No hay ninguna certeza de que la eliminación del embargo de EEUU a los Castro contribuya a una transición pacífica en Cuba.
Poca imaginación se necesita para ver la sonrisa burlona en las caras de la élite militar cubana, ante la reunión en Miami que acaba de condenar el embargo, tildarlo de "inmoral", considerar que se trata de una "política ilegal", que "contraviene el derecho internacional".
Quizás —como en los viejos tiempos soviéticos y en honor al zarismo de Putin— los capitalistas estatales brindaron por el evento con vodka helado, como le gustaba a Raúl Castro cuando la edad no lo escoraba.
Parece que el catedrático Arturo López Levi no corre por la realidad cubana con la misma destreza que sobre documentos, estadísticas, gráficos... Porque —con el mayor respeto— hay que padecer de amnesia y ser de una ingenuidad beatífica para resbalar en 2014 con el cuentecito de eliminar el embargo imperialista, sin contextualizar sus graves implicaciones para el continuismo de los castrodescendientes.
¿De verdad los miembros del Cuban Americans for Engagement (CAFE), del FORNORM, de Generación Cambio Cubano, creen que la reconciliación nacional dependería del fin del embargo?
Casi se pensaría que le hablan a Nicolás Maduro o Evo Morales, no a los disidentes que día a día desafían al par de hermanos autócratas y su círculo represivo, no al exilio cubano, no a Obama y los congresistas en Washington…
Y lo peor: ¿Acaso pedir desde Miami el fin del embargo es un acto arriesgado, heroico? Habría que pensar en lo que sucedería en un evento habanero que —con el mismo derecho de opinión— negara el papel rector del Partido Comunista o abogara por el anexionismo para salir de la crisis…
Pero fue el caso que no les hicieron caso, ni siquiera tuvieron manifestantes en contra, ataques verbales, ni un hollejo de naranja… Tal vez los tomadores de CAFE querían situarse a la altura de las Damas de Blanco, sufrir las golpizas que día a día padecen muchos cubanos presos o bajo prisión domiciliaria.
Tomaron, sin embargo, por una calle equivocada. Los exiliados, al igual que la abrumadora mayoría de los cubanos de adentro, están hartos de la cantaleta del embargo. Tan aburridos del bloqueo como del socialismo, la escasez o las invocaciones patrióticas. Nuestras preocupaciones —para bien y para mal— son individuales, familiares, con un asco enorme a que nos vuelvan a decir que son nacionales, martianas, sacrificiales… Ese y no el embargo sí es un tema delicado para cualquier político cubano: presentarse como político, hablar de política contra más de medio siglo de virus político, de sectarismo político, de represión política cotidiana, escolar, profesional, laboral.
Pero vayamos a la argumentación: ¿Quién en su juicio apoyaría la permanencia del embargo? ¿Su fin no significaría que Cuba transita de verdad hacia la democracia? ¿Cuánto no dieran los demócratas o no darían los republicanos por celebrar la normalización de relaciones con Cuba?
Porque las votaciones en Naciones Unidas —bien se sabe cuando se quiere saber— responden al principio de no injerencia en los asuntos internos de otros estados, no a un amor a los cubanos de a pie. Porque esa mayoría, además, sabe que el tema ya no es de la Guerra Fría o de política internacional sino de política doméstica de Estados Unidos, de sus cubanoamericanos con derecho al voto.
Porque Miami es —perdón por recordarlo— la segunda ciudad cubana por el número de habitantes; con un producto interno bruto superior al de nuestro desvencijado país, que permite enviar remesas, viajes familiares en ambas direcciones, financiar muchos nuevos negocios de cuentapropistas y cooperativistas, con el embargo —por cierto— tan vigente como antes de las reformas maquilladoras de la emergente élite capitalista.
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