Por: Elier Ramírez Cañedo
Martí tuvo una total comprensión de la necesidad del debate de ideas como vía para que el proyecto revolucionario y los lineamientos generales del modelo de república al que aspiraba, y consideraba viable y necesario en nuestras condiciones históricas, pudieran ser concientizados por las masas humildes que, a su juicio, debían dirigir la revolución. Sabía que a la práctica revolucionaria debía anteceder una enconada lucha de pensamiento, como antesala indispensable para la reorganización política e ideológica y militar de las fuerzas revolucionarias. Asimismo, entendía necesario ganar el sentimiento patriótico, y a la vez, la conciencia de los más amplios sectores de la población. Era también de importancia ir anulando las dudas sobre la posibilidad de la victoria militar, a pesar del fatídico recuerdo de los fracasos anteriores. A su vez, se hacía vital la unidad de las distintas tendencias dentro del movimiento patriótico y en fin, que se generalizara el convencimiento de la capacidad de los cubanos para el gobierno propio. Por tales motivos, en su ardua labor organizativa de la nueva acometida mambisa, Martí dedicó una significativa parte de su tiempo, para referirse al autonomismo, trasmitiendo en sus discursos, escritos y cartas: análisis, valoraciones y críticas profundas respecto a esta corriente política. Se percataba de que el autonomismo podría convertirse en un poderoso dique de contención frente al ideal independentista. A sus preocupaciones se le añadía, su acertada valoración de lo ponzoñoso que resultaba para la causa revolucionaria, que los autonomistas gozaran de la ventajosa posición de desplegar su labor propagandística al interior de la Isla, mientras que su radio de acción quedaba restringido fundamentalmente a la emigración cubana. Conocía muy bien que las figuras más egregias del autonomismo: Rafael Montoro, Eliseo Giberga, Antonio Govín, Rafael Fernández de Castro, etc, eran prestigiosos intelectuales y que, sus excelsas aptitudes para hacer vibrar las sensibilidades de los cubanos desde los púlpitos, podía devenir en la suma de simpatías a su bandera política en desmedro de la causa redentora. Ante tal situación, Martí justipreciaba que los autonomistas resultaban mucho más perniciosos que los anexionistas y los propios integristas. Hacia esta corriente política quedó entonces enfocada la mayor parte de su artillería ideológica.
El 21 de abril de 1879, encontrándose Martí en la Isla conspirando por un nuevo estallido revolucionario, fue invitado a un banquete que el Partido Liberal le ofreció en los altos del Louvre al periodista Adolfo Márquez Sterling, director del periódico La Libertad. El “Sinsonte del Liceo de Guanabacoa”, como le llamaban por su elocuencia, tuvo allí la posibilidad de mostrar su inmensa valentía política y sus excelentes dotes como orador dentro de la misma patulea autonomista:
“...por soberbia, por digna, por enérgica, yo brindo por la política
cubana. Pero si, entrando por senda tortuosa, nos planteamos con todos
sus elementos el problema no llegando por lo tanto a soluciones
inmediatas definidas y concretas; si olvidamos como perdidos o
deshechos, elementos potentes y encendidos; si nos apretamos el corazón
para que de él no surja la verdad que se nos escapa por los labios; si
hemos de ser más que voces de la patria disfraces de nosotros mismos; si
con ligeras caricias en la melena, como el domador desconfiado, se
pretende aquietar y burlar al noble león ansioso, entonces quiebro mi
copa: no brindo por la política cubana”. (1)
No sería muy difícil para Martí desentrañar, con mucho juicio, la mezquina defensa de intereses económicos dentro del movimiento autonomista como una de las causas primordiales que condicionaba su actuación política. De lo que se percataba no era más que el basamento clasista del autonomismo. Sabía que el sector que lo conformaba, esencialmente los de su cúpula dirigente, convertida en hegemónica desde sus inicios, cuando centralizó de forma férrea la dirección del Partido; se aferraban al mantenimiento o satisfacción de intereses clasistas, uno de los motivos reales por el que condenaban la vía insurreccional como solución para Cuba. Temían a una verdadera revolución de amplio contenido social, que pusiera en peligro nuevamente sus riquezas e intereses, ya afectados durante la pasada insurrección. A su vez, veían con rechazo una guerra independentista que podía afectar, según ellos, la aspiración de alcanzar el advenimiento de un capitalismo desarrollado. Esto fue así, aún en los momentos en que se hacía más que evidente que no había otra opción que la ruptura definitiva con España y el sentir de la mayoría de los cubanos se inclinaba hacia la vía emancipadora.
