Días atrás leí una nota publicada por la Redacción de Cubaencuentro, fechada en Madrid el 30 de octubre bajo el título “Cónsul español en La Habana pide a sociedades hispanas en la Isla acoger a los nuevos cubano-españoles”, la cual me ha producido cierta perplejidad. Además de ofrecer algunos datos interesantes, el texto merece una lectura cuidadosa: muchas veces lo esencial está en los detalles, sobre todo cuando se trata de un discurso diplomático, lleno de omisiones y medias verdades.
El tema de los cubanos que han abarrotado la sede del Consulado Español en La Habana con el objetivo de acogerse a la nacionalidad de sus ancestros en virtud de la Ley de Memoria Histórica, resulta un signo elocuente de lo depreciada que se encuentra la condición de los nativos de la Isla. Basta consultar las cifras para tener una idea aproximada de la movilización que se desató por parte de centenares de miles de descendientes de españoles que en el transcurso de los tres últimos años han aspirado a recuperar la ciudadanía de sus abuelos.
Según la citada nota, por declaraciones del propio cónsul general de España, Tomás Rodríguez Pantoja, al cierre de 2011 se habían concedido en Cuba 65 000 nuevas nacionalidades y en la actualidad son 70 000 los cubanos que la han obtenido, mientras quedan todavía pendientes 140 000 expedientes de solicitudes. Si a esto se añaden los 28 000 españoles radicados en Cuba antes de la aplicación de la referida Ley, se puede concluir con facilidad que la cantidad de ciudadanos de ese país (es decir, los neo-españoles caribeños) surgidos en pocos años casi supera el total de inmigrantes españoles que arribaron a la Isla en todo el primer tercio del pasado siglo. En esas cifras no se incluyen las decenas de miles de cubanos de ascendencia española que por diversas causas se han visto imposibilitados de obtener la documentación imprescindible que se requiere para la obtención de la nacionalidad –como, por ejemplo, las certificaciones de nacimiento de los abuelos– y, en consecuencia, ni siquiera han presentado sus solicitudes ante las oficinas del Consulado.
En reunión sostenida con los directivos de sociedades españolas en Cuba, el señor cónsul expresó que “uno de los retos más importantes que tenemos, y que os pido que os toméis con el máximo cariño, es integrar en nuestras sociedades a todo este ingente número de españoles nuevos o viejos, renovados, que son los cubanos españoles que, a través de la Ley de la Memoria Histórica, van a recuperar la nacionalidad de sus ancestros”, y pidió a las comunidades españolas asumir “la responsabilidad de integrarlos en el espíritu de España”, debido a que algunos de los cubanos nacionalizados “no saben siquiera distinguir entre comunidades”. Anteriormente había afirmado en otro espacio que estas personas “no tienen todavía el sentimiento español (…) no sienten el país ni están pegados a nuestra realidad, pero son tan españoles como nosotros”.
Como cubana-española reciente, debo reconocer que en buena medida el señor cónsul tiene razón: aquí no tenemos ni la más peregrina idea de lo que pueda ser “sentirse español”, al menos no como parece considerarlo el diplomático. Somos, simple y puramente, cubanos, sin importar la cantidad y variedad de ciudadanías o pasaportes que llegaríamos a atesorar si nos fuera posible. No es un secreto, ni siquiera para el cónsul, que la abrumadora mayoría de quienes se han acogido a la ciudadanía española lo ha hecho con la esperanza de emigrar. Por cierto, el pasaporte español ni siquiera tiene tanta demanda como una visa norteamericana.
Y aquí quiero subrayar que soy una excepción en la regla: no tengo el menor interés en escapar de Cuba, ni en establecerme en España (ni en ningún otro país) y si decidí acogerme a la ciudadanía de mi abuelo, un vasco nacido en Busturia, es porque me corresponde tal derecho y porque si alguna vez tengo la posibilidad de visitar España sería preferible hacerlo en condiciones de ciudadana de ese país, con un pasaporte que me abriría las puertas que me cierra el cubano. Soy en definitiva una incurable adicta a los derechos. Tampoco me interesa “solicitar ayuda” para parasitar sobre el erario público que se sostiene sobre los impuestos de los españoles que aportan a él con su trabajo y su esfuerzo. No tengo espíritu de holgazana ni de mendiga.
