Los cubanos se rebelaron contra España el 10 de octubre de 1868. Ese día comenzó la primera guerra de independencia cubana contra España, la Guerra de los Diez Años.
por Diego Trinidad, Ph. D.
Los cubanos se rebelaron contra España el 10 de octubre de 1868. Ese día comenzó la primera guerra de independencia cubana contra España, la Guerra de los Diez Años. El levantamiento no ocurrió como estaba planeado. Carlos Manuel de Céspedes, uno de los líderes más jóvenes y menos influyentes del movimiento independentista, se adelantó a la fecha prevista por el líder principal, Francisco Vicente Aguilera, el hombre más rico de Cuba en 1867 y por el resto de los demás conspiradores. Las razones de Céspedes para rebelarse el 10 de octubre son controversiales, pero Aguilera y los demás miembros del movimiento aceptaron su jefatura. Los rebeldes cubanos, sin casi experiencia militar, lograron tomar Yara y Bayamo brevemente, pero esos triunfos fueron efímeros. Eventualmente surgieron líderes militares más experimentados, notablemente dominicanos como Máximo Gómez, quien llegó a convertirse en general en jefe de los insurrectos. Otros como Antonio Maceo, Ignacio Agramonte y Vicente García hicieron grandes contribuciones durante esos largos años. Se creó un gobierno en armas y una constitución en Guaimaro. Céspedes fue su primer presidente. Poco tiempo después, se convirtió en ex presidente cuando fue depuesto por la Cámara de Representantes, en el primer golpe de estado de la naciente república de Cuba.
La Guerra de los Diez Años nunca logró extenderse a las provincias occidentales, las más ricas de Cuba, y esa fue la causa principal de su fracaso. Los cubanos pelearon valientemente y ganaron algunos importantes combates, principalmente en Oriente. Pero el regionalismo de muchos jefes, su negación a pelear fuera de sus territorios, la frecuente intromisión del gobierno en asuntos militares, la carencia de ayuda externa e imposibilidad de recaudar fondos en Cuba, y finalmente, el agotamiento después de diez años de lucha, prepararon las condiciones para lo que se conoce como la Paz de Zanjón, lograda por el general español Arsenio Martínez Campos en febrero de 1878. No todos los cubanos aceptaron deponer las armas. En Baraguá, varios prominentes jefes como Antonio Maceo y Vicente García rehusaron rendirse y trataron de mantener las hostilidades. Pero con los independentistas divididos y sin mucho apoyo, ya que el pueblo también estaba agotado, la guerra terminó pocos meses después. España, con la excepción de la abolición de la esclavitud, que se promulgó en 1880, no cumplió ninguna de las promesas acordadas en Zanjón, especialmente las de conceder más autonomismo a Cuba. El régimen colonial de opresión política y explotación económica en la isla continuó tal?o peor?que como estaba en 1868. La Guerra de los Diez Años, excepto porque después de casi medio siglo en comparación con el resto de las Américas el movimiento independentista en Cuba al fin había comenzado para ya nunca terminar hasta conseguir la independencia, fue en vano.
Poco antes del final, un joven de 16 años fue condenado a cinco años de trabajo forzoso y luego deportado a España por escribir una carta a un amigo criticando al régimen colonial español. Su nombre era José Martí. Desde ese momento, Martí dedicó su vida a la causa de la independencia de Cuba. No la vio antes de morir, pero nadie fue más responsable que él en lograr el comienzo de otra guerra, la final, la Guerra de Independencia, en 1895. Primero se trató de incorporar a los esfuerzos de Gómez y Maceo en New York en 1884, poco después de su llegada a Estados Unidos, para organizar otra insurrección en Cuba. Disgustado por el autoritarismo de Gómez, Martí se separó del incipiente movimiento, después de escribir una carta de crítica a Gómez en la que le decía que una nación no se puede fundar como se manda un campamento militar ya que eso solo traería otro despotismo a Cuba. Pero sus esfuerzos a favor de la independencia nunca cesaron. Eventualmente, fundó en Key West el Partido Revolucionario Cubano (PRC) en 1892 y logró una breve y relativa unidad dentro del exilio cubano en Estados Unidos, notablemente entre los tabaqueros exiliados en Key West y Tampa, los que por largo tiempo contribuyeron parte de sus sueldos a la causa de la independencia cubana.
Con a colaboración de Juan Gualberto Gómez, delegado del PRC en Cuba, y con el apoyo de Maceo y Máximo Gómez, Martí elaboró un atrevido y brillante plan para reanudar la guerra en Cuba. Conocido como el Plan Fernandina, tres barcos zarparían del puerto de Fernandina en la Florida con armas y pertrechos militares. Uno de los barcos estaba destinado a Costa Rica a recoger a Antonio Maceo, Flor Crombet y 200 hombres. Otro barco iba dirigido a Santo Domingo para traer a Máximo Gómez y otro grupo de hombres. En el tercer barco vendría otro contingente de 800 hombres al mando de Carlos Roloff y Serafín Sanchez preparados en otro lugar de la Florida. El objetivo del plan era desembarcar en tres puntos distintos de la isla, uno en Pinar del Río, otro en Camaguey, y el que venía de Costa Rica con Maceo y Crombet, en Oriente. Los desembarcos debían coincidir con un levantamiento en toda la isla preparado por Juan Gualberto Gómez. De esta manera planeaba Martí conseguir la independencia rápidamente, contando con la sorpresa y el hecho que el ejército español en Cuba solo contaba entonces con 8,000 soldados. El plan se preparaba para fines de enero de 1895. Pero imprudentes comentarios de uno de los expedicionarios en Fernandina resultaron en la denuncia del plan por espías españoles. Autoridades americanas se vieron obligadas a confiscar los barcos y pertrechos reunidos cuidadosamente por Martí. Martí prosiguió adelante, pero ahora solo contando con el levantamiento interno del PRC en Cuba y un pequeño grupo de hombres?Maceo, Crombet y otros desde Costa Rica, Máximo Gómez, él mismo y pocos más desde Santo Domingo. Así comenzó la última guerra por la independencia de Cuba. (Hubo otra corta ?guerrita?, la llamada Guerra Chiquita en 1879-80, pero fue inconsecuente).
