Páginas finales del libro Cuba: Un siglo doloroso de aprendizaje de Carlos Alberto Montaner donde se sostiene la tesis de aislar al régimen de La Habana como única vía de democratización. Las recientes medidas europeas, así como las declaraciones de algunas personalidades van en sentido opuesto.
¿Se puede hacer algo para acelerar la transición?
Tras la guerra de Kosovo, la Unión Europea y los países de la OTAN, entre ellos Canadá, interesados en la democratización de Yugoslavia, emprendieron una campaña de presiones diplomáticas, económicas y políticas que llegó al extremo de advertir que las sanciones no se levantarían si Milosevich ganaba las elecciones de septiembre del 2000. ¿Cuál era la premisa de esa estrategia?
Evidente: acelerar la transición hacia la democracia de esa sociedad, haciéndoles ver a los yugoslavos que no había más opción que la democracia, puesto que la continuidad de Milosevich y del comunismo estaba condenada al permanente rechazo de las potencias democráticas. Ésa parecía ser la forma de contribuir al fin de la última dictadura comunista de Europa.
Si el mismo esquema de razonamiento se aplica a Cuba, donde hay un dictador tan (o más) estalinista que Milosevich ―en Yugoslavia al menos había partidos políticos de oposición y prensa crítica―, lo lógico es presionar a Castro en todos los foros, denunciar sus constantes violaciones de los Derechos Humanos, y transmitir una y otra vez a la estructura de poder dentro de Cuba, que hay vida después de Castro, incluso vida brillante y llena de oportunidades, pero que ese mejor destino está sujeto al momento en que se inicie la transición hacia la libertad. Esa postura, si es mantenida con firmeza por las grandes democracias de Occidente, debería servir de aliciente y estímulo a las fuerzas reformistas dentro de la Isla.
¿Se puede hacer algo para acelerar la transición?
Tras la guerra de Kosovo, la Unión Europea y los países de la OTAN, entre ellos Canadá, interesados en la democratización de Yugoslavia, emprendieron una campaña de presiones diplomáticas, económicas y políticas que llegó al extremo de advertir que las sanciones no se levantarían si Milosevich ganaba las elecciones de septiembre del 2000. ¿Cuál era la premisa de esa estrategia?
Evidente: acelerar la transición hacia la democracia de esa sociedad, haciéndoles ver a los yugoslavos que no había más opción que la democracia, puesto que la continuidad de Milosevich y del comunismo estaba condenada al permanente rechazo de las potencias democráticas. Ésa parecía ser la forma de contribuir al fin de la última dictadura comunista de Europa.
Si el mismo esquema de razonamiento se aplica a Cuba, donde hay un dictador tan (o más) estalinista que Milosevich ―en Yugoslavia al menos había partidos políticos de oposición y prensa crítica―, lo lógico es presionar a Castro en todos los foros, denunciar sus constantes violaciones de los Derechos Humanos, y transmitir una y otra vez a la estructura de poder dentro de Cuba, que hay vida después de Castro, incluso vida brillante y llena de oportunidades, pero que ese mejor destino está sujeto al momento en que se inicie la transición hacia la libertad. Esa postura, si es mantenida con firmeza por las grandes democracias de Occidente, debería servir de aliciente y estímulo a las fuerzas reformistas dentro de la Isla.
¡con este ritmo nos quedan por lo menos 5 siglos más!
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