Abel Prieto |
Los recientes comentarios de Abel Prieto prueban
algo que ya sabían muy bien todos los conocedores de la situación
cubana. Los dirigentes de Cuba están completamente desvinculados de la realidad
nacional. Las razones de esta descoordinación son numerosas pero reales, lo
prueba este ejemplo concreto, pero también el cotidiano actuar de toda una
élite de quita y pon, que no posee más legitimidad que la de la fuerza, la
costumbre y la desidia.
Sin embargo lo que llama la atención aquí no
son las trasnochadas declaraciones del ex alto funcionario, sino las reacciones
violentas de quienes lo critican. El intelectual es una especie particular
dentro de la fauna política socialista, no sólo de Cuba. Todas las naciones que
poseen un Ministerio de la Cultura padecen del mismo problema: una
superabundancia de intelectuales que medran a la sombra de una concepción de la
sociedad que les protege y justifica. Es el precio –altísimo- que pagan por
existir, sin más legitimidad que las que se acuerdan los unos a los otros.
La protección del poder les brinda becas,
viajes y publicaciones. Algo que sería difícil obtener si de sus propios “méritos”
intelectuales dependiera. Atacar a Abel Prieto no absuelve del compromiso de
todos los que, durante casi sesenta años dentro de Cuba y fuera de ella,
aceptaron mansamente el cuadro que se les ofrecía: “Dentro de la Revolución
todo, fuera de la Revolución nada” e integraron entonces, a sabiendas, las estructuras creadas por el castrismo para controlar y
yugular sus palabras y sus pensamientos.
Así pues, dentro del socialismo, los intelectuales
han de ser contenidos para protegerlos de sus propios excesos. De vez en
cuando, dentro de sus filas surge alguien que con gran lucidez e ingenio, medra
más que los demás y alcanza un real poder, dentro del que mueve sus hilos para
beneficio propio. Es el caso del ex ministro, con una diferencia de talla
mayor. Todos se recuerdan del absolutismo de Nicolás Guillén en la UNEAC y de
sus caprichosos gallos y gallinas que circulaban por los pasillos; no olvidemos
que nuestro insigne poeta falleció ahogado dentro de su propia soberbia,
aprobando con los ojos cerrados todos los desmanes del castrismo.
Abel en cambio, sabe poco de lo que pasa en
Cuba, lo concedo, pero durante sus muchos años al frente de la UNEAC, facilitó, haciéndose de la vista gorda, o interviniendo directamente, la
salida definitiva o temporal de numerosos “intelectuales” que a estas horas estarían vediendo refrescos de a peso por las calles; por eso se merece,
al menos, un poco de conmiseración. Él ha sido para muchos, de nosotros salvando las distancias, claro, el Arístides
de Souza Mendes o si se prefiere, el Oskar Schindler cubano. Algunos de los que
actualmente ponen el grito en el cielo, culpándolo, no por su ignorancia –que es
grande- sino por despecho (el señor Prieto con su mediana calidad literaria, representa
todo lo que ellos no pudieron, o no supieron, obtener dentro del castrismo) deberían
recordarlo y tener la amabilidad de dejarlo correr con una sonrisa en los labios. El resto es una pérdida de tiempo.
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