jeudi 16 mai 2013

¿Por qué la URSS perdió la Segunda Guerra Mundial?


 | Por René Gómez Manzano

LA HABANA, Cuba, mayo, www.cubanet.org -El reciente aniversario de la capitulación nazi amerita recordar los trabajos de Víctor Suvórov, el autor que tuvo la osadía de consignar, en la contraportada de un libro suyo, una de las preguntas más provocativas y capciosas que recuerdo: ¿Por qué la URSS perdió la Segunda Guerra Mundial?
El nombre es un seudónimo de Vladimir Rezún, oficial de inteligencia soviético que en 1978 huyó a Inglaterra y fue condenado a muerte en ausencia. Las obras de Suvórov demuestran gran dominio de los temas históricos y sus afirmaciones son respaldadas con datos abrumadores. Intentaré resumir sus planteamientos sobre la llamada “Gran Guerra Patria”.
Para ello, recordemos ante todo la esencia de la doctrina militar de los tiempos de Stalin: “Golpear al enemigo en su propio territorio” (Krásnaya Zvezdá —Estrella Roja—, órgano oficial del Ministerio de Defensa del Kremlin. 18-4-1941). También: “La movilización es la guerra”.
Los estrategas de Moscú pensaron poder garantizar dos cosas: desplegar por completo las potencialidades bélicas del país y asegurar la sorpresa. Esto presuponía dos años de movilización secreta. Durante ella, el aparato estatal, la industria, las comunicaciones y el transporte pasarían al régimen de guerra. Llegaría a haber sobre las armas más de cinco millones de hombres, cifra insostenible en tiempos de paz.
Esa movilización secreta se enmascaró con conflictos locales que justificaran las medidas adoptadas (Jaljín-Gol, Polonia, Finlandia, Besarabia, los países bálticos). Esa primera etapa culminaría con un golpe sorpresivo contra el enemigo. A ello seguiría una segunda etapa —la abierta—, con el llamado a filas de otros seis millones de hombres.
Este sencillo esquema presentaba una gran dificultad:  ¡Cómo acometer la movilización dos años antes de la guerra, si se ignora cuándo comenzará ésta! ¿La solución? No esperar que las hostilidades empiecen de manera espontánea, sino planificarlas; determinar con antelación la fecha para iniciarlas.
Con esos antecedentes, Suvórov señala que la Segunda Guerra Mundial, en puridad, no comenzó el primero de septiembre de 1939 con la invasión de Hitler a Polonia, sino que se hizo inevitable ya el 19 de agosto de ese mismo año, fecha en que Stalin decidió duplicar el número de divisiones del Ejército Rojo. Es decir, cuando Europa aún vivía en paz, ya el tirano del Kremlin había comenzado la movilización general, prólogo del inevitable conflicto.
Suvórov demuestra la preparación de la Unión Soviética para la conflagración con montañas de cifras y datos demoledores. El Ejército Rojo tenía más tanques —y de mayor peso y calidad— que todo el resto del mundo. Lo mismo es válido para la artillería y la aviación militar. Lo más terrible es que esos fabulosos logros se basaban en el hambre y la desesperación de millones de ciudadanos de a pie.
El fin era uno: conquistar de inicio toda Europa, y después… El autor plantea que, por su propia naturaleza, el socialismo totalitario fracasa si coexiste con sociedades libres y democráticas. Por ello especula cuál habría sido el último estado anexado a la URSS: ¿la República Socialista Soviética Argentina?
Suvórov encuentra incluso una explicación racional para las feroces purgas de fines de los años treinta: Si hasta grandes jerarcas bolcheviques eran eliminados sin compasión, resultaba lógico que los simples ciudadanos aguantaran callados el aumento del horario laboral y la disminución de su nivel de vida, fruto de la movilización.
Alguien podrá preguntar: ¿Cómo compaginar la preparación para una gran guerra de conquista con el desmoronamiento de la resistencia soviética en el verano de 1941? La explicación es sencilla: Las gigantescas fuerzas concentradas por Stalin en las fronteras con Alemania y Rumanía fueron tomadas por sorpresa.
Cuando todo estaba casi listo para la gran ofensiva, el tirano del Kremlin fue madrugado por su similar del Reichstag. El Ejército Rojo tuvo que retroceder sufriendo pérdidas enormes en hombres y material de guerra acumulados en sus confines occidentales. Si Hitler no hubiera embestido el 22 de junio, habría tenido que enfrentar un feroz ataque de Stalin previsto para el 6 de julio, afirma Suvórov.
Se entiende que, en comparación con los planes de conquista global acariciados durante años por el máximo líder bolchevique, el control de algunos países pobres de Europa Oriental, logrado a altísimo costo, le haya parecido una minucia. Eso es lo que nuestro autor llama “la derrota de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial”.
A todas estas, ¿no nos decían que “el socialismo es la paz”? Allá los incautos que, tras la feroz guerra desatada en Corea por Kim Il Sung o las innumerables andanzas militares de Fidel Castro por medio mundo, crean esas boberías. Los libros de Suvórov demuestran una vez más que ésa es una consigna para tontos.

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