LA HABANA, Cuba, diciembre, www.cubanet.org –Los cubanos llaman “Nochebuena” a la víspera del 25 de diciembre, cuando, según la tradición cristiana, nació Jesús de Nazaret. Sin embargo, para muchos compatriotas en la zona oriental de la isla, esa noche no sera muy buena, será triste. El huracán Sandy y sus devastadoras consecuencias han cambiado, para ellos, el rostro y el sentido de estas Navidades.
Aquellos que lo perdieron todo como resultado del meteoro, han sido víctimas de un fenómeno de la naturaleza. Pero los cubanos conllevamos la tragedia de ser damnificados como consecuencia de un huracán político que dura ya más de cinco décadas. Todos compartimos la incertidumbre de otra Navidad en ruinas.
En la víspera del año 1993, muchos hablábamos más abiertamente de celebrar las Navidades. Las modificaciones a la Constitución, aprobadas en el año que terminaba, eran una especie de salvoconducto para hacerlo. Treinta años antes, en muchos hogares de la Isla se sustituyó el cuadro del Sagrado Corazón de Jesús que adornaba la pared de la sala, por retratos de Lenin, Marx o Fidel Castro. La Navidad fue satanizada como una felonía pequeño-burguesa, tara de un pasado que sería superado.
Sin embargo, en 1992, la crisis arreciaba. Habían desaparecido, un año antes, los padrinos extranjeros que mantenían a flote, con sus enormes subsidios, la mala caricatura de comunismo de cuartel a la criolla. En 1998, el gobierno les devolvió oficialmente a los cubanos el día feriado del 25 de diciembre, por obra y gracia del Papa Juan Pablo II, o tal vez del paciente y pertinaz Espíritu Santo. Durante décadas había sido impuesto como noche de celebración el 31 de diciembre, no porque fuese el fin de año, sino por ser la víspera del primero de enero, cuando era celebrado un aniversario más del triunfo y ascenso al poder de Fidel Castro y sus acólitos, o sea de la instauración de la dictadura.
Entonces se esperaba la medianoche, mientras un largo show musical era transmitido por la televisión nacional. A las doce, era leído por un locutor en cabina el solmene y nada festivo comunicado del gobierno. Y luego, seguía la transmisión del show, hasta casi dos horas más tarde, mientras sonaba algún disparo al aire y muchos vecinos lanzaban cubos de agua a la calle, para que todo lo malo se fuera junto con el año que concluía.
Esa costumbre se ha mantenido. Aún se conserva, aunque diluido, el comunicado del gobierno en TV. Nada nuevo dirá tampoco este próximo 31 de diciembre. Pocos en la Isla le prestarán atención. En los barrios habaneros, al oír los disparos, muchos se enterarán de que ya acabó el viejo año. Se escuchará música a todo volumen en algunas casas. En otras, pesará la ausencia del hijo o el nieto que se fueron y que tal vez llamen desde largas distancias.
Los precios de la carne de puerco retarán una vez más el bolsillo del buen cubano. Lo que no se cocine en la noche del 25, servirá para la cena del 31. Las familias se reunirán con más decepción que ganas, pero intentarán hacer agradable la velada. Se hablará más de supervivencia que de futuro. El ron, amable o peleón, lloverá sobre las penas, mojándolas pero sin ahogarlas. Ya se sabe que las penas saben nadar.
La misa del Gallo reunirá nuevamente a toda la comunidad Gay en la Catedral de La Habana, cuando suenen las campanas de medianoche, entre el 24 y el 25. Los Santeros y Babalawos se prepararán para reunirse en dos concilios separados, y cada uno dará a conocer su predicción para el nuevo año. Sin embargo, nadie podrá realmente predecir cuándo cesarán las penurias de los que viven refugiados en un
techo precario en el oriente de Cuba. Nadie les dirá que fueron, son y serán engañados. Quienes intenten advertírselo, serán reprimidos por individuos que luego van a cenar alegremente con su familia, creyendo quizás que hicieron lo correcto.
techo precario en el oriente de Cuba. Nadie les dirá que fueron, son y serán engañados. Quienes intenten advertírselo, serán reprimidos por individuos que luego van a cenar alegremente con su familia, creyendo quizás que hicieron lo correcto.
En La Habana o en Santiago, el amanecer del primero de enero no será de vítores y banderas al viento. Será de vómitos y botellas vacías. Mientras, la cólera acumulada y silenciada, seguirá compitiendo con el cólera, también silenciado por las autoridades de salud del régimen.
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