Toni Silva, La Nueva España.
Pues sí, tras el veranillo, un viaje. Fui a Cuba, pero no a bañarme en el Caribe, sino para seguir la pista de Enrique Prieto, un riosellano emigrado en 1871 a Pinar del Río, la tierra de promisión para otros notables paisanos de la época, como Ramón Cifuentes. Enrique Prieto no se convirtió en indiano porque nunca volvió, y sólo se es "indiano" cuando se regresa. Y hasta ahí puedo leer. Tendrán más noticias cuando llegue el momento, pero ahora voy a hablar un poco de Cuba. Poco, porque no es plan echar gasolina al fuego. Hablaré simplemente de lo que vi como turista, que no fue mucho. Y empezaré precisamente por la gasolina, que allá se paga en pesos convertibles -los del turista, aunque ahora amagan con extenderlos a toda la economía cubana- y está casi tan cara como aquí, lo que hace de ella un producto de lujo para una economía tan precaria. Los que tienen coche, que son minoría, se quejan de ello; desde los taxistas hasta cualquier profesional que quiera remojar un poco el tanque. Con unos sueldos -y unas jubilaciones- tan miserables, llenar el tanque (a 1,10 euros el litro) es una quimera. Y eso que el Gobierno de Venezuela aporta crudo a precio de ganga, porque si lo cobrara según mercado no se vería un vehículo rodando.
Por cierto, los famosos "haigas" históricos de la isla son un espectáculo único. Yo pensaba que serían dos o tres docenas, pero son cientos, quizá miles. Y no sólo en La Habana, sino por todo el país. Alguno hay bien cuidado y reluciente, pero el conjunto es más bien decrépito; aun así es tan atractivo que merece un viaje a la isla por sí mismo. Me parece que muchos tienen motores nuevos, japoneses o rusos generalmente, y gracias a ello siguen rodando y sin el consumo bestial de los originales, hechos a la medida del consumo de otros tiempos y otras fortunas. Me agradó ver que la mayoría de sus conductores eran muchachos jóvenes, lo cual indica que la juventud apuesta por mantener vivo ese fabuloso patrimonio rodante, verdadero icono de la cultura cubana contemporánea. (Otro rasgo distintivo, vivísimo, es la música, estupenda casi siempre y muy presente en todos los rincones y momentos).
Me disgustó ver el estado general del patrimonio arquitectónico, hecho una pena. El colmo, claro, La Habana Vieja, que se cae literalmente a pedazos, pues parece que apenas se han hecho labores de conservación desde 1959. Justo es decir que en algunas zonas hay intentos de restauración, principalmente gracias al apoyo extranjero, pero el conjunto mete miedo por su sordidez. Y me chocó ver, reflejada en la arquitectura, la vigencia del clasismo, la división de clases sociales, algo que yo creía erradicado en una sociedad que se dice socialista. Qué va. Un simple paseo por la depauperada Habana Vieja -o por el Malecón- y otro por el coqueto barrio de Miramar, zona residencial para políticos, mandatarios y diplomáticos, informa sin palabras del desequilibrio entre las distintas clases sociales de la capital habanera, pues haber, haylas.
Me contrarió también encontrar edificios históricos cerrados a cal y canto, unos por inacabables obras de restauración (como el Capitolio o el Gran Teatro), otros por razones de lo más peregrino (como el Museo de Bellas Artes de arte internacional, cerrado "por el clima") y algunos por amenaza de ruina, como la antigua fábrica Partagás de Cifuentes, cuya visita -aún anunciada en las guías- era uno de mis objetivos más deseados. Cerrada y todo -sólo está abierta la tienda, ya que los puros se elaboran en otros sitios-, había varias personas sentadas en el zaguán, vigilando la puerta y cobrando por ello, supongo. Su función, al parecer, era comunicar que aquello estaba cerrado. Y lo resalto porque hay allá un mogollón de "vigilantes" que no se sabe por qué están en tan gran número ni qué están haciendo exactamente en cada sitio, aparte de cobrar un sueldo, que no será muy grande. Supongo que algo así es un lastre para cualquier Estado, aunque quizás allí lo prioritario sea dar empleo y tenerlos "ocupados", aunque no den un palo al agua. No estoy muy seguro de que semejante parasitismo sea una práctica sostenible para un Estado -por muy socialista que sea-, aunque a la larga, por la inexorable ley de la gravedad económica, todo lo que no se sostiene se cae.
En fin, vi algunas cosas más (algunas buenas, desde luego), pero no quiero cargar las tintas ni hacer demagogia con aquello, porque allí lo que sobra es precisamente demagogia. Resulta cansina la palabrería de Estado, la propaganda autárquica -similar a la de la España franquista- y la retórica oficial anclada en el pasado glorioso, cuando la revolución aún era una promesa de justicia y prosperidad. Carlos Puebla cantaba aquello de "para nosotros, siempre es 26" (en referencia al asalto al cuartel Moncada, comienzo de la revolución, el 26 de julio de 1953), y eso es precisamente lo que parece, que el calendario cubano se congeló en algún momento del pasado.
