EL RÉGIMEN AUTONÓMICO CUBANO
Desde la creación de un gobierno autonómico interino, en enero de 1898, hasta la disolución de las instituciones autonómicas, en octubre de ese mismo año, se desarrolló en Cuba una experiencia de autogobierno única en la historia de la isla. En el curso de los cruciales meses previos al conflicto hispano-norteamericano y durante el desarrollo del mismo, el Ejecutivo y las cámaras autonómicas trataron de llevar a la práctica los sueños de autogobierno alimentados a lo largo del siglo XIX por el reformismo antillano. Paralelamente, el control por los revolucionarios de amplias zonas del oriente de la isla permitió la organización en ellas de una estructura paraestatal —la República en Armas— que coexistió junto al régimen autonómico y que, como éste, desaparecería tras la guerra hispano-norteamericana. De ahí que Michael Zeuske llame la atención sobre la existencia de dos entidades estatales provisorias en Cuba durante 1898. Una —el régimen autonómico— ni totalmente española ni plenamente cubana; otra —representada por el gobierno revolucionario— inestable y frágil, sin un proyecto político claro, como pondría de manifiesto su incapacidad para articularse en una alternativa viable tras el final de la soberanía española sobre la isla. En realidad, ambas entidades estatales representaban dos vías diferentes en el proceso de construcción nacional. La autonomía llegaba como consecuencia del fracaso de España para imponer una solución militar al conflicto cubano. La concesión de la autonomía política a las colonias constituía la última carta de la metrópoli para empujar a los separatistas a pactar una fórmula que mantuviera, siquiera nominalmente, la soberanía española sobre la isla, poniendo fin a la sangría representada por la guerra colonial y evitando, de este modo, la inminente intervención estadounidense.
La creación del régimen autonómico respondió a este doble objetivo y esa fue precisamente la causa de su fracaso. En la medida que la experiencia autonómica pretendía servir para sentar las bases de un consenso entre la mayoría de los cubanos, su éxito o fracaso dependía de la buena voluntad de la administración estadounidense —única capaz de presionar de forma eficaz a los independentistas— y ésta tenía prácticamente decidida la intervención desde principios de 1897. La actitud de Estados Unidos condenó al régimen autonómico al alentar la negativa de los revolucionarios a cualquier acuerdo que no entrañara el inmediato final de la soberanía española sobre Cuba y utilizar este fracaso como pretexto para poner en marcha la intervención.
Con todo, si la tardía concesión de la autonomía a España respondió a los móviles citados, tampoco hay que olvidar que esta fórmula había contado con el respaldo de sectores significativos de la opinión pública y del espectro político tanto en la metrópoli por convencer a amplios sectores de la clase política española de la necesidad de responder a las demandas de autogobierno de la mayoría de la población cubana. La negativa del gobierno conservador a aceptar esta situación —en parte por razones ideológicas, en parte por las dificultades para desmarcarse de los intereses ligados al mantenimiento del pacto colonial— retardó la aplicación de esta medida hasta que fue demasiado tarde.
Agustín Sánchez Andrés ENTRE LA ESPADA Y LA PARED. EL RÉGIMEN AUTONÓMICO CUBANO, 1897-1898 Revista Mexicana del Caribe, año/vol. VIII, número 016, Universidad de Quintana Roo, Chetumal, México, 2003
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