Los nuevos cubanos en España: trampas de gusañeros
Por Carlos Cabrera Pérez
Pioneros por el comunismo; seremos como el Che
Lema de la Unión Pioneros de Cuba
Lema de la Unión Pioneros de Cuba
En España, la invasión más reciente de
tramposos cubanos llegó con una parte de los hijos y nietos españoles
acogidos bajo la Ley de Memoria Histórica, que les dio derecho a
nacionalizarse, a cobrar una ayuda de retornado y a una paga de 462
euros mensuales, acreditando que no se dispone de medios para vivir.
El Ministerio de Interior español cifra en
183 mil los cubanos nacionalizados españoles, gracias a la ley del
gobierno socialdemócrata de José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2011),
que permitió recuperar la ciudadanía a hijos y nietos de españoles que
emigraron a Iberoamérica en el siglo XX por diversas causas.
Durante la tramitación de la ley los
pícaros más aventajados recorrieron pueblos y parroquias españoles,
buscando papeles para sí mismos, parientes y amigos y, en algunos casos,
consiguieron documentos que luego vendieron a cubanos en la isla para
que intentaran el salto ibérico.
Demandantes de empleo a distancia
Superada esa etapa, el siguiente fraude
consiste en viajar a España, empadronarse en una dirección y darse de
alta como Emigrante Retornado y Demandante de Empleo en el Instituto
Nacional de Empleo (INEM), y en la Seguridad Social, que otorga un
número de identificación y las ayudas en cada caso.
Como no todos pueden permanecer en España
durante mucho tiempo, menos ahora en tiempos de crisis global, el que
vuelve a Cuba encarga por amistad o mediante pago de una pequeña
cantidad a otro que reside permanentemente o puede quedarse, para que le
renueve, vía internet, su condición de Demandante de Empleo, cada tres o
cuatro meses, para no perder los 462 euros mensuales.
Muchos lectores se sorprenderán de la falta
de controles de la Administración española, pero lamentablemente es
así. Ni siquiera se tiene capacidad para evitar el fraude de los propios
españoles. Hay comarcas enteras en las que la peor noticia suele ser la
llegada de una gran inversión o puesta en marcha de nuevos servicios y
negocios, que exigen mano de obra.
En los últimos años, estamos asistiendo a
la revelación diferentes tipos de fraudes cometidos por cubanos y
cubanas en sociedades democráticas, lo que genera a percepción de que
Cuba es un país de tramposos. Y puede que lo sea, pero debemos partir de
la base que el mayor pícaro es el Estado totalitario que, por ejemplo,
paga en pesos cubanos y cobra alimentos y servicios en pesos
convertibles.
El fraude, lamentablemente, casi siempre
está asociado a la cultura de la pobreza y las políticas de voto
cautivo, con la excepción de los delitos llamados de guante blanco, que
son cometidos por ricos que quieren evadir impuestos para ser más ricos.
Pícaros de nacimiento
En Europa, en la zona mediterránea, desde
Turquía a Portugal, suelen darse las mayores bolsas de fraude, a
diferencia de Escandinavia o el centro del continente.
Por tanto, Cuba no es la más honrada ni la
más pícara, aunque los niveles de fraude cometidos por cubanos y cubanas
en sistemas democráticos sea una tendencia preocupante. La revelación
del caso es que la democracia no es un valor por sí mismo para quien se
ha acostumbrado a hacer trampa desde pequeño.
La isla ha transitado desde el idealismo de
querer abolir el dinero a una fauna variopinta de tramposos emmigrados
con apetito por el Medicare norteamericano, los fraudes con choques
fabricados, las inscripciones de nacimiento falsas para venderlas a
otros inmigrantes y facilitar su legalización, y las tarjetas de débito y
crédito de los bancos.
Pero el caso de Cuba, sin pretender
justificar a tramposo alguno, tiene varias causas, y la primera es la
cultura de la pobreza impulsada por el régimen castrista, que no solo
redujo a niveles de Nicaragua los índices de renta, empleo y bienestar
en la nación, sino que impuso y promovió una simulación general en casi
todos los órdenes de la vida.
La fidelidad al castrismo ha sido el valor
predominante en los últimos 54 años, por encima, de valores
tradicionales como la honradez, el trabajo bien hecho, la buena
educación y el respeto a la familia, amigos y vecinos.
