¿Es rentable ser libres?
Cuba, el socialismo y la democracia
Por JULIO CÉSAR GUANCHE
I.
El discurso de la “transición democrática” como futuro de Cuba se afirma en un secuestro ideológico. El discurso tradicional “democrático”, cuando se dirige hacia Cuba, secuestra al menos tres hechos:
a) habla de la democracia política como si fuese el todo, cuando en realidad refiere solo un contenido de ella,
b) no aborda los problemas contemporáneos de las sociedades capitalistas —que le serían comunes a Cuba— y
c) no parece tener algo que decir sobre los desafíos globales de hoy.
La fortaleza de liberar el futuro, de romper su dependencia de una potencia fatal —dígase, por ejemplo, el colonialismo, el neocolonialismo o el imperialismo— es siempre una posibilidad relativa; depende de “las marcas” del pasado, del orden global de relaciones en que se instale en el presente y del fundamento de su régimen político para construir alternativas hacia sí mismo. Reconocer como posibles cualquiera de estas variantes: “el futuro de Cuba está en el socialismo revolucionario”, “en el capitalismo ‘nacional' que pretende reconstruirse en zonas de América Latina”, o “en el estalinismo chino de mercado”, entre otras, supone reconocer la realización en Cuba de la ley primera de la democracia: los cubanos y las cubanas tienen ante sí un futuro abierto para refundar la base de su contrato social, y cuentan con más opciones para él —buenas, regulares y malas— que una masa enorme de ciudadanías cuyos regímenes políticos han hecho imposible la elección de su futuro, cuando este no es la reimpresión de su pasado.
II.
La ética propia de la democracia es la incertidumbre
sobre el futuro. En cambio, las certezas al uso son casi siempre una amarga y
corrosiva resignación: tener ante sí un curso heterorreglamentado, legislado
por “otros”, hacia el porvenir.El pensamiento sobre la democracia está dominado
por una obsesión: “no es libre el que depende de otro para sobrevivir”. En teoría,
ha defendido el autogobierno de los hombres (y después, y en ciertos casos, el
de las mujeres) como la conquista de la mayoría de edad de los seres humanos;
es decir, el alcance de la conciencia de sí, la adquisición del control sobre
el curso de la propia vida. “Toda dependencia es vasallaje”, decía Bentham. La
independencia se entiende, en el liberalismo, como el régimen de la libertad:
su camino es reconocer la propiedad —privada— y los frutos de ella. Marx,
situado ante el mismo problema, retomó el motivo: “Un ser no se considera a sí
mismo independiente si no es su propio amo, y es su propio amo cuando debe su
existencia a sí mismo”.¿Para qué sirve la democracia? Para oponerse a los
despotismos, monopolios y exclusiones provenientes del poder patriarcal,
patrimonial, burocrático y, en general, de ámbitos supraciviles y biológicos.
Sirve para reconducir todas las relaciones a la única instancia posible de
decisión colectiva: la política. El objetivo de la política no es, entonces,
como pensaban los padres benévolos y los dictadores magnánimos, la felicidad de
la familia y del pueblo, sino la libertad de los hijos y de los ciudadanos. El
objetivo de la democracia es, en tanto, ser el vehículo de la diversidad de la
vida personal, social y natural como una elección responsable socialmente, y
relevante tanto para la autonomía de una colectividad como para la autonomía de
sus ciudadanos. Pero si esta es su medida, es imprescindible preguntarnos para
qué no ha servido, por sí sola, la democracia. (continuará)
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