dimanche 2 mars 2014

Noción de guerra civil

Pedro Pablo Bilbao,  del blog E. Ichikagua
Carga del Regimiento Voluntarios de Jaruco
La brasa conceptual de la guerra civil es una de esas que cada cual arrima a su sardina. El senador demócrata por Luisiana Allen Joseph Ellender (1890–1972), por ejemplo, pasó unos días (diciembre 9-14, 1958) en Cuba e informó queso long as there was no real civil war prevailing, there was no reason why we should not have sold military equipment to Cuba to maintain internal security. Para describir la rebelión in crescendo contra la dictadura boqueante del general Fulgencio Batista, Elllender usó civil strife, algo así como luchas intestinas o conflictos internos.
La investigación bibliográfica del politólogo holandés Hans van der Dennen (Universidad de Groningen) sobre conceptos y datos de la guerra (UNESCO, Anuario de estudios sobre paz y conflictos, Fontamara, 1986), recoge notas definitorias de la guerra como género de violencia: colectiva, directa, manifiesta, personal, intencional, organizada, institucionalizada, instrumental, sancionada, y a veces ritualizada y regulada» (Volumen I, página 116). Al menos desde que otro holandés, Hugo Grocio (1583-1645), se enredó con De iure belli ac pacis (1625), la guerra se ligó a entidades políticas en pie de igualdad jurídica, que recurrían a sus fuerzas armadas para resolver conflictos. Tal ligazón persiste hoy en el andamiaje teórico de la guerra y la paz que levantaron el tándem Karl Deutsch – Dieter Sengass para cobijar otros bandos como quasi-Estados (The Search for World Order, Appleton-Century-Crofts,1971, páginas 114 ss).
Tales bandos no rompen sólo la paz social, sino también la igualdad jurídica: uno o más se colocan fuera de la ley para dar guerra a otro amparado por el poder estatal. Así, la guerra civil comparte notas definitorias de la guerra más convencional, pero sus manifestaciones mucho más diversas dan otra de diferenciación: el conflicto en torno al poder dentro de la misma entidad política, que puede englobar acciones bélicas heterogéneas entre grupos sociales de naturaleza disímil (política, étnica, racial, clasista o religiosa).
Para discernir civil war de civil strife, el jurista e historiador francés Charles Zorgbibe propone medir la intensidad y aplicar el último término a revueltas de corta duración y breve espacio (La guerra civil, DOPESA, 1975, página 8). Así, la guerra civil giraría en torno a crisis política de aguda polarización y movilización por ambos bandos de amplios recursos para resolverla. El asalto (1953) al cuartel Moncada sería mera revuelta, pero ya los conflictos bélicos de la guerrilla de Castro contra Batista (1956-58) y de las guerrillas anticastristas (1960-65) serían guerra civil.
La sublevación contra los poderes constituidos puede proseguir en escalada de violencia hasta llegar a la guerra civil, por entre guerra de guerrillas, terrorismo y otras variantes.Aquí opera la lógica de la subversión: minoría histórica organizada y activa, ideología rebelde para justificar la violencia y la coerción, milicia o ejército, y poder alternativo con apoyo popular en el territorio bajo control.
Quizás el quid polémico de la guerra civil en Cuba no esté en el Escambray, ni siquiera en el siglo XX, sino más bien en el siglo XIX. La guerra de independencia (1895-98) encaja perfectamente en la noción de guerra interna sugerida por el finado profesor Harry Eckstein (Universidad de California en Irvine): intento de cambio violento de gobierno o política (Internal War: Problems and Approaches, Collier-MacMillan / The Free Press, 1964, página1), que debe ajustarse al efecto de aprehender el quebrantamiento de la identidad colectiva y la deslegitimación del orden político en la Isla. Todo parece indicar que la noción más precisa sería guerra civil.
Los historiadores militares españoles Gabriel Cardona y Juan Carlos Losada Malvárez largaron en Weyler, nuestro hombre en La Habana(Planeta, 1997) que la guerra de independencia de Cuba (1895-98) entrañó «más cubanos luchando en el bando españolista que en el contrario» (página 13). Sus estimados arrojan más de cien mil voluntarios y guerrilleros al lado de España: 4,595 oficiales y 82,033 soldados en sus propias unidades, así como otros 1,272 y 29,309, respectivamente, en el ejército regular (página 197). Y dan como ejemplo que la escolta del general Valeriano Weyler contaba con 30 negros cubanos movilizados como «bomberos».
