Como cubano siempre me ha llamado la atención el poco cuidado que han puesto
investigadores de ambos lados del atlántico sobre el siglo XIX, cuando por
ejemplo, se ha tratado de analizar la influencia de la corriente masónica en
los sucesos que condujeron a la revolución de 1868, más conocida como La
Gloriosa, que terminó provocando la caída de Isabel II. A pesar de que se
sospecha la conexión entre estos hechos y el famoso “grito de Yara” iniciado
por Carlos Manuel de Céspedes en la isla, que dio inicio a la
guerra y terminó en 1898 con la intervención norteamericana y la caída del
gobierno autonomista de José María Gálvez, poco o nada saben los historiadores.
Tampoco en Cuba se ha analizado con la seriedad que merece el fiasco de la corriente autonomista, siendo ésta mayoritaria dentro de la isla y contar con el apoyo de amplios sectores de la sociedad civil desde el año 1810; ni en España se ha escrito nada que valga la pena en relación con la vergonzosa expulsión de los delegados cubanos a las Cortes en 1837, sin olvidar el estruendoso fracaso del proyecto de “Ley de autonomía para la gran Antilla” presentado por Maura ante en senado en 1883.
Tampoco se ha estudiado con la profundidad necesaria, la responsabilidad de los grupos de presión hispano-cubanos en estas lamentables decisiones, cuando sólo representaban sus intereses comerciales, por encima de los del resto de la nación, y cuando hablo de nación no me estoy refiriendo sólo a Cuba sino también a España. Durante largo tiempo, dichos grupos siguieron jugando un papel preponderante tras la pérdida institucional de las colonias en Cuba y en España. No hubo enjuiciamientos ni esclarecimiento de sus responsabilidades, al contrario, en Cuba integraron el gobierno y apoyaron con descaro la intervención norteamericana, sin repudiar la ocupación, mientras que en España, a pesar de impacto que significó la pérdida de Cuba, mantuvieron sus cargos en el senado o en el ejército.
Tampoco en Cuba se ha analizado con la seriedad que merece el fiasco de la corriente autonomista, siendo ésta mayoritaria dentro de la isla y contar con el apoyo de amplios sectores de la sociedad civil desde el año 1810; ni en España se ha escrito nada que valga la pena en relación con la vergonzosa expulsión de los delegados cubanos a las Cortes en 1837, sin olvidar el estruendoso fracaso del proyecto de “Ley de autonomía para la gran Antilla” presentado por Maura ante en senado en 1883.
Tampoco se ha estudiado con la profundidad necesaria, la responsabilidad de los grupos de presión hispano-cubanos en estas lamentables decisiones, cuando sólo representaban sus intereses comerciales, por encima de los del resto de la nación, y cuando hablo de nación no me estoy refiriendo sólo a Cuba sino también a España. Durante largo tiempo, dichos grupos siguieron jugando un papel preponderante tras la pérdida institucional de las colonias en Cuba y en España. No hubo enjuiciamientos ni esclarecimiento de sus responsabilidades, al contrario, en Cuba integraron el gobierno y apoyaron con descaro la intervención norteamericana, sin repudiar la ocupación, mientras que en España, a pesar de impacto que significó la pérdida de Cuba, mantuvieron sus cargos en el senado o en el ejército.
La situación actual por la que atraviesa Cuba
merece toda la atención del mundo. Una solución de consenso existe. Cubanos y
españoles están hoy delante de una oportunidad histórica sin precedentes y que
probablemente no vuelva a repetirse nunca, la de retomar camino juntos en la
historia. Para ello necesitan revisitar el pasado alejándose de ideologías marxistas,
nacionalismos baratos y pasiones tristes. La Asociación Autonomía Concertada para
Cuba, creada recientemente en París, se propone darles la posibilidad de pronunciarse
al respecto. Para ello necesitamos buenas voluntades, recursos económicos y la
colaboración de economistas y universitarios, capaces de ayudarnos a crear un
proyecto coherente que pueda ser presentado las dos naciones en un futuro
inmediato.
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