Sólo deseo que Cuba, con la que tantos lazos de amistad, familia e historia tiene la sociedad española, sepa salir civilizadamente del atolladero. Pienso, tras percibir una cierta resignación entre amigos de allá -gente joven, noble y bien formada- que las nuevas generaciones deberían reencontrarse con el espíritu del Che (cuya imagen tanto prodiga el régimen, seguramente para desactivar su mensaje de inconformismo) para abrir camino a las reformas políticas, pues sin libertades no puede haber cambios económicos sustanciales. El sistema, como La Habana Vieja y los vehículos renqueantes, se cae a trozos.
Por cierto, los famosos "haigas" históricos de la isla son un espectáculo único. Yo pensaba que serían dos o tres docenas, pero son cientos, quizá miles. Y no sólo en La Habana, sino por todo el país. Alguno hay bien cuidado y reluciente, pero el conjunto es más bien decrépito; aun así es tan atractivo que merece un viaje a la isla por sí mismo. Me parece que muchos tienen motores nuevos, japoneses o rusos generalmente, y gracias a ello siguen rodando y sin el consumo bestial de los originales, hechos a la medida del consumo de otros tiempos y otras fortunas. Me agradó ver que la mayoría de sus conductores eran muchachos jóvenes, lo cual indica que la juventud apuesta por mantener vivo ese fabuloso patrimonio rodante, verdadero icono de la cultura cubana contemporánea. (Otro rasgo distintivo, vivísimo, es la música, estupenda casi siempre y muy presente en todos los rincones y momentos).
Me disgustó ver el estado general del patrimonio arquitectónico, hecho una pena. El colmo, claro, La Habana Vieja, que se cae literalmente a pedazos, pues parece que apenas se han hecho labores de conservación desde 1959. Justo es decir que en algunas zonas hay intentos de restauración, principalmente gracias al apoyo extranjero, pero el conjunto mete miedo por su sordidez. Y me chocó ver, reflejada en la arquitectura, la vigencia del clasismo, la división de clases sociales, algo que yo creía erradicado en una sociedad que se dice socialista. Qué va. Un simple paseo por la depauperada Habana Vieja -o por el Malecón- y otro por el coqueto barrio de Miramar, zona residencial para políticos, mandatarios y diplomáticos, informa sin palabras del desequilibrio entre las distintas clases sociales de la capital habanera, pues haber, haylas.
Me contrarió también encontrar edificios históricos cerrados a cal y canto, unos por inacabables obras de restauración (como el Capitolio o el Gran Teatro), otros por razones de lo más peregrino (como el Museo de Bellas Artes de arte internacional, cerrado "por el clima") y algunos por amenaza de ruina, como la antigua fábrica Partagás de Cifuentes, cuya visita -aún anunciada en las guías- era uno de mis objetivos más deseados. Cerrada y todo -sólo está abierta la tienda, ya que los puros se elaboran en otros sitios-, había varias personas sentadas en el zaguán, vigilando la puerta y cobrando por ello, supongo. Su función, al parecer, era comunicar que aquello estaba cerrado. Y lo resalto porque hay allá un mogollón de "vigilantes" que no se sabe por qué están en tan gran número ni qué están haciendo exactamente en cada sitio, aparte de cobrar un sueldo, que no será muy grande. Supongo que algo así es un lastre para cualquier Estado, aunque quizás allí lo prioritario sea dar empleo y tenerlos "ocupados", aunque no den un palo al agua. No estoy muy seguro de que semejante parasitismo sea una práctica sostenible para un Estado -por muy socialista que sea-, aunque a la larga, por la inexorable ley de la gravedad económica, todo lo que no se sostiene se cae.
En fin, vi algunas cosas más (algunas buenas, desde luego), pero no quiero cargar las tintas ni hacer demagogia con aquello, porque allí lo que sobra es precisamente demagogia. Resulta cansina la palabrería de Estado, la propaganda autárquica -similar a la de la España franquista- y la retórica oficial anclada en el pasado glorioso, cuando la revolución aún era una promesa de justicia y prosperidad. Carlos Puebla cantaba aquello de "para nosotros, siempre es 26" (en referencia al asalto al cuartel Moncada, comienzo de la revolución, el 26 de julio de 1953), y eso es precisamente lo que parece, que el calendario cubano se congeló en algún momento del pasado.
Sólo deseo que Cuba, con la que tantos lazos de amistad, familia e historia tiene la sociedad española, sepa salir civilizadamente del atolladero. Pienso, tras percibir una cierta resignación entre amigos de allá -gente joven, noble y bien formada- que las nuevas generaciones deberían reencontrarse con el espíritu del Che (cuya imagen tanto prodiga el régimen, seguramente para desactivar su mensaje de inconformismo) para abrir camino a las reformas políticas, pues sin libertades no puede haber cambios económicos sustanciales. El sistema, como La Habana Vieja y los vehículos renqueantes, se cae a trozos.
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