo el Pato Donald
De esta última tira cómica surgiría Vampiros en La Habana, un largometraje animado que se convirtió en la obra más triunfadora de Padrón, capaz de enriquecer el habla y el imaginario popular cubanos y que una encuesta mundial de Noticine.com sobre las 100 mejores películas iberoamericanas ubicó en el puesto 50.
Si hace cinco lustros Carlos Varela confesaba en una canción: “No tuve a Superman, tuve a Elpidio Valdés y mi televisor fue ruso”, los artistas que hoy son niños, mañana contarán algo muy diferente, lo cual no quiere decir que serán mejores que los de 1970, sino que seguramente serán más escépticos. Aun más que los actuales.
Aquellos niños fueron formados cuando estaba en su apogeo la violenta pedagogía que debía amasar al Hombre Nuevo. Los nuevos trovadores cantaban “te doy una canción con mis dos manos, con las mismas de matar”, “la rabia es mi vocación” y hacían loas a la guerra de clases, a la sociedad neoespartana y a los delirios castristas.
Elpidio Valdés fue parte de ese programa formativo porque entonces el gobierno se tomaba muy en serio los dibujos animados. Se suponía que los “muñequitos” pueden traer mensajes peligrosos, sobre todo los norteamericanos, que suelen portar un sutil “veneno” ideológico que daña la conciencia de niños y jóvenes y les inocula valores capitalistas.
Así que los animados socialistas, para derrotar a Walt Disney, debían ser portadores de contenidos adecuados para la formación del Hombre Nuevo, esa nueva versión del androide medieval (o sea, no había límites para obtener un lavado total de cerebro), y el valiente coronel mambí devino uno de los intentos más contundentes de lo que el arte “revolucionario” podía aportar a la ingeniería social que soñaba llevar a cabo Fidel Castro.
Aprendizaje de la rabia y el odio
Alguien puede pensar que esta visión es un poco exagerada, pero solo tenemos que pararnos un momento a observar a un niño que está viendo un pasaje en que Elpidio Valdés asegura que “todavía hay mucho machete que dar” o le ordena al corneta que toque “a degüello”.
En el documental Existen, de Esteban Insausti, donde aparecen varios locos de La Habana, uno de ellos admite que no le gusta Elpidio Valdés porque “no da enseñanza alguna a los niños”, y continúa con una pregunta: “¿Tú te imaginas a un niño con un machete para matar a otro?”.
Bueno, la verdad es que sí da enseñanzas, unas históricas y en su mayor parte militares (Padrón llegó a escribir El libro del mambí). Enseñanzas claras de que al enemigo imbécil hay que odiarlo a muerte, morderlo, patearlo, matarlo. Y los cubanos, incluyendo a los niños, somos ante todo soldados en campaña más que ciudadanos.
Es comprensible, y merecido, que este artista sea admirado por un público vastísimo, incluso fuera de Cuba, y más comprensible aún que sea incluso idolatrado por tantos humoristas del país, porque solo hay que echarle un vistazo a nuestra creación para reír en estos años, sin tener que retroceder hasta el paisaje cultural, de humor para llorar, en que nació y se desarrolló la obra de Padrón, quien, por lo menos, cuando se daba a su obsesión formativa, la aderezaba con gracia y mucha imaginación.
Vivan los españoles
Asimismo, al final, esas divertidas inyecciones de violencia no han alcanzado a tener grandes efectos. Si los jóvenes que ayer asistieron a la manía carnicera de Elpidio Valdés, se machetean unos a otros diariamente en la Cuba de ahora, no es por culpa de Juan Padrón en primer lugar, sino a causa de la jaula de miseria económica y moral que el grupúsculo gobernante nos ha construido para controlarnos. Además, una tras otra, las generaciones que han crecido aprendiéndose de memoria las aventuras de Elpidio Valdés, han experimentado al cabo que el enemigo real no es ni español ni yanqui, sino cubano como nosotros y que éste sí que nos odia a muerte.
Para colmo, los peninsulares comenzaron a regresar a la fidelísima isla en los años 90 para invertir capitales y construir hoteles para turistas, y entonces resultó que las brutísimas y despiadadas huestes del General Resóplez no eran tan terribles ya en comparación con los vecinos norteamericanos, que son los malditos-malos-malísimos y lo serán mientras no sigan el ejemplo de los antiguos colonialistas. Por si esto fuera poco, millones de cubanos quieren ser, ya que no americanos, por lo menos españoles.
Nada, sin embargo, niega que Juan Padrón sea un artista extraordinario, pero personalmente considero que su talento se reveló hace 29 años en la incomparable Vampiros en La Habana, que tanta frescura conserva y que carece de los pujos de mensajería patriotera de la saga de Elpidio Valdés, pues, en definitiva, las obras de artistas como Juan Padrón que trasciendan su época, no lo harán gracias a sus monsergas ideológicas, sino a pesar de ellas.
¿Cuántos se sientan frente al televisor a ver las hazañas del bravo mambí contra los españoles en espera del pasaporte que los haga súbditos de la Corona?
Pues, a resoplar, entonces!
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