Para Martí, “el deber de procurar el bien mayor de un grupo de hijos del país”, no podía ser superior “al deber de procurar el bien de todos los hijos del país”. (3) No era para él, la caja lo que había que defender, “ni con poner en paz el débito y el crédito, o con capitanear de palaciegos unas cuantas docenas de criollos”, se acallaba “el ansia de conquistar un régimen de dignidad y de justicia”. (4)
La nación que ensoñaba Martí, “Con todos y para el bien de todos”, nada tenía que ver con la que aspiraban los personeros del autonomismo, en la cual los intereses de un solo sector de la población cubana encontrarían complacencia. Después de una “conmoción tan honda y ruda” como lo fue la Guerra de los Diez Años, decía Martí, los autonomistas se equivocaban al pensar que podían ser “bases duraderas” para calmar la agitación: “el aplazamiento, la fuerza y el engaño”. Los criticaba por tratar de elevar a “categoría de soluciones, que para ser salvadoras” habían de ser generales y satisfacer al mayor número de cubanos, sus “aspiraciones acomodaticias sin precedente y sin probabilidad de éxito” y por negarse a poner sus “manos sobre las fibras reales de la patria, para sentirlas vibrar y gemir”, cerrando “airados los oídos” y cubriéndose “espantados los ojos, para no ver los problemas verdaderos”. (5)
Sin embargo, Martí distinguía muy bien los diferentes elementos que componían el Partido Autonomista. Reconocía dentro de su membresía, no solo a los que actuaban según intereses económicos, y por tanto defensores a ultranza de una solución inoperante en aquellas circunstancias históricas, sino también a los cubanos que tenían un pensamiento patriótico y progresista dentro de sus filas y que auguraban en el autonomismo una vía para el adelanto de la nación, a los independentistas que esperaban la hora de volver a la manigua, a los que francamente creían que España podía hacer concesiones honorables a la Isla y a los que con honestidad no eran partidarios de una guerra, por las terribles consecuencias que provocaría:
“Honra y respeto merece el cubano que crea sinceramente que de España
nos puede venir un remedio durable y esencial, - porque hay uno, o dos,
cubanos que lo creen: honra y respeto al que, en la certidumbre de que
un pueblo no ha de disponerse a los horrores de la guerra por el convite
romántico de un héroe frustrado, dirija su política (…) Al que se
engañe de buena fe, y al que se prepare, sin traición a la política de
paz insegura, para atender con el menor desconcierto posible a las
consecuencias naturales, en un pueblo empobrecido e infeliz, del fracaso
de una tentativa de paz tan inútil como sincera, honra y respeto. Pero
al que finja, blanqueando el corazón, aquella creencia en el remedio
imposible que afloja las fuerzas indispensables para el remedio final;
al que prefiere su bien inseguro, impuro, al servicio franco de la
Patria, o contribuye con su silencio y su favor,….; al que oculta
sabiendo la verdad, y promete lo que no cree, con labios prostituidos, y
pretende demorar la obra sana de la indignación, …, a esos enemigos de
la república, a esos aliados convictos del gobierno opresor, ¡ ni honra
ni respeto! (6)
Martí insistía continuamente en la importancia, la inevitabilidad y la necesidad de una nueva contienda para resolver las urgencias del país, y por demás, la única forma de llegar a la raíz del problema. La guerra era “por desdicha el único medio de rescatar a la patria de la persecución y el hambre;…” (8)
Asimismo, para El Apóstol, eran inadmisibles las soluciones intermedias, desde pequeño había resuelto el dilema planteado: “Yara o Madrid”, eligiendo con plena convicción y total entereza la entrega total a la causa redentora; lo que devino luego en su bregar incansable por acreditar la revolución, explicando sus causas, su necesidad, procedimientos, fines, errores cometidos y los previsibles. Por suma, el argumento fundamental de la Revolución lo apreciaba en la incapacidad de España en conceder “el sistema ineficaz de la autonomía en el plazo en que pueden esperarlo sin estallar la dignidad y la miseria de Cuba,…” (9)