Maceo logró agrupar como a 5,000 hombres en Oriente desde su desembarco por el sur de la provincia y con esa tropa recibió a Máximo Gómez y Martí en al finca La Mejorana el 5 de mayo de 1895. En esa todavía misteriosa reunión, la única que sostuvieron los tres grandes líderes de la independencia cubana antes de morir Martí, por necesidad (debido al fracaso de Fernandina) se reanudaron los planes para una invasión de las provincias occidentales y así llevar la guerra a toda Cuba y evitar los fracasos de la Guerra de los Diez Años. Después de aclarar serios disgustos por malos entendimientos sobre el mando de la expedición de Costa Rica, se acordaron varias medidas. La conducta de la guerra esta vez quedaría en manos de los militares, corrigiendo los graves errores de la guerra anterior. Y Martí, después de formado el nuevo gobierno en armas (que no sería presidido por él), regresaría a Estados Unidos como delegado del PRC para seguir recaudando fondos y preparando expediciones de ayuda al movimiento independentista en Cuba. Martí asintió contra su voluntad; quería seguir peleando en Cuba, pero ese no era su lugar: en efecto, su muerte en combate unos días después cambió esos planes. Más la formación del gobierno, ahora presidido por el general oriental Bartolomé Masó y la designación de Tomás Estrada Palma como delegado del PRC en substitución de Martí, resultaron poco después. Y lo más importante, la invasión de occidente fue exitosamente consumada en solo tres meses cuando Antonio Maceo, al mando de una columna de 1,500 hombres llegó a Mantua, el pueblo más occidental de Pinar del Río el 22 de enero de 1896.
La guerra se extendió a toda Cuba. Pero no se ganó rápidamente como planeó Martí. Por recomendación del general Arsenio Martínez Campos, quien esta vez no solo fracasó en su nuevo intento de negociar la paz, sino que estuvo cerca de ser capturado por Maceo en el combate de Peralejo en julio de 1895, el primer ministro español Antonio Cánovas del Castillo envió a Cuba al general Valeriano Weyler, el único militar en España que reunía las condiciones para terminar con la nueva rebelión en la isla, según Martinez Campos. Weyler, llamado un militar ?riguroso? por los españoles y ?el carnicero? por muchos cubanos y americanos, procedió a implementar la política que se conoce como la Reconcentración. Weyler no ganó la guerra, como le prometió a Cánovas, ni siquiera logró ?pacificar? las provincias occidentales, como falsamente le reportó al premier español. Pero si logró la muerte de Maceo, quizás el golpe más fuerte asestado a los rebeldes cubanos y si frenó la rebelión, convirtiéndola en una destructiva guerra de desgaste (attrition) que nadie podía ganar. Logró más que eso, pues como resultado de sus catastróficas políticas de reconcentración (porque, contrario a lo que muchos creen, la reconcentración no solo fue en La Habana, sino en TODA la isla), en poco menos de dos años, hizo inevitable la guerra que nadie quería, la guerra con Estados Unidos.
El conflicto entre España y Estados Unidos sobre Cuba comenzó como resultado directo de la devastación provocada por la Reconcentración. Las muertes y el sufrimiento causados por esta barbárica política de genocidio (cuántas muertes causó nadie lo sabe, pero se calcula que entre 100,000 y 500,00, probablemente 300,000; el 20% de la población de la isla en 1898), poco a poco escandalizaron a la opinión pública americana. Los reportes de la barbarie, sobre todo por la prensa sensacionalista de New York y la propaganda antiespañola hábilmente conducida por la Junta Cubana presidida por Estrada Palma, fueron creando una gran simpatía en el pueblo americano por la independencia de Cuba. Bajo la administración del presidente demócrata Grover Cleveland y su Secretario de Estado Richard Olney, EU se limitó a presionar a España para que revocara la política de reconcentración, substituyera a Weyler, e idealmente otorgara a Cuba la autonomía. Cleveland y Olney se oponían a otorgar derechos de beligerancia a los rebeldes cubanos y mucho menos abogaban por la independencia de Cuba, como reclamaban muchos miembros del congreso, sobre todo republicanos. Tampoco querían la anexión de la isla. Lo que querían era lo que EU siempre ha querido en Cuba: mantener a Cuba quieta. Esto implicaba terminar la guerra y pacificar la isla para que las inversiones americanas fueran protegidas y las relaciones comerciales se restablecieran plenamente. Estados Unidos NO quería la independencia para Cuba. Los dirigentes del país estaban convencidos que los cubanos no estaban listos para gobernarse a si mismos y por todos los medios querían evitar lo que percibían como el caos que traería una Cuba independiente. Pero hay que señalar que, a pesar de la oposición de Cleveland a la anexión de Cuba, el conflicto con España sobre Cuba era como un preludio del movimiento expansionista americano de fin de siglo (algunos lo llaman imperialista?y lo fue, aunque muy brevemente). No solo este movimiento coincidió con la guerra hispano-americana, que resultó en la adquisición de Cuba, Puerto Rico Guam y las Filipinas, sino que las islas de Hawaii fueron anexadas en julio de 1898. La guerra no se produjo por el movimiento expansionista, pero fue una de sus consecuencias.
