Triste suerte la de nuestros próceres, traicionados por los suyos, abandonados los ideales por los que entregaron sus vidas y haciendas, mancilladas sus sepulturas o pura y simplemente olvidados en los senderos de la agitada historia cubana de los dos últimos siglos, como si se tratara de vulgares carnes de trapiche.
Cualquiera no es patriota. Unos se vuelven patriotas por la fuerza de las circunstancias, pongamos por ejemplo, el caso del Tomas Estrada Palma, subido al carromato de la gloria tras la muerte primero de José Martí y luego de Calixto García, quien hasta el momento de su extraño síncope era el candidato favorito a la presidencia de la anunciada República, ¿Su mérito? Haber sido el representante de los rebeldes cubanos en los tiempos del presidente McKinley. Digamos que fue el primer lobista cubano, un Mas Canosa del siglo XIX en suma. Desde su privilegiada posición pudo establecer una compleja red de relaciones que le permitieron, lejos de los campos de batalla, alzarse con la victoria. Gracias a sus gestiones ante el Congreso norteamericano, previa millonaria campaña a favor de la intervención, (los fondos fueron suministrados por amigos banqueros con intereses en la isla como Samuel Janney y Horacio Rubens entre otros), se adoptó la Resolución Conjunta del senador Teller, la misma que afirmaba que Cuba tenía que ser libre de España y que concluyó con la declaración de guerra del 21 de abril de 1898.
Estrada Palma era un técnico de gobierno, en aquellos años no se conocía el término, pero ahora todo se ve mucho más claramente. No le interesaba dejar el pellejo por sus ideales, por eso cuando comprobó que no podría ser el tranquilo gobernador del Estado 51 se deshizo rápidamente del poder.
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