- Viajamos a ...abril de 1898
- Sagasta: 'Frente a USA, guerra o deshonor'
Eduardo García Serrano
El progresista presidente español Práxedes Mateo Sagasta apeló al Honor para ir a la guerra contra EE.UU, en Cuba. Años después, Churchill hizo lo mismo frente a Alemania.
Hundimiento del acorazado Maine.
Un viejo aforismo universal dice que "si la Filosofía se escribe en griego y el Derecho en latín, el Honor se escribe en español". Hasta un progresista como Práxedes Mateo Sagasta apeló al Honor cuando en abril de 1898 Estados Unidos le declaró la guerra a España. "Guerra o deshonor", clamó Sagasta desde la presidencia del Consejo de Ministros ante el desafío militar arrojado como un guante al rostro de España por los Estados Unidos. ¡Ojo!, advertencia previa imprescindible para todos los progres (que no progresistas), herederos de Sagasta, que creen que el Honor es bisuteria moral propia de la carcundia del viejo bunker de la derecha calderoniana: varios años después de 1898, cuando Europa contempló impasible cómo la Alemania nazi invadía los Sudetes, Churchill pronunció una frase equivalente a la de Sagasta "habéis preferido el deshonor a la guerra, y ahora tendréis las dos cosas", dijo el viejo león inglés para denunciar la cobardía europea ante el expansionismo germánico.
Todo comenzó con la explosión, todavía hoy sin aclarar, del crucero norteamericano Maine, con 260 muertos entre sus tripulantes. El buque estalla en las cercanías de las costas de la provincia española de Cuba, de donde Estados Unidos quería expulsar a España por considerar que era una zona geopolítica que debía estar bajo la hegemonía y tutela norteamericana. Ni España ni su guarnición militar cubana tuvieron nada que ver con la explosión del Maine. Es más, los españoles pusieron a disposición de los supervivientes del buque su logística de rescate, refugio y atención médica. No sirvió de nada, exactamente igual que el informe oficial elaborado por las autoridades españolas que demostraba que España nada tuvo que ver con la explosión del crucero estadounidense. La prensa norteamericana, con su célebre consigna "Remember the Maine", clamaba a favor de la guerra contra España. Tal fue el éxito de esa campaña periodística que, finalmente, el presidente norteamericano McKinley firmó la declaración oficial de guerra, después de que España rechazara la última oferta de paz del embajador norteamericano en Madrid consistente en el pago de 100 millones de dólares por la isla, más otro millón para el político o diplomático español que cerrase la operación. España consideró deshonrosa la oferta y EE.UU. consiguió lo que buscaba: la guerra.
"Guerra o deshonor", clamó Sagasta y la inmensa mayoría de la sociedad española le apoyó. La infantería española destrozó, literalmente, a la infantería norteamericana que, henchida de su propia propaganda, no sabía a quien se enfrentaba: a la mejor infantería del mundo, heredera de las Falanges griegas, de las Legiones romanas y de los Tercios del Gran Capitán. Pero todo se perdió en el mar. Todo, menos el Honor. La flota española, fondeada en puerto, se encontró bloqueada por la escuadra norteamericana, sin poder salir de la bahía sin una acción disuasoria de las baterías de costa. En España nadie entendía que la flota permaneciese amarrada en puerto. En un acalorado debate sobre el honor y el coraje, el Congreso dio la orden de que saliese a mar abierto a combatir. El almirante Cervera, que sabía lo que les esperaba, cumplió la orden política del Congreso y con la proa del buque insignia, el Infanta María Teresa, abrió un pasillo hacia la muerte de sus hombres y de sus buques. La boca de la bahía era demasiado estrecha y el fuego enemigo se desplegaba en abanico en mar abierto. Los barcos españoles no pudieron salir en formación de combate. Abandonaron el puerto de uno en uno ofreciéndose a la artillería naval norteamericana. Habían aceptado el sacrificio porque el Congreso así lo había ordenado para salvar el Honor de la Patria. En menos de cuattro horas la flota española fue masacrada en aguas cubanas. En La Paz de París, firmada en diciembre de 1898, España lo perdió todo, menos el Honor. La derrota en la que perdimos Cuba, Puerto Rico y Filipinas fue responsabilidad de los políticos, la salvaguarda del Honor se la debemos a los soldados que se batieron contra USA desde Cuba a Baler.
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