La elección del presidente republicano William McKinley en 1896 trajo cambios, pero no inmediatos y no porque McKinley tuviera objetivos distintos a los de Cleveland. Los republicanos, sobre todo en la Cámara de Representantes, cada vez más apoyaban, por lo menos, otorgar la beligerancia a los cubanos. Muchos preferían una intervención americana que terminara con la represión española en la isla. Esto, por supuesto, terminaría en la independencia de Cuba. Por eso, McKinley se oponía. Su preocupación, por ser un hombre religioso, era por aliviar el sufrimiento de los cubanos. La protección de los intereses comerciales americanos estaba sobre entendida, por supuesto, pero los sentimientos humanitarios de McKinley no hay por qué dudarlos: eran sinceros. Sin embargo, desde que estalló la guerra en Cuba en1895, los intereses de España y de Estados Unidos eran diametralmente opuestos. España se aferraba a mantener a Cuba como colonia. NUNCA le concedería la independencia. Bajo las más grandes presiones, llegó a conceder la autonomía a medias cuando ya era demasiado tarde. Los independentistas NUNCA la aceptaron. El objetivo era la independencia o la muerte. Estados Unidos solo quería mantener a Cuba quieta. Pero para conseguirlo, la guerra tenía que terminar. Y la conclusión lógica de obligar a España a terminar la guerra en Cuba solo podía resultar en la pérdida de la isla para España. En otras palabras, la independencia para Cuba que ni España ni Estados Unidos querían. Esos objetivos irreconciliables de cada país (sin contar con los cubanos independentistas que eran los que habían provocado la guerra y la mantenían viva) solo podían terminar en una guerra. España no cedía. La soberbia y el orgullo español eran más fuertes que la razón. Estados Unidos, impulsado por la opinión pública y la política interna, ya que Cuba se había convertido en la cuestión electoral más importante para los demócratas, se veía obligado a mantener la presión sobre España para terminar la guerra. El único resultado del fin de la guerra solo podía ser uno: la pérdida de Cuba para España.
Pero a pesar de los fines irreconciliables de Estados Unidos y España sobre Cuba, la guerra entre los dos países, la que ninguno de los dos quería, se hizo inevitable únicamente después de un suceso: la voladura del Maine en la bahía de La Habana en febrero de 1898. Una cadena interconectada de eventos resultaron en que el Maine fuera enviado a Cuba. Primero, todo cambió con el asesinato de Cánovas del Castillo en agosto de 1897, el estadista español más exitoso del siglo 19. Cánovas fue substituido por el líder liberal Práxedes Sagasta, un hombre muy inferior en todo sentido. Con Cánovas en el poder, la guerra se podía evitar. Con Sagasta en su lugar, la probabilidad de una guerra aumentaba. Weyler y su política de reconcentración (en realidad la política de Cánovas implementada por Weyler) fueron cambiados por el general Ramón Blanco, un militar mucho más moderado (pero un fracaso en la guerra en las Filipinas), y con ese cambio vino la nueva política liberal del autonomismo, preparada por el Ministro de Ultramar Segismundo Moret, quizás el más inteligente y razonable de los miembros del gabinete de Sagasta. Esta política de autonomía, rechazada de entrada por los independentistas (pero no por EU, quien fue su principal promulgador), provocó reacciones de rabia tanto en España como en Cuba. En España, de parte de los conservadores y muchos militares que apoyaban a Weyler y consideraban su destitución como una traición al país. En Cuba, también por muchos militares, pero principalmente por los voluntarios españoles en La Habana. Las protestas y los motines de los voluntarios en La Habana atemorizaron al cónsul americano Fitzhugh Lee, quien pidió al presidente McKinley el envío del un barco de guerra a Cuba para proteger a los ciudadanos americanos (en realidad para tratar de aquietar a los voluntarios). Pero aunque el envío del Maine fue aprobado por McKinley, el momento en que el barco llegó a Cuba no fue por causa de ninguna acción de los voluntarios, sino por un reporte de que barcos de guerra alemanes habían partido de Haití hacia Cuba (reportes inciertos). McKinley, sin mucha base, había decidido que cualquier intervención de Alemania en Cuba a favor de España era un peligro para EU.El Maine, aunque esperado, llegó de sorpresa para todos en La Habana, incluyendo el cónsul Lee y el Capitán General Blanco. Su llegada no provocó ninguna reacción violenta de parte de los voluntarios, como muchos esperaban.
