Ariel Hidalgo: Crónica en el camino hacia el abismo - Columnas de Opinión sobre Cuba - ElNuevoHerald.com
Cuba se encamina al cierre del 2012 con un aumento incomparablemente mayor de acciones represivas calculado por el número de detenciones, la mayoría de corta duración por la política represiva de sustituir en lo posible el procesamiento de los ciudadanos por el de hostigamiento en las calles. Esta política, denominada “represión de baja intensidad” -expresión eufemística si tenemos en cuenta las golpizas de turbas que impunemente agreden en las calles a los disidentes-, tiene dos objetivos: primero evitar los altos índices de presos políticos, blancos más frecuentes de los organismos internacionales; y segundo, porque la magnitud del desafío exigiría el procesamiento de un número que sobrepasaría la capacidad del régimen en toda su historia, sobre todo en una época de profunda crisis económica. Ya en el 2003 se intentó liquidar las voces de protesta con un gran escarmiento: encarcelamiento y altas condenas de 74 prominentes disidentes en lo que se llamó primavera negra”, pero con resultados contraproducente por sus consecuencias: mientras esa disidencia revivía como hidra de Lerna de cien, miles de cabezas, el régimen tuvo que pagar un alto costo político, primero en la arena internacional, incluso entre numerosas personalidades de izquierda que hasta entonces habían apoyado al régimen y que públicamente manifestaron su repudio, y segundo en sus propias bases internas ante la concientización de numerosos intelectuales y miembros del Partido y la Juventud Comunista que generaron lo que hoy se conoce como la “nueva izquierda cubana”. La alta dirigencia ha tenido que optar por tolerarlos, pero no da cabida a sus propuestas y protestas en los medios oficiales.
Según la Comisión de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, grupo interno distinguido por la seriedad de sus datos, durante todo el 2010 se efectuaron 2,074 arrestos; en el 2011 esta cifra se duplicó para alcanzar 4,123, y por lo que va de año, se prevé que en el 2012 sobrepasará con creces las cinco mil detenciones. Sólo en noviembre fueron reportadas 410, varias de ellas en forma violenta para un total de 4,952 en el presente año sin contar diciembre. Teniendo en cuenta que se están produciendo más de 400 detenciones por mes, no es aventurado predecir que el año concluirá con más de 5,350 arrestos si tenemos presente que sólo en los primeros diez días de diciembre fueron detenidas cerca de treinta damas de blanco en Ciudad Habana tras un violento acto de repudio entre otros arrestos a lo largo del país por las celebraciones pacíficas del día de los derechos humanos.
Otra pregunta sería ésta: ¿El gradual crecimiento de los índices de detenciones temporales se debe al aumento cada vez mayor del desafío de grupos disidentes o más bien al temor gubernamental por el estado potencialmente explosivo de la población? Los éxodos masivos utilizados por la alta dirigencia para aliviar las crisis periódicas cada catorce o quince años ya no eran procedentes, pues siempre implicaban riesgos de desestabilización, y el último ciclo había concluido entre el 2008 y el 2009 en condiciones demasiado críticas –a la crisis del sistema se sumaba la crisis internacional y los huracanes-, riesgo demasiado alto, por lo cual se optó por otra estrategia: crear permanentes expectativas de cambio. Pero este recurso de cambiarlo todo para no tener que cambiar nada, era también peligroso. El Estado continuaba fijando precios, imponiendo altas tasas y condicionando todas las facilidades de cooperativas y pequeños productores, de modo que los trabajadores terminaban peor que antes y las esperanzas podían terminar en frustraciones explosivas.
Pese al temor del régimen de que estos actos represivos impliquen un costo político por el deterioro de su imagen ante la opinión pública internacional, se ha ido aumentando el número de arrestos año tras años. Esto sólo puede tener una explicación: porque teme mucho más a perder el control de la situación interna y a la larga caer en la ingobernabilidad. Como quiera que sea, el aumento creciente de detenciones año tras año muestra un empeoramiento de la situación social del país que el gobierno cubano debe estar observando con gran alarma. El régimen cubano no teme tanto a la disidencia en sí misma. ¿Qué pueden asustar cuatro o cinco personas desarmadas y pacíficas que vociferen consignas en una calle o una plaza? Lo que en realidad teme es a lo que hay bajo los pies de esos manifestantes: un verdadero polvorín.
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