dimanche 9 décembre 2012

Deshaciendo Mentiras: José Martí


Con motivo del 114 aniversario de la Firma del Tratado de París el próximo 10 de diciembre la asociación Autonomía Concertada para Cuba publicará una serie de textos sacados del blog Cuba Española animado por José Ramón Morales, quien antes de su muerte resumió los artículos más importantes aparecidos en su portal desde su creación. Como pensamos que responden todavía a las principales exigencias de la verdad histórica y que sus objetivos son todavía de plena actualidad, volvemos a reproducirlos tal y como aparecieron en su momento.
Aquí va el cuarto.


Carta #1 del Comandante Enrique Collazo a José Martí.

Habana, 6 de enero de 1892
Sr. D. José Martí
En la Emigración

Muy señor mío:

He leído una hoja suelta, titulada Por Cuba y para Cuba, que reproduce un discurso de usted pronunciado en Tampa el 26 de noviembre de 1891(2). No es mi ánimo discutir ese discurso; doy por sabido que en él trata usted magistralmente los arduos problemas políticos y sociales de nuestro país, ideando las más galanas soluciones. En la sexta columna del citado impreso, hay un párrafo, el tercero, que copio al pie de la letra:

¿O nos ha de echar atrás el miedo a las tribulaciones de la guerra, azuzado por gente impura que está a paga del gobierno español, el miedo a andar descalzo, que es un modo de andar ya muy común en Cuba, porque entre los ladrones y los que los ayudan, ya no tienen en Cuba zapatos sino los cómplices y los ladrones?” Pues como yo sé que él mismo que escribe un libro para atizar el miedo a la guerra, dijo en versos, muy buenos por cierto, que la jutia basta a todas las necesidades del campo en Cuba, y sé que Cuba está otra vez llena de jutías, me vuelvo a los que nos quieren asustar con el sacrificio mismo que apetecemos, y les digo: -“Mienten”.

Los que militamos en la revolución y vivimos ahora en Cuba tenemos hoy el mismo criterio que ayer tuvimos, y, a pesar del tiempo transcurrido, mantenemos los vínculos que nos unieron a la década del sacrificio. Nuestro juicio sobre la emigración, por la conducta que observó durante la guerra, está consignada en el folleto que, a raíz del Convenio del Zanjón, publicó el autor de A pie y descalzo(3).

Después de la guerra hemos perseverado en esa opinión, abonada por los hechos; pero nunca imaginamos tan ruin a esa emigración como usted la hace aparecer en su discurso. ¡Cómo! ¿Con qué; a pesar de los años transcurridos, todavía puede asustarse esa emigración con el relato fiel de las privaciones, trabajos y desventuras que afrontamos durante diez años? ¿Crée usted, señor Martí, que los que, a impulso del deber, arrostren el peligro de hacer patria, deben ir ciegos o engañados como el soldado mercenario a quien se emborracha para que sirva de carne de cañón? ¿Tan ruin imagina usted la generación presente, que la cree incapaz de ir al sacrificio con plena conciencia de lo que va a hacer, con el mismo valor y estoicismo con que arrostraron la muerte, en el campo y en el patíbulo, los hombres del 68? Su manera de presentar las cosas nos autoriza para creerlo: los cubanos de hoy se asustan -eso piensa y eso teme usted- con un sencillo relato de penalidades. Pues bien, señor Martí: ofensa tan grave a los cubanos, jamás pensó inferirla el autor de A pie y descalzo, ni ninguno de sus compañeros, que unánimemente aplaudimos la veracidad y oportunidad de un libro cuya moral debe llenar de orgullo a todo corazón cubano. Como usted no ha comprendido el mérito real de ese libro, yo quiero explicárselo ahora, en muy pocas palabras: sabiendo, de lo que es capaz ese corazón cubano, que usted calumnia; sabiendo, porque ése fue el mundo en que vivimos durante diez años, que no hay trabajo ni sacrificio que le arredre en cumplimiento del deber, quisimos darle una idea clara y precisa del calvario que nosotros habíamos recorrido, para que aprovecharan la enseñanza nuestros hijos y sucesores.

No nos extraña que usted haya comprendido mal la índole de A pie y descalzo: el libro ha debido parecer a usted terrorífico. El que con ofensas más que suficientes -el grillete-, con edad sobrada, no cumplió con los deberes de cubano cuando Cuba clamaba por el esfuerzo de todos sus hijos; el que prefirió continuar primero sus estudios en Madrid, casarse luego en México, ejercer en la Habana su profesión de abogado, solicitar más tarde, como representante del Partido Liberal, un asiento en el Congreso de los Diputados, por Puerto Príncipe o por Cuba(4) el que prefirió servir a la Madre Patria, o alejar su persona del peligro, en vez de empuñar un rifle para vengar ofensas personales aquí recibidas, ése, usted, señor Martí, no es posible que comprenda el espíritu de A pie y descalzo. Aún le dura el miedo de antaño.

No; no es posible que usted comprenda lo que es, en toda su fuerza, el cumplimiento del deber; pues que en el momento preciso en que todo le obligaba a cumplirlo, pudo más en usted el amor a sí propio que el amor a Cuba. Y, sin embargo, hoy es usted patriota, y valiente, y héroe, y hasta orador. Y hoy es usted un prohombre cubano; la representación metafórica del patriotismo; sospecho que hasta mártir, un Bolívar en perspectiva; y nosotros... nosotros “estamos a paga del gobierno español”.