Las negociaciones entre España y Estados Unidos procedían y España iba cediendo poco a poco en casi todo. Menos en el resultado final de las políticas americanas: la independencia de Cuba. Hasta se resucitaron gestiones para comprar la libertad de Cuba, tanto por la Junta Cubana en New York (con una emisión de $100 millones en bonos por bancos americanos garantizados por el gobierno de EU), como por la administración de McKinley (sin mucho entusiasmo; McKinley tampoco quería la anexión de Cuba). España rechazó, como siempre lo había hecho, todas esas gestiones de compra. Cuba era parte de España. Para siempre. (Sin embargo, semanas antes de la declaración de guerra, hasta la Reina regente María Cristina, en su afán de salvar la corona para su hijo Alfonso, pidió una entrevista al ministro americano en Madrid, Stewart Woodford, para negociar la compra/venta de Cuba por EU. Horas antes, la reina canceló la cita: no solo la corona se podía perder y el gobierno de Sagasta podía caer, sino que una guerra civil era posible) Pero la situación en Cuba era cada vez peor. Las muertes, el hambre y el sufrimiento de casi toda la población, debido a la reconcentración, eran terribles. La guerra en Cuba continuaba, cada vez más cruentamente. El Generalísimo Máximo Gómez había decretado una política militar de quemar los cañaverales, ingenios y todo lo que tuviera valor para España, incluyendo la destrucción de los ferrocarriles en toda Cuba. El resultado de la reconcentración y de las decisiones de Gómez fue uno: la ruina económica casi total de Cuba. Pero la guerra seguía, a pesar de todo. Y seguiría, sin vencedor ni vencido ¿Cómo era posible eso? No lo era en realidad a largo plazo. Pero según el famoso economista John Maynard Keynes, a la larga todos estamos muertos. Y tanto los españoles como los cubanos estaban dispuestos a morir por sus ideales. Sin embargo, el tiempo estaba en contra de una guerra entre España y Estados Unidos. Los excesos de la reconcentración habían mayormente terminado (no los horrendos resultados), la ayuda, tanto americana como española a los reconcentrados aliviaba la situación (pero las muertes diarias continuaban), y aunque denigrado por todos, el nuevo gobierno autonomista en Cuba lentamente se afianzaba, sobre todo en la administración de pequeños pueblos del interior de la isla (donde único España permitía algunas medidas nuevas) y lo más importante, las presiones políticas en el Congreso sobre McKinley para reconocer la beligerancia o la independencia de Cuba amainaban. Hasta la voladura del Maine. Eso cambió la ecuación nuevamente e incrementó las probabilidades de guerra. Precedida por la publicación de una carta del ministro español en Washington Enrique Dupuy de Lome al periodista español José Canalejas, en la que Dupuy tildaba a McKinley de ser un ?débil politicastro? una semana antes, la explosión del Maine exacerbó los ánimos todavía más. Pero aún así, extrañamente la reacción inicial a la explosión fue que había sido un accidente. Y la carta de Dupuy tuvo pocas consecuencias; el asunto se resolvió en una semana con la renuncia del ministro y una disculpa del gobierno español a McKinley, quien la aceptó.
Ahora entraba en juego la política interna de Estados Unidos y el esperado reporte del tribunal de la Marina americana sobre la explosión. La investigación española rápidamente concluyó que todo había sido un accidente provocado por combustión espontánea del almacén de carbón a bordo del barco, separado por una división de acero no muy gruesa del polvorín. Ya habían ocurrido más de una docena de fuegos (pero no explosiones) en los últimos tres años a bordo de los nuevos acorazados americanos, Los oficiales de la Marina lo sabían, pero la inercia burocrática y el deseo de encubrir errores no permitía admitirlo, ya que eso implicaba una crítica del diseño de los barcos, el cual había sido aprobado por altos oficiales de la Marina. España ofreció una investigación conjunta; EU rechazó la propuesta, Desde el principio, el reporte americano parecía inclinarse a favor de una explosión externa producida por una mina flotando en la bahía o por una mina magnética de contacto. Esa fue la conclusión eventual. Entonces solo quedaba establecer la responsabilidad (más bien la culpabilidad). Pero eso era imposible debido a la tecnología de la época. En realidad, por qué ocurrió la explosión no es tan importante. Lo que importó fue que el reporte excluyó la posibilidad de un accidente, por combustión interna o cualquier otra razón y por implicación, responsabilizó al gobierno español en Cuba por lo ocurrido. Las presiones del Congreso sobre McKinley por una solución militar?una intervención, es decir, la guerra--se acentuaban a medida que la presentación formal del reporte al Congreso se acercaba, aunque ya se sabían las conclusiones. Importantes líderes republicanos como el senador Henry Cabot Lodge y el prominente abogado y diplomático Elihu Root, próximo Secretario de la Guerra de McKinley, aconsejaron al presidente actuar como líder del movimiento hacia la guerra que ya era inevitable y no esperar a ser obligado por el Congreso. Las razones eran políticas, ya que Cuba sería el principal tema de las elecciones de 1900. El candidato demócrata, casi seguro William Jennings Bryan otra vez, era percibido como una grave amenaza para los intereses económicos republicanos de Noreste por su apoyo a la libre emisión de la plata como moneda nacional, de manera que no solo era la situación político-económica en Cuba, sino el temor de que por no actuar correctamente en Cuba, Bryan fuera electo presidente. Pero McKinley desesperadamente trataba de ganar tiempo y de lograr una imposibilidad: que España se retirara de Cuba pacíficamente. Ese siempre era la piedra de choque final, ya que implicaba la independencia de Cuba. McKinley insistía que el solo quería la paz. España contestaba que su administración debía suprimir la Junta Cubana en New York. Con esto se terminaban las expediciones a Cuba y el apoyo a la guerra. Además, se le daba la oportunidad al gobierno autonomista de negociar con los insurrectos para lograr una reconciliación entre cubanos que dejaría la isla como colonia española. Una quimera que nadie, ni los españoles, creían, y que McKinley no podía aceptar.
Las preparaciones para la guerra que nadie quería procedían a toda máquina. Una apropiación de $50 millones del Congreso para adquirir y construir nuevos barcos impresionó y sacudió fuertemente al gobierno español (incluyendo la compra de dos barcos de Brasil que se construían en Inglaterra, barcos que España planeaba comprar), pero esto no cambió su rumbo inexorable hacia una guerra que todos los españoles sabían España perdería. Pero no les importaba. Preferían perder una guerra contra EU que conceder la independencia a Cuba. Así lo exigía el ?honor? español. ¿Pero era el honor o la soberbia y la terquedad? No importa, el resultado era el mismo: lo que España quería desesperadamente evitar, la pérdida de Cuba. Y una vez que el Congreso recibiera el reporte del Maine, una declaración de guerra era muy probable; definitivamente el otorgo de derechos de beligerancia a los cubanos y el reconocimiento del gobierno cubano eran casi seguros. En fin, la guerra. ¿Se podía evitar todavía? Era casi imposible, pero las negociaciones de última hora seguían (opuestas firmemente por la Junta Cubana, ya que los cubanos sabían que los fines de McKinley no eran los de ellos y sin la independencia el resultado era la continuación de Cuba como colonia española, es decir, volver a 1878 después del acuerdo de Zanjón, ahora con autonomía, algo inaceptable). España trató, una vez más inútilmente, de reclutar a los gobiernos europeos para que intercedieran. Todos los gobiernos supeditaban esa intercesión ante McKinley (que la apoyaba) a la actitud de Inglaterra, la que favorecía la política americana. Otro fracaso. ¿Qué quedaba ahora? Una oferta del Papa León XIII de mediar una solución. Una vez más, McKinley se mostró receptivo. Una vez más, la gestión fracasó; era demasiado tarde. España hasta llegó a aprobar un armisticio. El gobierno le llamó una ?suspensión de hostilidades, ya que armisticio implicaba reconocimiento del gobierno cubano. Pero ya no quedaba nada que hacer. El Congreso había recibido el reporte de la Marina y también el mensaje de McKinley. La guerra ya era inevitable.