La crisis económica de los 90 fue un
catalizador de pobreza y de fraudes, pero desde mucho antes las familias
cubanas -incluso las más honradas- se veían obligadas a violar la ley
para poder alimentarse y vestirse; es decir, para vivir. La Libreta de
¿abastecimiento? tiene 51 años de vida.
Gobernante alarmado
Hace poco, Raúl Castro se mostró alarmado
por la pérdida de valores cívicos y la mala educación que reina en Cuba,
aunque luego contradictoriamente se juntó con maleducados de medalla
como Daniel Ortega, Evo Morales, Rafael Correa y Nicolás Maduro, en la
celebración por el asalto al Cuartel Moncada.
Recientes revelaciones de las autoridades
norteamericanas sobre desfalcos millonarios al Medicare y consiguientes
envíos de dinero a Cuba han desatado todo tipo de especulaciones,
incluida la de que el Ministerio del Interior (MININT) habría creado
fuerzas especializadas para estafar al programa federal de salud en
Estados Unidos.
Pero no creo que haga falta que el MININT
forme a cubano alguno en fraude. Son tantos años conviviendo con trampas
de todo tipo y en un limbo jurídico casi absoluto, que cualquier cubano
avispado puede atreverse a montar un fraude con la ilusión de vivir sin
trabajar, otro de los graves problemas de Cuba.
Enviar el dinero a Cuba debe basarse en la
errónea creencia de que la enemistad pública entre ambos gobiernos
pudiera impedir cualquier colaboración con las autoridades
norteamericanas, pero el fraude les saldrá por la culata, pues Raúl
Castro no va a asumir ningún peligro por un delincuente menor (mirad el
caso Snowden). Aún con la probabilidad de que el banco cubano genere un
mecanismo para distraer un porcentaje goloso del depósito, en concepto
de inconvenientes causados.
De hecho, el castrismo ya ensayó su gran
fraude, convirtiendo a un grupo de policías en ladrones, bajo el
pretexto de luchar contra el embargo comercial norteamericano, y cuando
un Estado desmoraliza a un militar, convirtiéndole en contrabandista y
narcotraficante no solo comete una gran estafa, sino que se suicida
moralmente.
Son tantos años de resolver por la
izquierda, de ir escapando, de preguntar si hay búsqueda que,
desgraciadamente, para muchos cubanos y cubanas, vivir en democracia con
derechos sociales y justicia, solo ha servido para animarlos a seguir
persistiendo en la práctica errónea de no reconocer el trabajo honrado
como fuente de riqueza y bienestar. Y así les va.
Gusanos y compañeros
Lamentablemente, solo trascienden los
tramposos de un lado, pero no deben obviarse los numerosos tramposos con
carné del Partido Comunista y/o grados militares que han amasado
verdaderas fortunas a costa del hambre y las carencias de sus hermanos,
sea administrando un restaurante, un almacén, una carnicería, una gran o
mediana empresa y hasta una funeraria.
Vivimos tiempos de gusañeros (mitad
gusanos, mitad compañeros) quienes -tristemente- encarnan al verdadero
Hombre Nuevo cubano: simulador e hipócrita para no resultar incómodo con
la dictadura, tramposo en cualquier latitud y desleal hasta con su
familia y amigos. Muchos de aquellos pioneros que simulaban querer ser
como el Che Guevara son ahora reyes del fraude y padecen del vértigo de
un pobre harto de pan y lentejuelas.
Y que nadie caiga en la tentación de pensar
que el gusañero responde a un determinado grupo de edad, nivel
educacional o tipo racial o barrio o zona de residencia.
Aquí tampoco ha habido suerte y el gusañero
es transversal en la sociedad del tardocastrismo, donde conviven el
cuatrero zafio, la monja carterista y el gran intelectual que finge
sufrir por no poder ir a la Scala de Milán o visitar el Hermitage, y
luego lo encuentras rebañando en la tienda El Rey del Trapo y
encarándose con el dependiente porque no encuentra el zapato izquierdo
de su talla.
Pero no todo está perdido. En ambas orillas
de la plural geografía cubana hay hombres y mujeres viejos que trabajan
con honradez, privilegian el valor de la amistad y son coherentes con
aquella majadería que enarbolaban nuestros abuelos: Pobres, pero
honrados…
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