Preferirían haber nacido en otro país
Estas y otras preguntas, lanzadas al azar en conversación con varios jóvenes y estudiantes cubanos, tal vez no arrojarán respuestas conclusivas pero, al menos, dejarán ver que los actuales tiempos son de cambios radicales y que la revolución cubana, sin dudas, se encamina a una fase de muerte no por envejecimiento sino por sofocación de las nuevas generaciones a manos de los más viejos.
“No conozco a nadie que esté tan loco”, me responde Denis, un estudiante de un preuniversitario de las afueras de la capital cubana, cuando le pregunto si, al terminar los estudios, piensa quedarse a vivir en Cuba. Y más adelante agrega: “Casi toda mi familia está afuera y yo estoy esperando a pasar el servicio [militar] para pirarme [irse]. Esto está jodido, asere. Ninguno de esos tipos [se refiere a los gobernantes] va a arreglar esto. Si tú coges ese teléfono y lo rompes, ¿después cómo vas a arreglarlo tú mismo? Hay que estar loco”.
Amigo de Denis, compañero de aula, Brian explica las razones para no permanecer en Cuba: “Aquí siempre es lo mismo. Nunca va a cambiar nada. Por más que trabajes siempre vas a pasar trabajo. […] yo gasto todos los días 40 pesos [poco más de un dólar] para llegar a la escuela y para regresar a mi casa. Más 50 pesos [2 dólares] que me da el puro [padre] para merendar y esas cosas. Estos tenis me costaron 40 fulas [dólares] y los compré en agosto, ya se están rompiendo porque son los mismos que uso para la Educación Física [deporte] y, de donde te dejan las máquinas o la guagua, hasta aquí, hay que caminar como dos kilómetros, ida y vuelta, todos los días, bajo tremendo sol o lloviendo. El salario del puro no alcanza para aguantar esto”.
Coincidentemente, para Omar, Leydis y Yuderkis, otros jóvenes que también participan de la conversación, no hay otra solución para los problemas actuales que no sea marcharse del país.
A la pregunta sobre la posibilidad de un “milagro” económico o político que los haga cambiar de idea, Leydis me responde: “No seas bobo, ¿tú no ves que las cosas cada vez están peor? […] Aquí nadie está viviendo del salario. En mi escuela los profesores viven de los repasos y de aprobarte si le das dinero. Cuando llega el día del maestro te exigen el regalo, y si les das algo barato, te joden. Al profesor de Preparación Militar hay que darle un dólar para que te deje faltar [a clases], y al de Educación Física, también […]. ¿De dónde la gente saca el dinero? Olvídate, que no es del salario. Y no puedes hacer nada porque aquí todo el mundo está por lo mismo”.
Para Yuderkis, en Cuba muy pocos escapan a la maquinaria ideológica: “Yo soy de la Juventud [comunista] pero porque no me quedó más remedio. Mi papá y mi mamá viven en otro siglo pero no se dan cuenta de que comen gracias a mi abuela que nos manda el dinero […] ella vive en Miami, con mi tío. […] Pero mi papá todavía piensa que si soy de la Juventud me van a dar mejor ubicación. […] Yo no quiero una carrera, ¿para qué? Eso no sirve para nada, al final te mueres de hambre. Estudias mil años por gusto. Mi hermano tiene noveno grado, dejó de estudiar y se puso a vender ropa y zapatos en un portal y ahora gana más que mi papá que se graduó de Historia. Lleva años dando clases en la misma secundaria donde yo estudié. […] Él no es como los demás profesores que chantajean a los alumnos y le piden dinero, y por eso lo miran mal, hasta la directora lo tiene en la mirilla porque él no acaba de entender que esto es una mierda, pero es como dice ella [Leydis], aquí todo el mundo está luchando”.
“Aquí hay que pirarse pa´ la Yuma”, nos dice Boris tajantemente cuando le pregunto si piensa trabajar para el Estado ahora que ha dejado los estudios. El tema de la conversación aviva la discusión con los amigos presentes: “Asere, deja esa locura, ¿quién se va a meter 8 horas trabajando para ganar lo que puede hacer en una hora?”. Con solo 16 años, Boris, al igual que miles de jóvenes en Cuba, es criador y vendedor de palomas. En su familia todos viven de los ingresos del muchacho, que abandonó los estudios cuando al padre lo sentenciaron a cinco años de prisión por herir de gravedad a una persona en una reyerta callejera a causa del negocio de las palomas.
En el barrio de Boris, una zona marginal en Arroyo Naranjo, la violencia es una realidad tan palpable como esa otra, mucho más cruda, de adolescentes que abandonan las escuelas porque, conociendo bien el contexto donde han crecido, no ven alguna utilidad práctica en los estudios ni en la permanencia en el país.