En realidad, no hubo nunca una declaración de guerra por parte del Congreso. Lo que se produjo, después de varios días de discusiones acaloradas, sobre todo en el Senado, fue una Resolución Conjunta que autorizaba al presidente a utilizar la fuerza para pacificar a Cuba. (Por cierto, para influenciar al Congreso, Estrada Palma arregló la emisión de $2 millones en bonos al 6% pagaderos por la futura república. Los bonos se emitieron y se descontaron al 50% inmediatamente, pero $1 millón posiblemente se repartió a varios congresistas y senadores para que votaran por la Enmienda Teller y por la Resolución. En 1912, la República De Cuba redimió los bonos al par, $2 millones). No se reconoció al gobierno cubano y solo se mencionó la independencia de Cuba en la resolución (?Que el pueblo de la isla de Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente?). Pero un declaración del Congreso no tiene peso legal (solamente las leyes aprobadas por el Congreso las tienen), y a McKinley ni se le autorizó a otorgarle la independencia a Cuba ni mucho menos se le ordenó. De manera que estas famosas y resonantes palabras de la Declaración Conjunta, que tantos cubanos han alabado desde entonces por su altruismo y por sus buenas intenciones, solo fue simbólica, solo fueron palabras. La Enmienda Teller vale la pena citarla en parte, porque aunque rechazaba toda intención de ejercer ?soberanía, jurisdicción o control sobre Cuba excepto para su pacificación . . . y cuando esto sea logrado, dejar el control de la isla a su pueblo?, esa terminología era tan flexible que hubiera permitido a EU permanecer en Cuba indefinidamente, hasta que el gobierno decidiera (o no) abandonar la isla). Pero las razones legales aducidas para NO reconocer al gobierno cubano o la independencia de Cuba son muy importantes, sobre todo para el futuro de las relaciones entre los dos países. Citando varios expertos en derecho internacional, el Secretario de Estado William Day y el Fiscal General Anthony Griggs, quienes escribieron el mensaje de McKinley al Congreso, Estados Unidos no debía reconocer ni la independencia de Cuba ni la República de Cuba, en parte porque esto le daría a EU el derecho de mantener a Cuba en ? trust? hasta que se consiguiera la paz (ver la Enmienda Teller arriba), se estableciera un gobierno y se sellaran las futuras relaciones (entre Cuba y EU) con un tratado. Un reconocimiento prematuro evitaría los medios de dictar la paz y controlar la organización de un gobierno independiente en Cuba?. Esto fue exactamente lo que ocurrió, incluyendo la futura Enmienda Platt. Esta es la parte mejor redactada, más coherente y más interesante del mensaje. El resto, especialmente las conclusiones, es contradictorio, su lógica es defectuosa y sus argumentos no son convincentes.
La intervención para pacificar a Cuba por razones humanitarias es completamente inválida y sin bases en el derecho internacional ninguna nación tiene derecho a invadir a otra, ni para pacificarla ni por humanitarismo. Pero esa fue la razón principal de la intervención militar y esa razón, por inválida que fuera, fue perfectamente aceptable y satisfactoria para el pueblo americano. Estas fueron las conclusiones de muchos líderes republicanos, incluyendo miembros del gabinete de McKinley, al igual que de la comunidad diplomática en Washington, la que a pesar de eso básicamente respaldó el mensaje del presidente. Pero claramente, la decisión de McKinley de no reconocer la independencia o la República de Cuba, sentó las bases para el futuro involucramiento de Estados Unidos en la política interna de la nueva república cubana y para el posible establecimiento de un protectorado en Cuba, de acuerdo con un prominente historiador de la guerra (John Offner, The Unwanted War, p.193). La independencia de Cuba fue el resultado final de la guerra, pero muchos todavía piensan que de hecho Cuba SI fue un protectorado americano por mucho tiempo, para no mencionar lo que algunos autores castristas consideran como una república ?mediatizada?.
