lundi 6 mai 2013

El fula y el bacán

LA HABANA, Cuba, mayo, www.cubanet.org –Los mellizos de Jaimanitas, Pedro y Juan, eran muy conocidos en el pueblo como pescadores submarinos y constructores de botes depoliespuma, hasta que en el 2001 se separaron. Juan cruzó el Estrecho de Florida en un corcho y Pedro se quedó cuidando a la pura, que no debía perder a sus dos hijos.

Juan, desde Miami, los ayudó con dinero, cuando pudo. Enviaba fotos del apartamento rentado en un condominio, y del auto, que cambiaba cada cierto tiempo.
Pedro, en Cuba, trabajó un tiempo de cartero y de custodio de un policlínico. En 2006 fue sancionado a un año de prisión por acaparamiento, cuando compró cien resistencias de hornillas eléctricas al por mayor, para revender y sacar ganancia.

Al quedar en libertad, se incorporó a la lucha contra el mosquito y llegó a jefe de brigada, pero bebía demasiado, con el dinero de la gasolina que sacaba a las motomochilas, y lo degradaron a fumigador; no gana mucho, se apoya con el dinerito que a veces le manda el hermano de Miami.

Juan regresó de visita en 2012. Se hizo querer porque regaló a Ñico veinte dólares, y a los curdas de la esquina les viraba la botella de chispa para comprarles Havana Club.

Los jimaguas eran tan idénticos que la única persona en el mundo que los reconocía era su madre. En el pueblo, para diferenciarlos, comenzaron a llamarlos Pedro, el fula y Juan, el bacán.

El fula (que en cubano significa malo), nunca tenía dinero. No podía regalar veinte dólares, ni virar botellas de chispa para comprar Havana Club. El bacán (que significa lo contrario), dejaba a su paso una estela de goces y eso tenía traumatizado a Pedro.

La noche antes del regreso de Juan a Miami, durante una reunión familiar, Pedro amenazó con construir un bote de corcho y lanzarse al mar, pero entre lágrimas la madre dijo que, si Pedro se iba también, ella moriría.

El cubanoamericano prometió hacerle los papeles al hermano, para llevarlo de visita. Pedro dijo que no podía esperar ni un minuto más y le propuso una idea: cambiar de identidad por un tiempo, para poder conocer la yuma y refrescar un poco la mala vida.

A Juan, la idea le pareció posible ( solo por unos días). En su visita se había enamorado de Yani, una jinetera de Las Tunas que estaba alquilada cerca y lo tenía enganchado. Instruyó a Pedro en cómo llevar la vida de Miami. Le dio la dirección del condominio. Había comida y algo de dinero y a fin de mes debía contactar por teléfono a Guancho, para que lo incluyera en el servicio de mulos del mes siguiente y pudiera regresar.

Pedro no tuvo problemas con el pasaporte de Juan. ¡Y por fin cruzó el Estrecho de Florida!, un trayecto realizado mil veces en sueños. Aterrizó en tierra de la libertad asombrado de todo cuanto aparecía a su lado. Intentó ser normal, pero de todas formas llamó la atención de los guardias de seguridad, que lo vigilaron hasta que subió a un taxi .

Contar la estancia de Pedro en Miami es una larga historia larga. A fin de mes no llamó a Guancho, porque le cogió el gusto a las piscina del condominio, pero cuando se acabó la comida y el dinero y comenzaron a llegar los “biles” (facturas), resultó sospechoso a vecinos y amigos, que preguntaban cosas imposibles de responder. Se sintió acorralado. No supo ganarse la vida.

En Cuba, Yani, la jinetera, que se hizo cómplice en el cambio de identidades, le dijo a Juan “¡vete echando!”cuando a éste se le terminó el dinero, “que te has convertido de verdad en Pedro, un pasmao, que ni ha contactado a Guancho, ni te contesta el teléfono cuando llamas”. El cubanoamericano, enamorado, dio tal perreta cuando Yani le dio el bate, que la tunera tuvo que amenazarlo con denunciarlo a la policía, porque ella había leído que eso se llamaba “robo de identidad” y que iba a ir directo p’al tanque.

Una madrugada, la policía irrumpió de repente en casa de los jimaguas y realizó un registro. Buscaban piezas de autos robadas y las pistas conducían a Pedro, que era Juan, y que fue detenido cinco días en un calabozo inmundo, muriéndose del miedo, hasta que detuvieron a los verdaderos culpables. En cuando lo soltaron, llamó a su amigo Guancho; le pidió de favor y por todos los santos que fuera al condominio y enviara a Pedro en el primer viaje a La Habana.

De regreso en Cuba, Pedro aprovecha esta vía –el periodismo es válido en muchas ocasiones- para enviar un saludo a todas las personas que conoció en Miami, y en especial un mensaje a todos los jimaguas de las dos orillas, (también de parte de Juan):

Por nada del mundo se les ocurra imitar semejante locura, que al final se convirtió en una pesadilla para los dos.

Aucun commentaire:

Enregistrer un commentaire