El giro histórico de Cuba de abrir las puertas al capital extranjero devela el fracaso no sólo del modelo cubano, sino del comunismo en su totalidad.
La depresión económica que vive Cuba, a 55 años de la toma del poder por Fidel Castro, es tan innegable que tuvieron que convocar de forma excepcional por primera vez a esa Asamblea Nacional para sustituir una norma de 1995, cuando Fidel Castro todavía conducía Cuba, y que se demostró completamente estéril. En aquel momento, cinco años después de la disolución del bloque soviético, Cuba estaba prácticamente de rodillas. La larga dependencia que tuvo con la Unión Soviética había determinado que, al momento de disolverse el bloque soviético, la isla quedase completamente desamparada. Ese colapso habría de ser remediado años más tarde por la emergencia milagrosa de Hugo Chávez en Venezuela.
Lo cierto del caso es que el permiso para el ingreso de capital privado extranjero se votó a puertas cerradas. Los argumentos de la medida son diversificación, ampliación de mercados de importación, acceso a tecnologías avanzadas y sustitución de importaciones. Cuba tiene hoy -lo admiten los mismos dirigentes de La Habana- una necesidad imperiosa de captar fondos, porque la agricultura cubana ha fracasado, tras medio siglo de régimen socialista. Es una verdad que no puede ser negada ya, ni siquiera ocultada. Si, en el corto plazo, Cuba no logra crecer a un 7% anual, el país seguirá condenado al subdesarrollo, tal como lo acaba de graficar el ministro de comercio exterior del gobierno de Raúl Castro, Rodrigo Malmierca.
La crisis económica cubana es crónica y deriva sólo de la desaparición de la Unión Soviética. El país vive prácticamente de prestado por el petróleo regalado que proviene de Venezuela. Esta ley de ahora muestra a una Cuba que se olvida de todos los agravios. Les da garantías a todos los inversores para proteger las propiedades adquiridas, así como garantiza su libre remisión de ganancias al exterior. Esto sucede en un país que se denomina a sí mismo socialista. No solo esto, sino que, en un verdadero giro copernicano, el régimen permite ahora que los cubanos emigrados inviertan en la isla. Ya no se los va a llamar “gusanos”, ni se va a hablar de la “gusanera” por referirse a los millones de cubanos radicados en los Estados Unidos.
Las empresas extranjeras que habrán de invertir en Cuba estarán eximidas de pagar el impuesto a las utilidades -ganancias- por ocho años y no podrán ser expropiadas sin la debida indemnización.
Cuba, a 55 años de haber comenzado el proceso revolucionario, tiene que importar hasta un 80 por ciento de los alimentos que consume. No produce la comida que necesita para alimentarse, un país que por su clima y sus tierras podrían ser muy feraces en alimentos, pero a condición de que el régimen permitiera a los campesinos cultivar y cosechar para su propio provecho. Solo por el consumo de alimentos importados, en 2013 Cuba tuvo que desembolsar 2.000 millones de dólares. Esto es lo que se pretende subsanar. Es una elección política, económica y también ideológica.
¿Qué piensa de esto en el mundo entero el pensamiento socialista, marxista, o comunista a secas? ¿Qué lecciones sacan de estos hechos concretos, que no son el invento imperialista sino lo que se desprende de la realidad? El anuncio se hizo sin ningún debate público abierto, porque lo que Cuba mantiene, sin ningún tipo de modificación, es el régimen de partido único, absoluta y completa inexistencia de libertad de prensa y el control más absoluto del poder por el gobernante Partido Comunista, algo parecido al modelo chino o vietnamita: capitalismo a todo vapor pero, con régimen político centralizado y con partido único.
¿Qué tipo de lecciones sacan de esto aquellas fuerzas de izquierda que en la Argentina tienen algún tipo de base electoral, y que no parecería querer hablar o analizar este cambio francamente epocal?
Cincuenta y cinco años después, Cuba ha demostrado que sin inversión, ganancias y mercado, el progreso material es imposible. Es una verdad gruesa, para muchos provocadora, pero tiene que ser admitida como una verdad que el propio gobierno de Cuba ya no pudo seguir negándose a aceptar.
Pepe Eliaschev
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