La intervención basada en razones humanitarias tuvo fatídicas consecuencias para el futuro de la política externa de Estados Unidos. Esas razones fueron utilizadas en poco tiempo para intervenir en México, el Caribe, Centro América y hasta para entrar en la Primera Guerra Mundial, quizás el crimen más injustificado cometido en la historia americana. Todavía hoy en día se siguen aduciendo, como en el reciente caso de Libia. Es un principio nocivo que nunca debió haber sido promulgado. Las relaciones externas y la política de una nación deben ser guiadas por la moral, pero nunca supeditas a ninguna moralidad. El principio que debe siempre prevalecer es el interés nacional. La verdad es que Estados Unidos no tenía ningún derecho para intervenir en Cuba. Lo hizo porque quiso y porque pudo, pero no por razones legales. El humanitarismo no es una base legal para intervenir en ningún país, no importa las barbaries que se quieran evitar. Mejor decir que la fuerza otorga el derecho. Eso lo entienden todas las naciones aunque no lo admitan y muchas veces no lo acepten. Es más, había otras bases legales que McKinley podía haber citado. Estados Unidos podía reconocer a la República de Cuba, otorgarle derechos de beligerante?existía, en definitiva un estado de guerra entre España y los cubanos insurrectos?y firmar un tratado de alianza para intervenir en Cuba. Eso hubiera ofrecido, no solo bases legales sólidas para intervenir, sino que hubiera ofrecido mejores posibilidades para las futuras relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Hasta para los efectos de poder influenciar el futuro de Cuba, esto hubiera sido más efectivo, ya que como aliado, Estados Unidos podía tener más control y más influencia sobre futuros gobiernos republicanos en Cuba. Pero como las razones humanitarias ya venían siendo utilizadas desde la administración de Cleveland y contaban con amplio apoyo popular, y como McKinley se oponía a reconocer a la República de Cuba y a otorgarle derechos beligerantes a la Junta Cubana (ni siquiera hubo cooperación con la Junta una vez comenzada la guerra), el humanitarismo terminó siendo la base para la intervención.
Pero la Resolución Conjunta se produjo en abril. ¿Qué pasó inmediatamente? Resultó que a pesar de meses previendo la guerra, Estados Unidos no estaba preparado para pelear. Su Marina de guerra si lo estaba, y actuó de inmediato, gracias a la audacia del subsecretario de la Marina y próximo presidente Theodore Roosevelt. Pero no en Cuba, sino en las Filipinas. Aprovechando que el secretario de la Marina John Long se había tomado unas cortas vacaciones, Roosevelt ordenó a la Flota del Pacífico bajo el comando del almirante George Dewey que se moviera hacia las Filipinas de su base en Hong Kong. Por eso, Dewey estaba listo para atacar a Manila una semana después de la Resolución Conjunta por el congreso el 19 de abril. El ataque fue exitoso y Dewey se convirtió en el primer héroe de la guerra. Pero referente a Cuba, McKinley ordenó un bloqueo naval el 21 de abril. Ese mismo día, España rompió sus relaciones con EU y la guerra comenzó de jure, sino de facto. El estado de preparación del ejército americano era deplorable. A principios de abril, el ejército americano contaba con 2,143 oficiales y 20,040 soldados. Al día siguiente de la declaración de guerra, el 20 de abril, el presidente McKinley se reunió con los Secretarios de la Guerra y de la Marina y con los jefes de la Marina y Ejército para planear el ataque contra Cuba. El general Nelson Miles, jefe del ejército, le informó al presidente que el ejército no estaría listo para ninguna acción contra Cuba por dos meses. Eso demoraría cualquier ataque contra la isla hasta la temporada de lluvias que comenzaba en mayo, una pesadilla logística y sanitaria. Miles propuso un bloqueo naval y demorar la invasión a Cuba hasta el otoño. McKinley concordó. Se escogió?correctamente?Cabo Tunas, a 70 millas de Cienfuegos en la costa sur, para desembarcar a 6,000 tropas comandadas por el general William Shafter, las cuales tendrían el apoyo de Máximo Gómez, que se encontraba en Las Villas entonces. Pero cuando se supo que la flota española bajo el almirante Pascual Cervera había zarpado desde las Islas Cabo Verde con destino a Cuba o Puerto Rico, el desembarco por Cabo Tunas fue cancelado.
El gran triunfo de Dewey en Manila envalentonó a McKinley y el 2 de mayo se reunió de nuevo con los jefes militares para pedir una invasión de Cuba inmediatamente. Miles seguía protestando que el ejército no estaba listo, pero finalmente consintió a una invasión en tres o cuatro semanas, en plena temporada de lluvias. Esta vez se escogió desembarcar un ejército de 40,000 a 50,000 soldados por el puerto de Maril en la costa noroeste de Cuba. Si el ejército no estaba preparado para desembarcar 6,000 hombres en Cabo Tunas (los cual no existían en mayo de 1898) ¿cómo era posible ni considerar desembarcar casi diez veces más tropas en tres o cuatro semanas? Pero los planes continuaron y Tampa fue seleccionada como punto de partida de los invasores americanos. El caos que reinó en la pequeña ciudad del oeste de la Florida fue gigantesco durante casi dos meses ya que no existían las facilidades para embarcar un ejército de la envergadura que se planeaba. De todos modos, cuando al fin se confirmó que la flota de Cervera había entrado en Santiago de Cuba, los planes cambiaron otra vez el 25 de mayo. Ahora el desembarco sería en el sur de Oriente para tomar a Santiago, cuyo puerto ya estaba bloqueado, evitando que Cervera y su flota participaran en las operaciones. Evitando también que la guarnición de Santiago fuera reforzada, excepto por tierra. Además, se podía contar con las tropas cubanas de Calixto García, Jesús Rabí y otros generales. Para asegurar la ayuda del general García, se envió al teniente del ejército Andrew Rowan con el famoso ?mensaje a García?, que fue simplemente para notificar al general cubano sobre el desembarco al sur de Oriente y para pedirle su asistencia. Se reunieron el 1 de mayo y García, después de informar a Rowan sobre la situación militar en la provincia y proporcionarle mapas y algunos oficiales que lo acompañaron a Washington, esperó ansiosamente el próximo desembarco.
