vendredi 23 août 2013

Máximo Gómez no fue un genio militar, ni un buen político y ni siquiera era cubano.

La independencia de los países de América no significó un avance para su tiempo, tal afirmación impulsada hasta hace poco en los ámbitos académicos de América española, carece de fundamentos reales y, son numerosos los historiadores y estudiosos que se dedican actualmente a mostrar -para quien desee saber-, una interpretación mucho más equilibrada de lo que significó en su momento la fragmentación del otrora imperio español.


La primera es evidente, el conjunto de Virreinatos americanos constituían unidades políticas y económicas casi autónomas y, como lo constató el propio A. Humboldt, ofrecían a sus habitantes altos niveles de lo que hoy se conoce como “índices de desarrollo humano.” Muchas de sus capitales nada tenían que envidiarle a las de Europa de su tiempo, sin olvidar que las comunidades indígenas dada sus especificidades, se hallaban amparadas por leyes particulares que garantizaban su protección genuina. La posterior fragmentación de este conjunto en pequeñas naciones debido al caudillismo, (que no la libertad) la clara influencia de intereses anglosajones y posteriormente socialistas, las hizo más débiles empobreciéndolas hasta hoy. En resumen, la independencia en América como en Cuba, favoreció a una clase alta de españoles de ultramar que se sustituyeron sin contrapeso democrático (a las muchas veces corrupta) administración peninsular.

La política decimonónica en Cuba siempre estuvo impregnada de un descarado pragmatismo con el que concuerdan todos los historiadores cubanos. Es un hecho que la plantocracia criolla, ante la que se agitaba el desastre haitiano, hizo que abortaran en La Habana los intentos de implantación de las “Juntas de información” que proliferaron el resto del continente (las mismas que dieron origen al posterior separatismo americano), no es un secreto para nadie, que luego reclamaran la independencia cuando la restauración borbónica barrió su ascendencia y preponderancia política es otro asunto bien distinto.

Anexionistas fueron casi todos aquellos patricios cubanos, desde Céspedes hasta José Martí (este último propuso la anexión de la isla a México). El mismo Ignacio Agramonte cayó en combate con una bandera norteamericana cosida a la chaqueta. Que no aparezcan en los documentos “oficiales” constitutivos de la República cubana no significa que no esté avalado estos hechos (¡abundantemente!) en sus correspondencias privadas. Por otro lado, sería algo absurdo, alzar un movimiento de independencia reclamando la anexión a otro estado, pero aunque parezca una locura ésto también está atestado por los historiadores.* 

A pesar de lo poco estudiado del asunto, esta corriente de pensamiento no desapareció, sino que se mantuvo viva hasta el final de la guerra y si no llegó a materializarse fue por el desenlace de la Guerra de Secesión, que hizo que la anexión de Cuba dejara de tener sentido para los políticos norteamericanos y no por un cambio ideológico de aquellas élites criollas, que seguían viendo en los Estados Unidos el paradigma del desarrollo y democracia que deseaban para Cuba.

El caso de Máximo Gómez es paradigmático y de plena actualidad. Dejar los asuntos de interés colectivo en manos de militares en el pasado y el presente siempre ha dado malos resultados; si no que le pregunten a los egipcios de hoy y a los cubanos de ayer.

Gómez fue la pieza fundamental, no sólo para la desarticulación del Ejército Libertador, sino para la intervención y desembarco de las tropas del general Shafter en Daiquirí. Facilitar la intervención y la posterior ocupación de un país (que le había confiado -ingenuamente- la jefatura militar) por un ejército extranjero, se llamó traición ayer y hoy, por más que lo políticamente correcto haya cambiado las maneras de nombrar las cosas, el concepto sigue vigente. En resumen, sin caer en el pecado de “presentismo”, a un extranjero que va a otro país a hacer la guerra por dinero se le llamaba durante el Renacimiento “condottieri” y más adelante el nombre que lleva, por mucho que duela, es el de “mercenario” pues, según las listas reproducidas por Robert T. Porter, mencionadas por Antonio Piqueras en su libro de 2004 “Sociedad y poder civil en Cuba” los haberes de Gómez terminada la guerra ascendían a 20 mil pesos. Destituido* *o desautorizado para el caso es lo mismo, Gómez y Wood alzaron juntos la bandera de la “República” y una foto vale más que mil palabras. 

En cuanto a sus méritos guerreros, sin llegar a la genialidad que le presta el vulgo, es cierto que fueron reconocidos por sus propios adversarios cuando tenían la suerte de poder entrar en combate con sus tropas, ya que como es sabido por cualquiera que se interese a la historia militar cubana, el Generalísimo se pasó la mayor parte del tiempo eludiendo los combates y esperando la invasión norteamericana. Esa es la verdad histórica y es un deber que se conozca y divulgue. El futuro de la nación depende.

El cuidado y el respeto que ha puesto la señora Miriam Celaya en la elaboración de su respuesta es digno de encomio, pues hemos de discutir tranquila y pacíficamente todos los cubanos sobre el pasado y el presente, la “polemorrea” no debe ser un fin en sí mismo; sin embargo, no puedo dejar de hacer una observación personal que me sugieren las conclusiones de su enjundioso y brillante artículo.

Vale que la periodista crea en la solución de la independencia plena de una islita que nunca lo fue realmente; pero una nación destruida, con las arcas del estado vacías, inserta mal que nos pese, en un mundo globalizado que se reagrupa a marchas forzadas: RCEP, TLCAN, Mercosur…, hasta incluso en algunos casos como el de Europa, perdiendo la soberanía (monetaria entre otras), es más un voto piadoso que una posibilidad real. Como cubano española la señora Celaya podría, por ejemplo, si de veras quisiera hacer algo objetivo por el bien del país en que vive, organizar de algún modo a los 300 mil cubanos españoles actualmente a la deriva, en una fuerza política capaz de pesar en la Cuba y en la España de mañana, pero esto, claro, ya pertenece al dominio de la ciencia ficción y no de la real política.


Notas

* Tampoco es cierto que no existan documentos oficiales (además de los que abundan en las correspondencias privadas firmadas individual o colectivamente) dirigidas a las autoridades norteamericanas. Una nota oficial del 20 de abril de 1869, la Cámara de Representante reunida en Guáimaro acordó comunicar al pueblo y al gobierno de los Estados Unidos que era deseo casi unánime de los cubanos incorporarse a la federación norteamericana y que “si la guerra actual permitiese que se acudiera al sufragio universal, único medio de que la anexión se verificara, ésta se realizaría sin demora” Roig de Leuchsenring, 1950, p.133.

**Acuerdo aprobado por mayoría en sesión de la Asamblea del 12 de marzo de 1899. Pichardo Hortensia. Documentos para la Historia de Cuba Tomo II, p. 29.

"La asamblea de Representantes, en atención a la conducta últimamente observada por el General en Jefe del Ejército Cubano (...)
Acuerda: 
Destituir de su empleo al General en Jefe, pasando en consecuencia el Mayor General Máximo Gómez, que hasta ahora lo desempeñaba, (...) suprimiéndose por innecesario y perjudicial en la actualidad el cargo de General en Jefe."

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