¡Cómo cambian los tiempos, señor Martí!... ¿Tenemos nosotros la culpa de que usted no prosperase en su bufete de abogado, o de que orientales y camagüeyanos no lo llevasen con sus sufragios a los escaños del parlamento español? ¿Qué le hemos de hacer, si usted por más que diga, no puede borrar su pasado? Pero si usted quiere ser cubano póstumo, o guapo, después que ha pasado el peligro, séalo en buena hora; pero déjenos en paz. Quien tanto miedo tuvo a sacrificar su vida cuando Cuba lo exigía, respete y no importune a los que por Cuba expusimos la cabeza una y mil veces.

Haga usted discursos; hable cuanto quiera; viva como mejor le acomode; que a nosotros no nos importa como vive cada cual. Sepa usted, señor Martí, que aquí, cara a cara del gobierno, nosotros conservamos nuestro carácter de cubanos y de revolucionarios; que no hemos hecho transacción alguna que desdiga o empañe nuestros antecedentes; que somos hoy lo que éramos en 1878; pero sepa al mismo tiempo que no rebajamos nuestra condición adulando a un pueblo incrédulo para arrancarle sus ahorros; que pedimos nuestro sustento al trabajo; que vivimos con la satisfacción del deber cumplido, pudiendo decir con orgullo: a nadie tememos; a nadie debemos; a nadie adulamos.

Si de nuevo llegase la hora del sacrificio, tal vez no podríamos estrechar la mano de usted en la manigua de Cuba; seguramente porque entonces continuará usted dando lecciones de patriotismo en la emigración, a la sombra de la bandera americana.(5)

De usted, S. S. Q. B. S. M.
Enrique Collazo(6).

Firman, por estar conformes:

José Ma. T. Aguirre(7), Francisco Aguirre, Manuel Rodríguez.
(
(6) Enrique Collazo y Tejada nació en Santiago de Cuba, el 28 de mayo de 1848-murió en La Habana, el 13 de marzo de 1925. Se encontraba en España cursando estudios militares cuando estalla la revolución en Cuba y, deseoso de unirse a ella, parte para Francia; de allí viaja a los Estados Unidos, y se enrola como soldado en la expedición del Perrit, comandada por el general Thomas Jordan, que desembarca en Cuba en mayo de 1869. Al concluir la guerra, por sus méritos militares, ostentaba el grado de Comandante. En compañía del general Gómez parte para Jamaica, y en 1887 regresa a Cuba y continúa conspirando hasta el 15 de noviembre de 1894 cuando, en representación de los revolucionarios de la Isla, se dirige a Nueva York, donde junto con Martí y el general Mayía Rodríguez, enviado especial del General en Jefe Máximo Gómez, firma el plan y la orden de alzamiento. Vence múltiples dificultades, pero logra desembarcar en Varadero el 17 de marzo de 1896, y termina la guerra como General. Fue además, representante a la Asamblea Constituyente de la Yaya en 1897.

(7) José María T. Aguirre y Valdés (La Habana, 22 ago. 1843-Loma de Jaruco, La Habana, 29 dic. 1896). Al estallar la guerra en 1868, marcha al extranjero; regresa a Cuba en la expedición del Galvanic para incorporarse a la lucha independentista en la que alcanza el grado de Teniente Coronel. Deportado a España, es liberado al firmarse la paz del Zanjón. Forma parte de los conjurados en la Guerra Chiquita; pero fracasada esta, regresa posteriormente a La Habana. El 24 de febrero de 1895, al lanzarse en Baire, Oriente, el grito de Independencia o Muerte, es apresado, pero lo liberan más tarde. Viaja a los Estados Unidos, de donde el 10 de noviembre de ese año parte en unión del general Francisco Carrillo al frente de una expedición, que seis días después los dejaría en las costas orientales de la Isla. Se incorpora otra vez a la lucha emancipadora en la que, luego de participar en algunos combates victoriosos, en la provincia de La Habana, enferma gravemente y muere.
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“Enrique Collazo, testigo de las negociaciones de la Paz del Zanjón y soldado de fila escribe, a propósito de este triste desenlace:
“"La República había muerto. La Cámara había dejado de ser; los trabajos y peligros de diez años de lucha habían sido infructuosos; inútil tanta sangre cubana derramada; nuestros héroes no tendrían más recompensa que el olvido para ellos, el hambre y la miseria para sus hijos; y para los que tuvimos la desgracia de sobrevivir, el desengaño como premio, la calumnia y el desdén de nuestros paisanos como galardón a nuestra fe y patriotismo. Aquellos que, descansadamente, esperaban tranquilos en el hogar las noticias de nuestras derrotas o victorias fueron nuestros jueces, o los que, llenos de ardor bélicos nos acusaban de traidores o cobardes".

2 commentaires:

  1. Un patético traidor más que, cómo Bolivar y San Martín sólo consiguieron una América más patéticamente pobre en sus gentes por cuanto son naciones inmensamente ricas en recursos.

    Un saludazo.

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    1. Bueno, cada persona hace lo que piensa que cree debe hacer. Martí igual que todos.

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