Calixto García se reunió con un grupo de militares americanos, incluyendo el general al mando del ejército Shafter y el almirante a cargo de la Marina, William Sampson, quienes habían desembarcado en Aserraderos, a 18 millas de Daiquirí, en la tarde del 20 de junio. García recomendó el desembarco por Daiquirí, que se fijó para el 22 de junio. Shafter, quien pesaba más de 300 libras y estaba casi postrado por el calor y un ataque de gota, tuvo que ser cargado desde el bote a tierra por cuatro soldados (después del desembarco de todas las tropas, tenía que ser llevado a cada reunión en el campo de batalla acostado sobre una puerta y cargado por dos mulas). Esa reunión fue importante, pero por razones ajenas a las operaciones militares o a la asistencia de las tropas cubanas en el desembarco. Esta fue la primera vez que las tropas americanas tuvieron contacto con las cubanas y la reacción de los americanos (hasta de Theodore Roosevelt, quien los conoció días después y quien no era un hombre prejuiciado) fue extraordinaria. Sorprendidos desagradablemente por la apariencia de los cubanos, vestidos de harapos y casi todos sin zapatos y mal armados, y mucho peor, casi todos negros, los americanos, especialmente los oficiales, muchos de ellos sureños, quedaron consternados. Más que eso, dejaron que sus prejuicios, raciales y demás, dominaran sus relaciones con los cubanos, con el resultado que con pocas excepciones, los americanos decidieron que las tropas cubanas eran inservibles para pelear contra los soldados españoles. ¡Como si los rebeldes cubanos no hubieran mantenido a raya a un ejército español de 250,000 soldados profesionales (no voluntarios, como eran casi todas las tropas americanas) por más de tres años! (Para el disgusto y humillación de Calixto García y las tropas cubanas, ni siquiera se les permitió entrar en Santiago y aceptar?o al menos compartir?la rendición de los españoles, después de una lucha de más de treinta años por lograr la derrota española en Cuba.)
El resultado fue que, generalmente, los soldados cubanos fueron utilizados como guías y hasta como aguadores, es decir, como bestias de carga. Naturalmente, los cubanos quedaron ofendidos y su participación en las acciones militares fue poca y no decisiva. Pero cuando fueron necesitados y cuando se les permitió pelear al lado de los americanos, lo hicieron con valor y efectividad. Eventualmente, varios oficiales y soldados americanos, incluyendo a Roosevelt, llegaron a admirarlos como soldados. Pero no Shafter ni Sampson. Ni tampoco los que vinieron después que la guerra se había ganado, ni las tropas de ocupación, ni algunos jefes como Leonard Wood. En general, los militares americanos menospreciaron a los cubanos como soldados, y esa actitud se transmitió al pueblo cubano y a sus líderes. Hasta que casi todos los cubanos fueron considerados como personas incapaces de gobernarse así mismos por los altos funcionarios en Washington. Esa actitud también se transmitió al público americano en pocos meses, y muy pronto, muchos de aquellos que clamaban por la independencia para Cuba en 1898, en 1899 preferían anexar a la isla. Entre estos no estaban incluidos ni McKinley ni Theodore Roosevelt, quien asumió la presidencia después del asesinato de McKinley en septiembre de 1901. Pero sus números crecían continuamente hasta que la independencia llegó?quizás justa a tiempo?en mayo de 1902.
Los soldados españoles que defendieron a Santiago pelearon bien y valientemente. Pero no podían resistir a las fuerzas que enfrentaban y no tenían ni los medios con que hacerlo. Pero esos SI defendieron el honor de España, ese honor por el cual España perdió a Cuba. No fue así el caso con la flota del almirante Cervera, un hombre digno que cumplió cabalmente las inútiles y estúpidas órdenes de sus superiores que decidieron sacrificar la flota sin motivo ni razón por ?defender el honor de España?, por preferir la guerra contra un adversario al que todos sabían muy bien que no podían derrotar, que a conceder la independencia a un pueblo que solo supieron explotar y maltratar por medio siglo, a un pueblo que se la merecía. Pero los españoles en definitiva se equivocaron. El trauma de perder la guerra?y sobre todo la destrucción de la flota de Cervera-- fue mucho peor que si le hubieran concedido la independencia a Cuba. Lo que ellos mismos llaman todavía ?la generación del 98?, no fue la única que se perdió inútilmente por ?el honor?. No, se perdieron otras dos más. El trauma, el resentimiento, la culpabilidad, los sentimientos de inferioridad, llegaron hasta la guerra civil de 1936. España, en definitiva, no solo perdió a Cuba?eso lo esperaban?sino que también perdió el resto de su imperio (Puerto Rico, Guam y las Filipinas). Con eso no contaban: 500 años de imperio inútilmente perdidos. Una vez más, la ley de las consecuencias no esperadas se probó. El Generalísimo Franco fue parte de esa ?generación del 98?, como lo fueron muchos que pelearon en esa guerra. La derrota produjo un antiamericanismo en España que todavía perdura. Muchos militares, a pesar de haber apoyado la guerra, culparon a los gobernantes españoles por las decisiones tomadas y algunos hasta los consideraron como traidores a España. Lo que sucedió en la guerra civil española y por qué, se puede atribuir indirectamente al desastre en Cuba y a la derrota en la guerra hispano-americana. España pagó muy caro su grave error. Peor para ella, mejor para Cuba.