Para Martí, era evidente la taimada actitud de las autoridades metropolitanas que pretendían suavizar con reformas vacuas el descontento desembozado que se vislumbraba en el pueblo antillano. Lo hacían según él, con la intención de mitigar el peligro de un nuevo estallido independentista, que se acrecentaba por las labores que desplegaba el Partido Revolucionario Cubano en la emigración:
“ ¿Y cuándo, sino cuando está la revolución a puerta; cuándo, sino por
la virtud y poder de los partidarios de la revolución; cuándo, sino por
la necesidad apremiante de quitar vigor a la idea de guerra en la isla,
que las emigraciones impulsan y apremian; cuándo, sino por esta espuela
que llevamos los emigrados al talón; cuando, sino por el miedo que
inspira al gobierno nuestra ordenación revolucionaria obtendría Cuba, de
la metrópoli que aún después de diez años se burla de ella, esas
migajas de apariencia con los que da a los tímidos pretexto para acatar y
con los que ya no puede engañar a la isla escarmentada? (10)
Los autonomistas, principalmente los de su cenáculo directivo, se empeñaron en la espera agónica de que España cediera a sus reclamos, cerrando los ojos ante una patria que se desangraba, víctima de un colonialismo salvaje y expoliador, que no tenía, ni podía conceder absolutamente nada, pues el entramado de intereses de la metrópoli, de los sectores y grupos privilegiados peninsulares y la oligarquía españolista de la Isla, no se lo permitía. Esto sin contar que en la mayoría de los sectores gubernamentales españoles, la autonomía era vista como una forma solapada de buscar la independencia.
Martí, conocedor de esa realidad cubana y a la vez, de los intereses que se movían en la Península, por el tiempo que vivió en ella exiliado, no desaprovecha oportunidad para referirse a la inviabilidad de la autonomía. Consideraba que era una solución que no iba a la esencia del problema isleño e impracticable bajo las cadenas coloniales metropolitanas. Estaba convencido de que había que llegar a la raíz del problema cubano, y la única manera de hacerlo era alcanzando la libertad sin cortapisas:
“Si la revolución tuviese por objeto mudar de manos el poder habitual
de Cuba, o cambiar las formas más que las esencias, caería naturalmente
la obra revolucionaria en los que, por profesión o simpatía o liga de
intereses, están entre los habitantes de la isla, abocados al ejercicio
del poder (…). Rudo como es el refrán de los esclavos de Luisiana, es
toda una lección de Estado, y pudiera ser el lema de una revolución:
“Con recortarle las orejas a un mulo, no se le hace caballo” (…) Ni
dentro de la ley, ni dentro de su esperanza agonizante, ni dentro de su
composición real, podría más el partido autonomista, ni insinúa más, que
reconocer la ineficacia de impetrar de España, con la sumisión que
convida al desdén, una suma de libertades incompatibles con el carácter,
los hábitos y las necesidades de la política española”. (11)
Creía el Apóstol que Cuba no tenía que lograr autonomía, como las colonias inglesas, para convencerse, como lo estaban ellas, de que la autonomía era insuficiente y tenía necesariamente que ceder, bajo la fuerza de las circunstancias, ante la solución independentista. (13)
Ante la actitud cómoda y sumisa de los autonomistas más recalcitrantes, la respuesta martiana fue siempre enérgica:
“¿Qué esperan esos hombres que afectan esperar todavía algo de sus
dueños? ¡Oh! Yo no he visto mejillas más abofeteadas, yo no he visto una
ira más desafiada; yo no he visto una provocación más atrevida… ¿Qué
afectan esperar, cuando con desdeñosa complacencia, no perdonan sus
dueños ocasión de repetirles que no cabe pedir allí donde se ha de tener
por entendido que no hay nada ya que conceder? (14)
“Es grato esperar, por el ardimiento propio del corazón del hombre y
por los consejos de un justo interés, que estén juntos en la hora
definitiva de crear la república, los confesos de la política pacífica y
los preparadores de la guerra inevitable”. (16)
En su discurso del 10 de octubre de 1891, pronunciado en Hardman Hall, Nueva York, retoma estos criterios:
“…ni blandimos el marchamo para señalar las frentes culpables del
terrible desorden espiritual, ni le señalamos con manos rencorosas la
agonía de un pueblo que pudo mantenerse, y se debió mantener, en la
