Apenas unos diez días nos separan del 15 de octubre y Turquía acaba de bombardear Siria. Días atrás, las protestas
en los países árabes desembocaron en el linchamiento de un funcionario norteamericano
y varias muertes atroces. El 25-S llenó la Plaza de Neptuno en Madrid. Esta semana el bonitillo Capriles consigue
que una marea humana avance hacia el centro de Caracas, llevando un poco de esperanza
para aquellos que ya no creen en las promesas de Hugo Chávez. Los griegos
siguen en la calle. y una parte de Cataluña reclama la independencia de España. B. Netanyahu culmina los detalles para atacar a Irán y se
cubre de ridículo en el plenario de la Asamblea de las Naciones Unidas mostrando
un estúpido dibujo. Al mismo tiempo en el Líbano, el líder chií Nasralallah, detrás de su oscura
barba, proclama con seguridad escalofriante el final de los tiempos si “La inocencia de los Musulmanes”
llega a exhibirse en una sola sala de cine en occidente. Los atentados en Afganistán
continúan, lo mismo sucede en Iraq. Japón y China se engarzan cada día en una peligrosa
aventura de imprevisibles consecuencias económicas. El norte de Malí se abrasa, mientras que en África y Haití miles de desplazados continúan viviendo desde
hace años en tiendas de campaña, sobreviviendo gracias a la ayuda humanitaria. Podría
afirmarse con todos esos datos que el mundo va mal, muy mal.
La escuadra de EE.UU. intercepta al navío soviético Polzunov |
Sin embargo eso no es cierto, puesto que siempre
se pueden ofrecer dos lecturas de la realidad; pero hoy no voy a contarles nada de la parte buena. Esa ya sabéis, la
positiva, la guay, la dejaré para un próximo post. Baste decir que antes de que se derrumbara
(me gusta mucho más el adjetivo desmerengara pero por desgracia no es mío) el
Imperio Soviético, la humanidad estuvo a punto de desaparecer varias veces. Una
se supo, el 15 de octubre de 1962, otras se irán conociendo poco a poco cuando
se desclasifiquen más documentos secretos. Incluso, para justificar las
turbulencias que no llegaban al nivel de una guerra, como por ejemplo la de Siria
hoy, en aquellos despreocupados tiempos, los militares norteamericanos se inventaron el concepto de “Conflicto de
Baja Intensidad” que suena muy chulo cuando no se olvida que la noción englobaba -no en este orden- las guerras en Nicaragua, en Afganistán y las operaciones Cóndor en América del
Sur. En aquellos años el mundo conoció una expansión económica sin precedentes
que duró casi treinta años; por eso, y a pesar de vivir con la espada de
Damocles de la extinción definitiva sobre su cabeza, al menos hasta la crisis
petrolera de los años setenta del siglo XX, el hombre vivió sin mayores
contratiempos, feliz podría hasta decirse, sin temor a que se me tilde de
exagerado, cantando con ímpetu regular, no sólo bajo la lluvia, sino también
bajo el definitivo champiñón nuclear.
¿Entonces por qué tanta rabia hoy, tanta incertidumbre,
tanto desafuero y agitación por doquier si después de todo los peligros que nos acechan son menores? La respuesta es bastante sencilla: Tiene el hombre que echarle la culpa alguien
de sus sinsabores en este camino de Cruz. Ese sentimiento no ha cambiado ni cambiará jamás, es propio
de la edad incipiente de su razón, de sus propias bajezas y de sus muchas virtudes. Antes, cuando se
encontraba preso entre dos bloques de influencia política equivalentes le resultaba más difícil
encauzar su cólera; después de todo, siempre es más cómodo tapar el sol con un
dedo. Ahora todo le parece mucho más claro y en la era de la información, el
saber (o el creer que se sabe) ya no es un problema para nadie que se considere
medianamente listo –como es el caso de todos, ¿no es cierto?-.
Así pues, como antes se maldecía a Dios, ahora el hombre maldice a América, se inventa conspiraciones por
doquier y cuando no es América, pues lo que se tercie: la televisión, el
mercado, la finanza, la pobreza. Cualquier cosa es buena para no mirar hacia sí
mismo.
Sin embargo otro mundo es posible. Pero no
aquel de los hombres o Naciones providenciales, ni el de los Destinos Manifiestos.
Un mundo ¡horror y misterio! gobernado por sí mismo, donde no existan bondadosos jefes de orquestas que dirijan sus haciendas, ni aligeren con impuestos abusivos sus escarcelas, ni guíen sus pasos. El mundo de la cooperación
humana, el del orden extenso, donde la mano amoral del mercado realmente libre,
organice los escasos recursos disponibles sobre nuestro planeta de todos. Capaz
de satisfacer con creces sus necesidades -siempre crecientes- en ese solo y exclusivo caso.
Un mundo que le fue robado, no por la maldad o la injusticia, sino por su
propia arrogancia.
Los males que nos aquejan, no vienen de conspiraciones internacionales
ni de la avaricia de un imperio. Obedecen a la lógica de los Estados Naciones
polimórficos y cada vez más gigantes, inventados por los humanistas franceses
del siglo XVII para liberar al hombre de sus cadenas.
Los desórdenes que padecemos,
sobre todo los monetarios, son de la exclusiva responsabilidad de los Estados (es decir, todos nosotros) y no
de Lehman Brothers, puesto que son ellos a sabiendas, quienes garantizan por medio
de los Bancos Centrales la estabilidad de todo el sistema monetario. A 50 años de la
Crisis de Octubre que estuvo a punto de provocar el exterminio de la raza
humana, a la víspera quizás la Tercera Guerra Mundial si no decidimos entre todos lo contrario, deberíamos sentarnos a
reconsiderar los valores sobre los cuales hemos querido, cegados por la
arrogancia y con las mejores intenciones, construir un mundo mejor.
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