En lo personal, no tengo idea de qué definiría el cónsul como “sentimiento español”. No creo que se precise de algún sentimiento nacionalista para experimentar una emoción profunda ante la historia y la cultura españolas. Los grandes maestros de su pintura; sus artistas; los innumerables genios de su literatura, en particular de su poesía, de los cuales Antonio Machado sigue siendo mi favorito; la fuerza y peculiaridad de su música y sus danzas; la riqueza y variedad de sus tradiciones; la fascinación de su rica historia cargada de luces y sombras, que en buena medida encierra las claves del propio devenir de la historia de mi patria, Cuba, y que también explica la idiosincrasia de mi propia nación e identidad, son elementos suficientes para comprender la singular empatía entre cubanos y españoles.
España me resulta más cercana, además, desde que comenzó a producirse la migración al revés: las décadas de dictadura han coadyuvado al desplazamiento de miles de cubanos que se han hecho de España su patria adoptiva. Muchos de ellos no tienen la nacionalidad española y una parte considerable no ha obtenido siquiera la residencia, pero hacen lo posible por sobrevivir en condiciones de desventaja y en medio de una prolongada y severa crisis económica. Quiero más a España desde que se ha convertido en el hogar de tantos compatriotas míos y desde que en el transcurso del último lustro he recibido el apoyo y las muestras de simpatía de españoles que me escriben y son seguidores de mi bitácora digital. Porque, aunque esto no resulte de interés para el señor cónsul, entiendo que el gobierno español pudiera no haber hecho una buena adquisición al otorgarme la ciudadanía: soy una disidente impenitente y me opongo a cualquier autoridad que coarte mis derechos. Como cubana disiento del gobierno de la Isla, y como española quisiera que, discursos condescendientes aparte, el Cónsul, representante en Cuba del gobierno de mi otra nación, me aclarase algunas dudas.
Me interesaría saber, digamos, de qué manera el Consulado piensa ayudar a que los cubanos que están recuperando la nacionalidad de sus ancestros “sientan el país (España)” o “se peguen” a la realidad española. Pongamos por caso, la sede diplomática de España en La Habana podría comenzar por introducir prácticas que reconozcan a los cubano-españoles los mismos derechos que a los españoles de nacimiento, ya que hasta ahora el trato que se otorga a unos y otros es marcadamente diferenciado, como lo demuestra el detalle de que cualquier nativo de España solo tiene que presentar su pasaporte comunitario o su DNI español para acceder a la sede diplomática, en tanto los cubano-españoles están obligados a utilizar su carné de identidad cubano para ello, aunque posean el pasaporte español. ¿Somos españoles de segunda categoría, ciudadanos sin pedigrí, españoles amateur?
El pasaporte es otro punto neurálgico. Es casi tan engorroso acceder al pasaporte español como al cubano. En mi caso, recibí la comunicación de otorgamiento de la ciudadanía en octubre de 2011 y más de un año después no he podido confeccionar mi pasaporte, ignoro por qué. Muchos cubanos que han obtenido la ciudadanía después que yo, ya lo poseen. Ante la falta de respuestas, he solicitado el trámite en varias ocasiones, sin éxito. Estoy inscrita en el registro consular de La Habana, pero soy una “española indocumentada”, sin saber qué ineptitud burocrática (si lo fuera) me impide acceder al documento que me identifica como ciudadana de España. ¿Será que el pasaporte español es tan selectivo como el cubano y ciertos elementos no tenemos derecho a él?
No conozco ningún nuevo cubano-español que haya sido invitado a las celebraciones por el Día de la Hispanidad que se celebra cada 12 de octubre, ni he tenido noticias de que el consulado tenga alguna propuesta de atención para este sector de sus “nacionales”. Por ejemplo, a pesar de las conocidas limitaciones de los cubanos para acceder a Internet, todos los trámites consulares requieren de citas previas que deben solicitarse por correo electrónico. No obstante, el consulado no ha tenido a bien habilitar una sala de acceso a la red de redes, ni siquiera para el uso de los cubanos que ya han obtenido su documentación como españoles. Tampoco se ofrece ese servicio en las sociedades culturales españolas. ¿No sería esta una forma efectiva de demostrar la buena voluntad del gobierno de Madrid y una vía para que los nuevos españoles estén mejor informados y conozcan más sobre su nación adoptiva? ¿No son las nuevas tecnologías de la informática y las comunicaciones el medio más expedito para el libre intercambio cultural en la llamada aldea global?