campaña de la prudencia, disciplinado para la de la resolución; sino que
abrimos los brazos, pensando solo en que somos pocos, aún cuando
fuésemos todos, para reparar el tiempo perdido, para encender en la fe
nueva los ánimos vibrantes...” (17)
Su labor aglutinadora, abierta a incluir a los autonomistas, también la podemos percibir en su artículo “El Lenguaje reciente de ciertos autonomistas” publicado en Patria en 1894, cuando profirió a través de brillantes líneas: “El templo está abierto, y la alfombra está al entrar, para que dejen en ella la sandalias los que anduvieron por el fango, o se equivocaron de camino”. (19)
Martí vislumbró, como gran estadista que era, cuál iba a ser el destino del Partido Autonomista y de sus seguidores. Manifestaba que a la hora del estallido revolucionario, muchos autonomistas irían a parar a la manigua, mientras que sus más connotados y fieles representantes se unirían a España o terminarían en la emigración: “La masa sana, que siguió siempre al autonomismo porque creyó que con él se iba a la independencia, se irá entera a la revolución”. (20)
Valorando la situación en que se encontraba el Partido Autonomista en septiembre de 1894, Martí enfatizaba:
“Pero el autonomismo, como organización política, y como entidad actual
de Cuba, ha cesado ya de existir, y solo entraría a la vida real si
obedeciendo a la voluntad clara del país, la encabezase en vez de
echarla en brazos de sus opresores. Desertado en Oriente, vencido ya en
la conciencia camagüeyana, que un día lo ayudó de buena fe; reducido en
Las Villas al aplauso curioso de los teatros incrédulos; postergado en
occidente, que es donde más pudiera fungir…” (21)
“A silbidos ha echado España del Congreso la autonomía de Cuba. A
balazos, dice el jefe del gobierno español que echará atrás la
autonomía. Ya no hay en Cuba autonomistas. No los debe haber. El honor
no permite que los haya.” (22)
“No es que no debió existir el partido de la paz, sino que no existe
como debe, ni para lo que debe. Es que jamás ha cumplido con su misión,
por el error de su nacimiento híbrido, por la falta de grandeza en las
miras. Es que no abarca en la lucha del país contra sus opresores, todos
los elementos del país. Es que no ha podido allegarse a las fuerzas
indispensables para el triunfo, ni para el goce pacífico de él, ni para
la vida sana de la patria, aún dentro de la libertad incompleta, o
desdeña el trato verás con todos aquellos que se hubieran puesto del
lado de la libertad contra España, si hubiese citado a la guerra común
por la libertad, como debió citar, a los que por culpa de España padecen
como nosotros de falta de libertad, (…) Es que el Partido Autonomista
por su debilidad, su estrechez y su imprevisión, ha hecho mayores los
peligros de la patria” (23)
“..., dábase el caso singular de que los que proclamaban el dogma
político de la evolución eran meros retrógrados, que mantenían para un
pueblo formado en la revolución las soluciones imaginadas antes de ella,
y que los que en silencio respetuoso les permitían el pleno ensayo de
su sistema inútil, eran, aunque acusados de enemigos de la evolución,
los verdaderos evolucionarios” (24)
Estas y muchas otras aristas, que pudieran abordarse sobre el pensamiento martiano con respecto al autonomismo, son de extraordinaria importancia para lograr un mayor acercamiento a esta corriente política que irrumpió en la segunda mitad de la centuria decimonónica cubana, como una vía que confrontaba peligrosamente los postulados independentistas. Esto fue vislumbrado por Martí desde fecha muy temprana y por tal motivo se detuvo con regularidad a analizar este movimiento, para poder combatirlo con la fuerza de su pensamiento. El impetuoso combate ideológico desarrollado por Martí en la emigración frente a las ideas autonomistas, ayudó a que muchos cubanos desentrañaran el basamento clasista que caracterizó a la agrupación política, su inoperancia histórica, la heterogeneidad de sus filas y su ostensible antindependentismo. Asimismo, contribuyó a encumbrar la solución independentista como el único derrotero posible a seguir para resolver los males de Cuba, encaminado a la coronación de una nación pletórica de dignidad, libertad y justicia.