A los cubanos tampoco se les permitió participar en las negociaciones del Tratado de París, que puso fin a la guerra, ni mucho menos firmar el tratado. Fueron tratados como un pueblo conquistado y ocupado. Es verdad que Estados Unidos al final cumplió con la promesa de conceder la independencia a Cuba (aunque con la inclusión de la Enmienda Platt como parte integral de la Constitución de 1901). Pero esas desfavorables relaciones que quizás comenzaron con el encuentro entre Calixto García y sus hombres, y los jefes militares americanos en las afueras de Daiquirí en junio de 1898, prevalecieron por mucho tiempo y envenenaron por largos años las relaciones futuras entre los dos países. Dos intervenciones adicionales en los próximos 20 años (1909 y 1917) no ayudaron a mejorar esas relaciones. Se pudiera decir que el resentimiento contra los gobernantes de Estados Unidos prevaleció hasta la revolución de 1933 que derrocó al dictador Gerardo Machado?gracias además en gran parte al enviado americano Benjamin Sumner Welles, quien forzó la salida de Machado e impuso a su candidato, Carlos Manuel de Céspedes (hijo del precursor de la Guerra de los Diez Años) como presidente provisional de Cuba (duró días en el poder). Los sentimientos de la enorme mayoría del pueblo cubano hacia los americanos nunca fueron como lo que sentían hacia los gobernantes, pero el daño fue duradero. Muchos cubanos inclusive, años después de la independencia, idealizaron a la Resolución Conjunta y especialmente a la Enmienda Teller como muestras del desinterés y de las buenas intenciones de los americanos hacia Cuba?a pesar que ambas fueron actos oficiales del gobierno?pero que reflejaban los sentimientos del pueblo. Sobre todo en comparación con la infame Enmienda Platt. Sin embargo, como se demuestra antes, analizando el lenguaje y algunas cláusulas de cada documento, se puede ver claramente que las bases para una larga ocupación de Cuba y hasta para su anexión estaban presentes. Así lo declaró abiertamente el Secretario de Estado Day en referencia a la Enmienda Teller. Pero en definitiva la independencia fue otorgada y las intenciones de los dos documentos fueron cumplidas, para fortuna de los cubanos. Eso hay que reconocerlo siempre.
Lo que el futuro Secretario de Estado John Hay años después llamó una ?espléndida guerrita? en una carta al entones presidente Theodore Roosevelt, habrá sido una guerrita por su falta de envergadura y por su duración, pero de espléndida tuvo poco. Las bajas americanas fueron desproporcionadas, sobre todo las muertes, aunque casi todas fueron causadas por fiebre amarilla y malaria. Los soldados españoles, como ya se ha mencionado, pelearon bien en Santiago y sus alrededores, como la Loma de San Juan y El Caney. El ataque de los americanos bajo Theodore Roosevelt (no en la loma de San Juan, sino Kettle Hill) pudiera haber sido una catástrofe, ya que los soldados americanos no tenían idea de donde estaban los españoles loma arriba, y como los españoles ya usaban pólvora nueva que no producía humo, los Rough Riders de Roosevelt no los podían ver. Pero la desigualdad numérica y la falta de municiones obligó a los españoles a retirarse (casi todos murieron peleando). En el sitio de Santiago también se peleó duro y los españoles se rindieron cuando los americanos amenazaron con bombardear la ciudad. Faltos de municiones y comida y sin posibilidad de una victoria, el general español José Toral ordenó la rendición. Las bajas totales de EU fueron alrededor de 3,500 soldados y marinos incluyendo los muertos en el Maine. Más de 2,800 murieron por enfermedades, como un 20% de las tropas invasoras. España puede haber perdido como 50,000 hombres, la mayoría también por enfermedades, pero en la guerra desde 1895. Los cubanos no perdieron tantos soldados en la guerra hispano-americana porque su participación fue muy limitada, pero en la guerra de independencia desde 1895, más de 300,000 murieron, la enorme mayoría durante la Reconcentración. .En términos de costo, fue la guerra menos costosa en la historia americana, solamente $6 billones en dólares ajustados al año 2006 (costo real: $250 millones) y para repagar los gastos, se impuso un impuesto a las llamadas por teléfono, que en aquel entonces solo los tenían los más ricos. Sin embargo, el impuesto (como todos los impuestos federales) no fue eliminado hasta 2006. Como a través de los años casi todos los americanos instalaron teléfonos en sus hogares, en 100 años ese impuesto terminó produciendo enormes utilidades para la Tesorería de EU. El resultado más importante de la guerra fue que puso a EU entre las grandes potencias mundiales por primera vez. Unos años después, con la construcción de una nueva y moderna flota bajo Theodore Roosevelt (quien también recibió el premio Nobel de la Paz en 1903 por su mediación para terminar la guerra ruso-japonesa), el comienzo de la construcción del canal de Panamá y la proyección naval-militar de EU en el Caribe y Centroamérica, además de la gigantesca expansión económica del país, colocaron hicieron de EU la primera potencia mundial en la víspera de la Primera Guerra Mundial.
Cuba ganó su independencia únicamente debido a la guerra hispano-americana. Quizás los cubanos la hubieran ganado sin la intervención americana. Pero no en 1902. De ninguna manera y bajo ninguna circunstancia. Y sin la primera ocupación americana y la ayuda que Estados Unidos trajo a la reconstrucción de Cuba (se pudiera decir a la construcción de una nueva nación), sobre todo en sanidad y en infraestructura, el destino de la República de Cuba hubiera sido muy distinto. El país estaba postrado, casi totalmente destruido, en 1898. La recuperación hubiera sido larga y difícil. Pero Cuba se levantó como la mítica Ave Fénix para convertirse en solo medio siglo en el país más próspero de las Américas después de Estados Unidos en 1898. Eso se debe al esfuerzo de los cubanos mayormente, pero sin la guerra hispano-americana y la ocupación que tanto contribuyó a su rápida recuperación, no hubiera sucedido, no de esa manera, no en tan poco tiempo. Los cubanos pelearon duro y largamente por lograr su independencia. Se la merecían de sobra y con creces. Pero la guerra que nadie quería (y la explosión del Maine, sin eso no hay guerra), en resumidas cuentas, fue lo que trajo la independencia a Cuba en 1902. Esa es la verdad histórica y ningún cubano debe remotamente sentirse avergonzado por ese hecho. Pero si hay que admitirlo. Porque así fue.
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