Con motivo de la Firma del Tratado de París y el centenario del fallecimiento de Eugenio Montero Ríos, su tataranieto, Manuel Sainz de Vicuña Melgarejo, nos ha hecho el grandísimo honor de reglarnos un texto, donde no sólo hace una semblanza de su ilustre antepasado, sino que basado en sus recuerdos personales, nos trae al presente el pensamiento y la vida ejemplar de un contemporáneo. ¡Gracias!
Opiniones escuchadas en la familia.
Joaquín Sorolla, 'Retrato de Eugenio Montero Ríos', un óleo sobre lienzo de 1898. |
En este año 2014, en el que se celebra
el primer centenario del fallecimiento (12 de mayo de 1914) de mi tatarabuelo,
don Eugenio Montero Ríos, quiero hacer una pequeña semblanza de lo escuchado en
la familia y otras fuentes sobre tan ilustre personaje.
Don Eugenio nació en Santiago de Compostela (13 de noviembre
de 1832) en el seno de una familia de clase media. Era el segundo de los hijos,
y cursó sus estudios en el Seminario del mismo Santiago. Al parecer, en el
último año de la carrera sacerdotal, por discrepancias con el Rector, abandonó
la misma y pasó a estudiar la carrera de Derecho en la Universidad de Santiago
de Compostela y fue Catedrático de Derecho Canónico (disciplina eclesiástica)
en la Universidad de Oviedo (1859) con 27 años, trasladándose a la Universidad
de Santiago de Compostela en 1860 y en 1864 a la Universidad Central de Madrid.
Participó activamente en Política, empezando dentro del
Partido Progresista de Juan Prim. Tras la Revolución de 1868, fue diputado en
las Cortes constituyentes de 1869 por los progresistas por la provincia de
Pontevedra, con una amplia mayoría de votos y participó en el gobierno de Prim
en 1870 como Ministro de Gracia y Justicia.
Partidario
de la separación entre Iglesia y Estado, en su primera intervención
parlamentaria en defensa de ella, se declara así:
“Considero como una dicha el ser el más ardiente hijo de la Iglesia; me precio de católico; conservo en mi corazón la llama ardiente de la Fe, que procuro inculcar en el corazón de mis hijos como la prenda más preciosa de los contratiempos de su vida”.
Durante
su etapa ministerial al frente del Ministerio de Gracia y Justicia con el
general Prim introdujo como importantes novedades la ley de Registro civil y
del Matrimonio civil.
Después
de varias vicisitudes (apoyo a Amadeo de Saboya, del cual fue hombre de
confianza, mi bisabuela, hija suya, recibió en el Bautismo el nombre de Mª
Victoria, por ser su madrina la reina Mª Victoria, y al que acompañó a Lisboa cuando
abdicó); participación en la fundación y posteriormente rector de la
Institución Libre de Enseñanza,…..) acabó integrado en el Partido Liberal de
Sagasta.
Ocupó
distintos puestos ministeriales y fue designado varias veces presidente del
Senado. Cuentan la anécdota que por ser persona friolera y ya con una cierta
edad, en una de esas épocas de su presidencia, mandó proteger la puerta del edificio del Senado
con una amplia cristalera cortavientos.
Siendo Presidente del Senado en 1898 aconteció la guerra con
los Estados Unidos. Ningún político de mayor rango que él quiso presidir la
delegación española para la negociación y firma del tratado de paz con los americanos.
La reina María Cristina, regente en aquellos momentos, por la minoría de edad
del rey Alfonso XIII, y que también tenía gran confianza en don Eugenio (le
había concedido el Toisón de Oro en 1895), le pidió que fuera él el presidente
de dicha delegación.
Él
expone sus reparos:
“…falta de aptitud en mi situación personal, ajena todo el tiempo a participación directa en las cuestiones coloniales. Pero se me exigía en nombre del Patriotismo el cumplimiento de tan oneroso deber, y me sometí sabiendo bien las amarguras y dolores que me esperaban…” (palabras textuales suyas en unas conferencias que dio en 1904).
El
resultado ya se sabe: Los Estados Unidos, con prepotencia e intransigencia, no aceptaron ningún tipo de negociación ni
modificación de los artículos del protocolo previo que el embajador de Francia
en Washington había firmado en representación de España. El Tratado no fue tal,
sino un “Diktatt”.
La
reina María Cristina quiso premiar a Montero Ríos con la concesión de un título
nobiliario, pero él alegando que había acudido a París para firmar un tratado
penoso para España, se negó a ser designado noble. ¡Ya lo era de por sí!
Don
Eugenio Montero Ríos, como presidente y cabeza visible de la delegación, fue
injustamente tratado y vilipendiado por la oposición política y por la prensa,
sin reconocer ni estudiar la labor durísima y sacrificada que había realizado.
Pero
el prestigio de su personalidad, de eminente jurista y político serio,
acreditado a lo largo de toda su vida, le hizo superar estos avatares. Con
posterioridad, a la muerte de Sagasta, fue elegido presidente del Partido
Liberal y en 1905 el rey Alfonso XIII le designó Presidente del Consejo de
Ministros.
Falleció
el 12 de mayo de 1914. En su testamento dejó dicho que quería un entierro
sencillo, incluso que no se comunicara (esto último no fue así, pues se dio
parte a don Eduardo Dato, presidente del Consejo de Ministros en ese momento,
que lo trasladó al rey Alfonso XIII) y renunciando a todo tipo de honores y
agradeciendo las distinciones que le habían sido concedidos, el Collar de
Carlos III y el ya citado Toisón de Oro.
El
féretro con su cuerpo fue trasladado a Pontevedra, donde le esperaba una gran
multitud, la prensa local cifraba en 5.000 personas los asistentes, y fue
enterrado en el panteón que existía en la finca “Lourizán”, propiedad de don
Eugenio.
Esos
últimos deseos y el gentío que acudió a despedirle demuestran que fue una
persona sencilla, con gran sentido del DEBER y amor a la Patria, y que se volcó
con la gente y con Galicia, su Patria chica, que le correspondió con su afecto.
Manuel
Sainz de Vicuña Melgarejo.
10
de diciembre de 2014
(Aniversario
de la firma del Tratado de París)
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