No fue necesario para Martí que sus ideas sobre el autonomismo llegaran a Cuba, para que el sentimiento mayoritario del país se inclinara hacia la independencia. La propia rigidez y brutalidad del colonialismo español hizo más contra el autonomismo al interior de la Isla, que la labor ideológica del Apóstol, la cual solo tuvo una notable circulación entre los emigrados cubanos. No obstante, en su incansable lucha contra quienes fueron son más dignos rivales en el campo de las ideas, José Martí aportó a nuestro proceso histórico, la importante experiencia de lo trascendental de la labor ideológica en una causa revolucionaria.
Notas
(1)José Martí: Discurso en los altos del Louvre, La Habana, 21 de abril de 1879, en: Obras Completas. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1975. t.4. p. 178 (Y Martí, según se dice, unió a sus palabras la acción de quebrar su copa)
(2)Mañach, Jorge: Martí. El Apóstol. La Habana. Editorial de Ciencias Sociales, 1990. p.1 03.
(3)José Martí: “La Política”, Patria, New York, 1892, en: Ob. cit., t.1. p. 335-336.
(4)José Martí: “Autonomismo e Independencia”, Patria, New York, 1892, en: Ob. cit., t.1. p. 355.
(5)José Martí: Discurso en Steck Hall, New York, 24 de enero de 1880, en: Discursos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974. p. 56.
(6)José Martí: Discurso en Hardman Hall, New York, 10 de octubre de 1889, en: Ob. cit., pp. 96-97.
(7)José Martí: “La agitación autonomista”, Patria, New York, 1892, en: Ob. cit., t.1. p. 233.
(8)José Martí: Discurso en el Masonic Temple, New York, 10 de octubre de 1887, en: Ob. cit., p. 78.
(9)Ibídem., p.195.
(10)José Martí: “¿Conque consejos y promesas de autonomía?”, Patria, New York, 1893, en: Ob. cit., t.2. pp. 288-289.
(11)José Martí: “La agitación autonomista”, Patria, New York, 1892, en: Ob. cit., t.1. pp. 332-333.
(12)José Martí: “Política Insuficiente”, Patria, New York, 1893, en: Ob. cit., t.2. pp. 193-195.
(13)José Martí: “Los Cubanos de Ocala”, Patria, New York, 1892, en: Ob. cit., t.2. pp. 50-51.
(14)José Martí: Discurso en Steck Hall, 24 de enero de 1880, en: Ob. cit., p. 63.
(15)Ver: Mañach, Jorge en: Ob. cit., pp. 171-172.
(16)José Martí: “La agitación autonomista”, Patria, New York, 1892, en: Ob. cit., t.1. p. 333.
(17)José Martí: Discurso en Hardman Hall, New York, 10 de octubre de 1891, en: Ob. cit., p. 140.
(18)Ver: Loynaz del Castillo, Enrique. Memorias de la Guerra. LaHabana: Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1989. p. 80.
(19)José Martí: “El lenguaje reciente de ciertos autonomistas”, Patria, New York, 1894, en: Ob. cit., t.3. p. 266.
(20)José Martí: Ibídem., t.3. p. 265.
(21)Ibídem., p. 264.
(22)José Martí: “Las Reformas en Cuba”, Patria, New York, 1894, en: Ob. cit., t. 3. p. 426.
(23)José Martí: “Discurso en Hardman Hall, New York, 10 de octubre de 1889”, en: Ob. cit., p. 100.
(24)José Martí: Discurso en Hardman Hall, New York, 31 de enero de 1893, en: Ob. cit., p. 195.
(25)Alejandro Sebazco: “José Martí y el Autonomismo: Dos alternativas de la nacionalidad cubana”. En: Ob. cit., pp. 168-169.
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