Ficha de lectura del libro, Los espejos de la reina, Juan S. Pérez Garzón y autores. Marcial Pons, Ediciones de Historia, S.A. Madrid 2004
No para todo el mundo, claro, comenzando por
las víctimas de guerra, innombrables en los campos cubanos sin contabilizar y
los 100 mil soldados de la península, sacrificados en aras de la soberanía y la
integridad nacional. Pero para el resto de los interesados fue un espectacular
negocio que duró más diez años comenzando para los hacendados negreros y
terminando por los banqueros, quienes gracias al aumento exponencial del
crédito a partir de 1867, fecha en la que comenzó a aplicarse en Cuba la Ley de
Bancos y al uso de una moneda devaluada que trajo consigo, amasaron inmensas
fortunas y haciendas.
El historiador catalán José Antonio Piquer,
describe en una interesante comunicación publicada recientemente[i]
titulada La Reina los esclavos y Cuba,
el ambiente político que prevalecía en la isla antes de que estallara la guerra
de 1868, poniendo de manifiesto como en un momento en que por razones bélicas
-las guerras Carlistas- e inseguridad constitucional en la Península, se
financiaron la Reina Regente y luego la propia Monarquía.
Aunque no se tienen
indicios documentales de la participación directa de la monarca, se deduce por
los hechos probados que la corona sostuvo activamente la trata negrera a cambio
de dinero. Gracias a la mediación de Pedro Juan de Zulueta, que se había
convertido en Londres en el primer financiero de expediciones a África y
principal sostenedor de su sucursal en La Habana, controlada por su sobrino
Julián, ambos como pago de su lealtad fueron ennoblecidos por la Reina.
En las
capitulaciones del matrimonio oficial de la Regente esta declara un caudal de
135 millones de reales, obtenidos directamente gracias a las asignaciones
cargadas a las cajas de Ultramar[ii]
Antes de 1868 constan numerosas intervenciones en los negocios cubanos por
parte de la Reina madre, que no dudaba en conceder puestos de senadores
vitalicios a todos aquellos cubanos que la ayudaron a enriquecerse. Fueron años
fastuosos en que numerosos capitanes generales contraían matrimonio con las
ricas herederas de las familias criollas como Francisco Serrano (capitán
General entre 1859 y 1862) y su sucesor Domingo Dulce que en 1867 contrajo
matrimonio con la condesa viuda de Santovenia, una de las grandes fortunas
esclavistas del país.[iii]
El tesoro de la Isla sufragó igualmente las
aventuras de Prim en México y el descalabro en la Española, costeadas ambas con
las arcas del tesoro cubano. Pero esto no fue todo, según este autor “el trasvase de capitales acumulados en la
Antillas constituyó un factor de primer orden en la evolución de la sociedad
española de la época isabelina”[iv]
Coloridos personajes vivieron y tuvieron una
influencia decisiva en aquellos años como fue el caso de Julián Zulueta, un
hombre que bajo el amparo de la corte estaba en el centro de todos los negocios
legales e ilegales de la época. Prueba de ello, es que cuando se vio implicado
su nombre en una expedición de esclavos en 1853 –la trata estaba formalmente
prohibida desde 1845- el entonces Capitán General Valentón Cañedo, lo arrestó
para someterlo a juicio; pero Madrid envió enseguida una orden de destitución
para éste y la gracia sin condiciones para Zulueta.[v]
El tráfico de influencias explica perfectamente muchas de las decisiones
políticas que fueron tomadas por la monarquía, aconsejada por los clanes más
influyentes del momento dentro de la corte, en la persona de José Luis Alfonso,
miembro del clan Aldama-Alfonso-Madan, uno de los más ricos de la isla y cuñado
del también cubano José Güell y Renté (marido de Josefa Borbón y
Borbón-Sicilia, hermana del Rey consorte)[vi]
La consolidación del trono de la joven Reina se hizo con el oro de la Antillas la
que durante su minoría de edad recibió como parte de su asignación de las cajas
de La Habana la suma de 100 millones de reales para constituir su capital
personal, puesto que el patrimonio real después de la revolución era privativo
de la nación. Todo este dinero llegaba a la península a raudales (en total 82
millones de pesos fuertes) gracias a la intervención de los intendentes de La
Habana, que tras la exitosa reforma de Hacienda llevada a cabo proporcionaban
al tesoro los recursos financieros conocidos como los “sobrantes de Ultramar” indispensables
a la corona. Alrededor de estas libranzas y para poder atender urgencias, el
gobierno se comprometió operaciones de crédito a los que otorgaba una
rentabilidad de 18 por cien.[vii]
Todo esto explica por qué fueron expulsados
los diputados a Cortes en 1837. Resulta evidente la imposibilidad de aplicar al
mismo tiempo un orden constitucional, que suponía poner fin a la Trata, clave
de la prosperidad de la isla y de los traficantes de mano de obra, quienes garantizaban
una gran parte de aquellos “sobrantes” vitales para conseguir la supervivencia
de la monarquía. Según Piquer, el sistema político de la época permitía al
ocupante del trono la capacidad de cambiar gobiernos a su antojo, proponer
cargos y empleos, así como favorecer u
obstaculizar determinadas políticas.[viii]
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