Tampoco sé de cubano-españoles que sean libremente contratados y considerados como tales por las firmas comerciales de España que han invertido capitales en la Isla. ¿Qué impide que éstos sean contratados como españoles de ultramar y que gocen de los mismos beneficios salariales y los derechos laborales de cualquier otro español? Similares exclusiones se extienden a quienes han decidido independizarse del empleador oficial —el gobierno cubano— tras obtener la ciudadanía española. Conozco casos de cubanos que mientras fueron contratados a través de una bolsa empleadora oficial de la Isla pudieron ejercer su profesión en España sin que para ello les exigieran titulación de ese país. Sin embargo, al pretender emplearse como ciudadanos españoles en el mismo desempeño ahora se les exige documentación de centros de estudios españoles. ¿Es que acaso existe un acuerdo con el gobierno cubano para limitar los derechos de los españoles de ultramar? ¿Cómo se puede consolidar de esa manera el “sentimiento español”, cómo explicaría el cónsul semejante discriminación y cómo supone que estos nuevos españoles tengan la posibilidad de “penetrar” en la economía de sus empresas cuando en principio se encuentran marginados de ellas?
No me parece que el señor cónsul tenga muy claro que la integración no se puede sostener sólo sobre los “intercambios y actividades culturales”. Es decir, las panderetas, gaitas y castañuelas me parecen muy bien, pero como “derechos” resultan insuficientes. El gobierno de España podría hacer muchísimo más por los españoles de esta ínsula y también por su propia nación si concibiera políticas eficaces que estimulasen a éstos a permanecer en Cuba y que a la vez aportasen beneficios a la economía española. De hecho, aportar a España fue lo que hicieron hombres como mi abuelo vasco y centenares de miles de españoles que como él llegaron a esta Isla cargados de esperanzas para trabajar, prosperar y ayudar a los suyos en la patria lejana. No se trata aquí de ofrecer limosnas, sino de trazar estrategias de beneficio mutuo. Ojalá los hacedores de la política española en Cuba fuesen hoy tan determinados, creativos y auténticos como aquellos inmigrantes que antaño partieron de sus playas para recalar en las nuestras.
Miriam Celaya
La Habana
La Habana
Miriam Celaya no se da cuenta de que hay dos psicologías distintas.
RépondreSupprimerLos españoles de la embajada son como los españoles colonialistas.
Ven a los cubanos como colonizados a quienes se les hace el favor de atenderlos impersonalmente cuando visitan la embajada.
Me parece que no hay que rendir tanta pleitesía a nadie, sobre todo a quienes fueron nuestros anteriores dueños.
Independientemente de que yo personalmente amo a España por nuestro tronco cultural común y nuestros amados ancestros, hay algunos de ellos que no se merecen ninguna simpatía porque son unos frescos y unos equivocados.
Cuando la guerra de independencia del siglo ante pasado, no dieron otra alternativa de sacarlos a machetazos de la isla.
Hubo muchos españoles que se pusieron del lado de los insurrectos, hubo muchos españoles que pelearon al lado de los independentistas codo con codo, porque no podían soportar el despotismo colonial.
Así señores, que a lo hecho pecho.
Somos cubanos, con nuestra identidad maltrecha y desvencijada, pero dejamos de ser españoles.
Mucho menos tenemos en común con la identidad y la cultura anglosajona. A ellos que quieren poseer la isla, no les interesa tener a la población cubana porque la consideran muy inferior y descendiente de colonizados españoles lo cual nos demerita enormente.
Los anglosajones, que son nuestros colonizadores actuales quieren a la isla de Cuba vacía.
No desean a esa cochambre degenerada sobre todo de mulatos, una raza mezclada que es muy inferior de por si porque tomó lo peor de los blancos y lo peor de los negros.
En su momento harán una despoblación para tener a la isla vacía.
Y no querrán ver a esa podredumbre de humanoides amulatados bailando el reguetón en donde los mayores ponen a los niños y a las niñas a rasparse y frotarse sus sexos, moviendo las cinturas como si estuvieran fornicando entre si.
Eso para ellos es una inmundicia y claro que lo es, por eso, cuando comparan a su población con su cultura se dan cuenta que la cultura del imperio yanqui es muy superior a la nuestra.
Que la cultura nuestra es una reverenda porquería y que ese populacho de porquería se aferra a esa basura demostrando que son verdaderamente inferiores.
Así que los españoles de la embajada deben estar pensando y diciendo que hay que meter en cintura a todos esos cubanos esclavos que no valen nada y los anglosajones deben estar pensando en el líquido fumigador que van a utilizar para eliminar definitivamente a esa molesta y asquerosa plaga de insectos humanoides cubanos que no valen para nada.
Miriam Celaya no comprende estas cosas y ve su realidad española, desde el punto de vista de una colonizada que quiere ser cortés y amable con nuestros otrora amos.
Me pregunto si esos cubano-españoles no podrían crear un partido en ultramar que defienda sus derechos en Madrid. ¿Podrían hacerlo?
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