“Me duele España”,
se quejaba Miguel de Unamuno en 1895 y eso que todavía no se habían derrochado
las últimas posesiones de ultramar, ni perdido la guerra contra la chusca ex
colonia inglesa que se había propuesto desde principios del siglo XIX sacarla
a patadas de América. De primera potencia europea, de inmenso estado donde nunca se ponía
el sol, el país se fue viendo poco a poco reducido a la nada que es ahora.
Incluso –colmo de la humillación- hasta con un pedazo de su propio territorio
peninsular amputado por Inglaterra. Sujeto a la mofa despiadada de sus vecinos
europeos por las costumbres oscuras y los hábitos insalubres de sus habitantes.
Aferrados luego entre las manos de un ridículo opresor, cuando ya la tiranía no
la justificaba más que la indolencia. Maldita después de haber recibido tanto y
tanto dado. Triste España.
Los españoles llevan
más de un siglo quejándose de los mismos males: de la flojedad e incuria de
sus dirigentes, culpándose por lo propio y por lo ajeno. Aceptando sumisos las
lecciones de los otros, aquellos que saben más y que han triunfado, los que
visten mejor e inventan cosas, los que supieron treparse a tiempo en el tren de
la historia conservando o modificando sus imperios. “África empieza en los
Pirineos” comentaba Alejandro Dumas desde lo alto de sus galas certitudes; una
frase que luego los españoles mismos aceptaron y transformaron, para hacerse
todavía aun más daño, excluyéndose cobardemente, comportándose como si de
verdad la verdadera civilización empezara en aquella frontera.
El artículo de Andrés Ortega aparecido en “El País” me entristece y asola. España que tan mal se siente hoy,
se despierta con la ilusión del espejismo, de aquello que nunca fue todavía
brillando en la distancia. Sus hijos otra vez llamando a guerras en Cataluña y
en el País Vasco, asaltando Mercadonas. Sintiéndose los españoles todos, como
cuando se sueltan los toros y hubiere que correr empujados por sus propios
miedos, para llegar al término de un maldito viaje colectivo a la vergüenza.
Desengañados, tambaleantes después de tanta cuita, ardiendo profundos
resquemores que se creían enterrados. “España no puede nada” dijeron los
argentinos y la corrieron sin decoro en 2012. Fue la misma frase que salió de
la boca del presidente norteamericano McKinley cuando la echaron de Cuba en
1898. Ha pasado un siglo los hechos
no perdonan, el dolor del fracaso sigue vivo y es el mismo.
Sin embargo no se
puede cargar eternamente con una visión de la historia que conviene a los
primeros enemigos de España, a los precursores que planearon y desearon su
ruina varias veces: los mismos españoles. A pesar de todo lo antes dicho, España
no está condenada, puede levantarse otra vez y lo primero que tiene que hacer
para lograrlo, es desembarazarse de sus culpas y sus miedos, saliendo de ese
complejo de inferioridad que la mina desde dentro y paraliza todas sus fuerzas;
dejando a sus espaldas las brumosas profecías de la leyenda negra, exagerada
por aquellos que tanto la envidiaron en Europa, sin olvidar los estigmas del
fascismo. Ningún otro sentimiento de los que arrastran consigo hoy los
españoles sobre sus nobles espaldas es cierto, ni tampoco se sustenta en la
realidad, porque España no es una persona, es un país, formado por millones de
personas y el mal que la pudre desde dentro no es nuevo y no viene todo desde
el extranjero.
Basta apenas una
crisis para desencadenar los mismos demonios que adormecieron y hasta
parecieron borrar para siempre los años de bonanza económica. España sí puede
exorcizarlos para siempre. Lo primero que debiera hacer es llenarse los
pulmones para gritar su orgullo a los cuatro vientos, como ya ha sucedido en el
pasado durante las marchas multitudinarias de las palmas blancas contra el
terrorismo.
La crisis no es
culpa de las financieras, ni las conjuras, es responsabilidad probada de los
gobiernos de izquierda y de derecha que sucesivamente encontraron con el euro
una manera fácil de costear todas las locuras, alimentado el clientelismo,
esperando apagar con dinero las tentaciones nacionalistas. Nadie se preocupó
por invertir seriamente donde era necesario. El despertar es brusco pero
existen soluciones, la primera de ellas, la más importante, es dejar condenar
de una vez a Merkel, a Rajoy, a Zapatero y a Dios. Luego habrá que echarse a
andar para encontrar otra vez juntos el camino, como decía el poeta. Terminar
de una vez la transición. Quitando lo que haya que quitar, cortando por lo sano
y mejorando lo que haya que mejorar; pero sinceramente, sin mentir, haciendo
creer que el dinero se lo han robado los bancos, porque ladrones son todos los
que -de izquierda o de derechas- han costeado un falso desarrollo endeudándose
en los mercados.
Mantener un estado
de bienestar sin ahorro y sin la creación de riquezas propias ha sido una
estupidez mayúscula y esa es una verdad indispensable que los dirigentes
tendrán que exponer a los españoles en algún momento si quieren que vuelvan a
creer en la política; explicarles sin miedo a perder lo que tienen, que se
acabó la fiesta y que ahora hay que ponerse a trabajar de verdad haciendo entre
todos sin excepción los sacrificios que se imponen.
Otra cosa que puede
hacer España para salir de la crisis moral en la que se encuentra es abrirle
los brazos a Cuba. La otra España la que huele a tabaco y brea. Arrebatada de su seno hace más de un siglo por una alevosa
invasión y la artera participación de los que en La Habana y en la Península se
confabularon para perderlo todo. Hoy por culpa de la crisis, la solución
autonómica es más probable que hace un siglo. Si se ganase otra vez a Cuba por
referéndum popular, España en poco tiempo volvería a ser más de lo que era hace
un siglo. Con la isla en su seno no tendría que recibir lecciones de nadie en
Europa y, por primera vez en mucho tiempo, las nuevas generaciones de los dos
lados del atlántico comprenderían el significado de la palabra Patria fuera de
las arengas multitudinarias y los estadios de fútbol.
A tí te van a colgar de una guásima, como le hicieron a Narciso López...
RépondreSupprimerQuerida Ruperta, ya sé que no estás de acuerdo conmigo, pero yo nada tengo que ver con el testarudo de Narciso López que quería la anexión a los Estados Unidos, ¡a mí me interesa lo contrario!
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