"¡Por favor no disparen! Soy el Che y valgo más vivo que muerto!"
¡Solavaya! |
Hay fechas de las cuales es mejor no
acordarse, el asesinato de Ernesto Guevara de la Serna en Bolivia es una de
ellas. Singular destino el de ese personaje, que ha beneficiado durante años de
la benevolencia de muchos intelectuales y de admiración planetaria, como el
eficaz símbolo de la revuelta revolucionaria y de la justicia para los
oprimidos, probablemente la última metáfora del pasado siglo que todavía
funciona. Capaz lo mismo, de abrir los carnavales de Rio, que de poblar las
banderolas más revolucionarias que se alcen desde Tahir a Sol, pasando por Wall
Street. El nueve de octubre de 1967, con un teléfono celular de último modelo,
Mario Terán, el sub oficial encargado de asesinarlo, habría podido recoger para
subirlo en Youtube, por el bien de la humanidad, sus últimos minutos, que según
cuentan los testigos presenciales fueron bastante patéticos. La manera en que los
ídolos se enfrentan a la muerte, vale mucho más que cualquier convincente discurso
inflamado que hayan hecho estando vivos. Pero esto ya no podremos saberlo nunca
con certeza.
Si algo hay que aprender de nuestra
época es que los tiempos cambian y los discursos también. Lejos están los años
en que un personaje político podía hacer la apología del asesinato político en
público y recibir, no sólo la aprobación del enajenado auditorio, sino ninguna
reprobación de los hacedores de conciencia siempre al acecho del menor desliz.
Por suerte, hoy existe la televisión y
su cortejo de fuegos fatuos cotidianos, para demostrar como las enormes reputaciones
de un día, se deshacen –por casi nada- para siempre al siguiente. Hace algún tiempo
el efecto de un minuto de gloria podía alcanzar para mantener la notoriedad durante
años (y con ventura durar toda una vida). Actualmente, si se dispone de un
equipo de comunicadores eficaz, se le puede mantener el espacio de una campaña
presidencial o tal vez menos.
No tenemos fotos del mullah Omar porque
los mitos se construyen en el silencio. La discreción es la única receta capaz
de mantenerlos vivos. Está convenido que las estatuas de nuestros sueños patrióticos,
-las mismas que adornan las páginas en la historia de las naciones-, no son
seres humanos sino dioses. Con la televisión privada nunca nada de eso volverá
a ser posible. Los aspirantes a divinidades tutelares de nuestra época para lograr algo
semejante, tendrán que esperar a que la humanidad se olvide del cinismo que la
empuja hacia adelante.
En su "Mensaje a los pueblos del
mundo con motivo de la Tricontinental" La Primera Conferencia de los pueblos de Asia,
África y América Latina celebrada en La Habana en enero de 1966, proclamará a la peor de las pasiones tristes –el
odio- como único motor de justicia social afirmando ante las cámaras de
televisión del mundo entero, con la absoluta certeza de un profeta iluminado: "El odio como factor de lucha; el odio
intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser
humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de
matar". Un
discurso semejante, habría provocado en nuestros días un gran escándalo,
acerbos comentarios, procesos judiciales y hasta concluyentes análisis psiquiátricos.
En todo caso, tras una tirada semejante, nunca más lo habrían invitado a un
talk show, nadie lo habría seguido a ninguna parte y su locura habría concluido
en el silencio sin daño para los demás.
No
hay que olvidar que Ernesto Guevara estuvo al frente de un pelotón de fusilamiento durante los primeros -y más sangrientos años- de la revolución
castrista y que, bajo su mando fueron asesinados sin proceso judicial digno de
ese nombre varios cientos de personas "Yo no necesito prueba para ejecutar a un hombre", le dijo el Che a
un subordinado "Sólo necesito la certeza de
que es necesario ejecutarlo” Creo que no hace falta glosar demasiado esta
afirmación que se vale por sí misma.
Sin embargo, a pesar de todos estos hechos probados y documentados el
mito sigue vivo, declinado en camisetas, tazas y los pronunciamientos más
exaltados, provenientes del pueblo de izquierda, que siempre tiene justificados motivos
para quejarse de la suerte que le reservan las oscuras fuerzas del capital en
estos tiempos revueltos. Incluso la revista Time lo consagra como una de las cien
personalidades más importantes del siglo pasado, incluyéndolo en una indiscutible
lista donde también figuran Rosa Parks, Anna Frank y Andrei Sajarov entre
otros.
No vamos a cuestionar aquí las motivaciones, ni ninguna de las razones que tuvieron los creadores de ese hit parade de mitos e iconos del siglo XX para incluirlo, sólo esperemos
que para finales del XXI, gracias a la televisión privada, a la educación
política y al aumento del espíritu crítico de los Estados, sólo se ensalzarán
aquellos seres humanos que habrán contribuido al desarrollo de la humanidad y
no lo contrario. Mientras seamos capaces de conservar la televisión
sin censura, quizás mantegamos a salvo nuestro camino de otro indeseable semejante.
El Che, personaje controvertido hasta el final, adalid de una izquierda que se ha aprovechado del capitalismo cómo nadie, perseguidor de los que no pensaban cómo él y cobarde a la hora de morir... Todo un compedio de personaje hecho así mismo mucho menos de lo que la mitología actual lo ha hecho.
RépondreSupprimerUn saludazo.
Verdades como templos, gracias por tu comentario...
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