Nos dice Boris: “Por cada paloma yo gano entre 15 a 100 dólares. […] No vendo todos los días pero al final gano más que si trabajara para el Estado. […] Una parte del dinero se lo doy a mi mamá y la otra la cojo para comprar más palomas. A veces me las han robado y entonces tengo que salir a buscarlas porque uno sabe quién fue. […] Me he tenido que fajar porque aquí no se puede andar con boberías, este negocio es así. Todos están tratando de robarte y tú a veces también tienes que robar [las palomas]”.
Cristian, amigo de Boris y también criador de palomas, nos dice: “es mejor esto que andar por ahí con maricones, con viejos”. A diferencia de Boris, Cristian aún no ha abandonado los estudios: “en mi pre hay quien sale y se va directo para el Vedado o el Parque Central a buscar turistas. […] Hembras y varones. Se buscan el dinero o le regalan celulares, ropa. Yo no ando en eso, lo mío son las palomas”. Por su parte, Boris reconoce que muchos adolescentes ejercen la prostitución obligados por sus padres y estos, a su vez, por necesidades económicas imperiosas: “están los descara´os, pero yo sí conozco a una jevita que la madre le busca turistas. Hay quienes están embarcaos. Aquí todo el mundo tiene que vivir de algo”.
Osmani, de 16 años y amigo de Boris y Cristian, nos da su punto de vista: “En Cuba se pasa mucho trabajo y ponerse a estudiar es una mierda. Si al final vas a irte de aquí, ¿de qué sirve? No puedes ir a una discoteca si no luchas el dinero, no puedes hacer nada. En mi pre los profesores te hablan de lo mismo, que si la revolución, que si los cinco héroes y al final, te dicen que si no le pagas 5 fulas te suspenden, y después te enteras que se fueron del país. En el trabajo de mi puro es igual, que si no va a los desfiles o a echarle flores a Camilo, le quitan el estímulo o no le venden ropa, y al final, el jefe es un descara´o que tiene dos casas, una moto y un montón de jevas”.
Para Mariam y Yuniel, una pareja de jóvenes estudiantes de preuniversitario en el municipio Boyeros, la situación en Cuba es, según sus propias palabras, “deprimente”. Yuniel pretende abandonar el país en cuanto termine el pre, mientras que Mariam esperará a graduarse de Medicina para reunirse con su padre que ya lleva dos años viviendo fuera de Cuba.
“En la escuela te siguen hablando de la revolución y de Fidel y Raúl pero ya todos nos reímos de eso. Cuando ponen a alguna bobita a leer algo y a hablar mierda, la gente después se burla en el aula. Le ponen letreros, le echan cosas en la ropa. Ya nadie está para el teque. […] Al menos en mi aula le damos tremendo cuero a los de la juventud, y al profesor de Preparación Militar lo tenemos loco, nos burlamos de toda esa basura. […] Es que ni ellos mismos se creen lo que hablan. La gente está tan cansada de esta bobería que ya les da lo mismo que esto sea capitalismo que feudalismo. La gente lo que quiere es comer, viajar, vivir tranquilos”, dice Yuniel.
Mariam, por su parte, nos comenta: “Es que a uno lo tienen aturdido con que la cosa va a cambiar. Como si uno no se diera cuenta que todo es mentira. Siempre vamos a depender de Venezuela o de China y ellos allá arriba se van a echar el dinero en los bolsillos. […] En la escuela todos saben que los de la juventud son unos oportunistas. Mi abuelo fue dirigente de la Juventud y del Partido, trabajó en [Ministerio de] Comercio Exterior más de veinte años y ahora no quiere saber nada de esto. Dice que allá arriba todos son unos corruptos. […] Él se quedó en un viaje que hizo a México y después sacó a mi papá que ahora vive en Ecuador con su mujer”.
“Todos son unos viejos que lo que quieren es morirse en el poder. ¿Por qué no confían en los jóvenes? Porque saben que si los ponen a dirigir, son ellos los que van a tener que salir echando”, nos dice Yuniel. Cuando le pregunto si cree que la solución a los problemas en Cuba depende de que los actuales gobernantes se retiren del poder, me responde negativamente y desde una perspectiva demoledora: “Tiene que pasar mucho tiempo para que esto se arregle porque la gente tiene miedo y ya en Cuba eso nace con uno. Tal vez en cien o doscientos años […]. Es mejor irse y que después pase lo que tenga que pasar”.
A juzgar por la edad promedio de los principales dirigentes cubanos (por encima de los 65 años), y por el bajo perfil que últimamente le han asignado a la Unión de Jóvenes Comunistas y a las organizaciones estudiantiles en los actos políticos y en los llamados “programas de rediseño de la economía”, el gobierno ha comenzado a advertir la indiferencia y el descontento generalizados del más importante sector poblacional de la isla, al que ya no es capaz de convencer de la utilidad de una ideología y una política irracionales e incapaces de garantizar el futuro que realmente anhelan los jóvenes de hoy, y que nada tiene que ver con esa utopía que solo ha servido durante años para enmascarar una estrategia de perpetuación en el poder, a sangre y fuego.
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