El cuadre de la lista con el billete ($75) para el licenciamiento del Ejército Libertador arrojó 33 390 efectivos, tras exigirse haber servido antes de acordarse la paz (agosto 12, 1898) para dejar fuera a quienes se alistaron a última hora. Y tuvo que ser de este modo, porque el coronel José Ramón Villalón, secretario de la comisión ad hoc enviada a Washington para tramitar la licencia pagada, se apeó con 45 031 mambises y un tercio eran oficiales con sueldos superiores a sus homólogos en EE. UU. El presidente McKinley mandó a La Habana a Robert Percival Porter como enviado especial para deshacer el entuerto, que uno de los 84 generales de la lista, Enrique Collazo, había planteado así: «Aparece hoy el ejército cubano con un número tal vez el doble que tenia durante la campaña» (La Lucha, marzo 9 de 1899). A igual situación se refirió Fidel Castro (diciembre 14, 1959) en el juicio contra Huber(t) Matos: «Con 807 hombres armados invadimos el resto de la Isla, [pero] después del día primero de enero [de 1959] ingresaron muchos que no habían peleado [y] se metieron en los cuarteles, porque se rindieron los soldados (…) De buenas a primeras el Ejército Rebelde tenía más de 30 mil o más de 40 mil, es posible que 50 o 60 veces más».
Según los cálculos minuciosos de Octavio Avelino Delgado, en su tesis doctoral The Spanish Army in Cuba 1895-1898 (Universidad de Columbia, 1980), el bando españolista tenía al estallar la guerra unos 20,238 hombres sobre las armas, incluyendo guerrilleros y voluntarios (páginas 534 ss). El mayor general Antonio Maceo emprendió su campaña de invasión a Occidente con 1,400 soldados, de ellos 810 a caballo (José Luciano Franco, Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida, La Habana: Ciencias Sociales, 1973, Tomo II: páginas 182 s). La referencia oficial indica que, al final, de la guerra el Ejército Libertador andaba por 50 mil efectivos, pero solo la mitad armados.
En Guerra, migración y muerte (Júcar, 1993), Manuel Moreno Fraginals y José Joaquín Moreno Masó deslizaron el dato inflado de tropas enviadas a Cuba, sobre todo en 1895, y de paso la tesis de que «un altísimo número de soldados no regresaría a España al final de la guerra» (páginas 275-78 passim). A este último respecto, los 46,180 muertos estimados [4,065 en combate, 40,435 por enfermedades y 1,680 en la travesía] no tienen discusión, pero es difícil tragarse que la desmovilización del ejército español abriera una ancha vía migratoria.
La aritmética confiable y sencilla de Enrique de Miguel Fernández (Anales de la Real Academia de Cultura Valenciana, No. 85, 2010, página 259) da resultado negativo: 20,950 de entrada más 218,511 en envíos sucesivos menos 48,180 muertos y 194,746 repatriados [48,235 antes y 146,511 después de concluir la guerra] igual a – 1, 465 [- 2,180, si se toma la cifra de entrada de Dellgado]. Así que se fueron a España cubanos incorporados al bando españolista después de romperse las hostilidades. En el Archivo Histórico Militar, De Miguel Fernández revisó una lista de 768 guerrilleros que solicitaron irse a la península cuando terminara la guerra.
Antonio Elorza y Elena Hernández (Universidad Complutense) tacharon (La guerra de Cuba, 1895-1898, Alianza, 1898) de falsedad que el Grito de Baire (1895) obedecía a la sublevación separatista ordenada por Martí y Gómez. La gente del mayor general Bartolomé Masó se habría alzado agitando la bandera española, modificada con dos franjas azules para indicar la búsqueda de autonomía política. Del otro lado, sin embargo, la noción de guerra civil se pone en entredicho con la reconcentración como genocidio.  Julio Le Riverend llegó a estimar en exceso la población en 1895 y redondeó la diferencia con respecto al censo de 1899 a 200 mil para atribuirla ya sólo a los muertos por la reconcentración. En su discurso por el aniversario 44 del Moncada (Las Tunas, julio 26 de 1997), el general Raúl Castro imprimiría el giro patriótico de que «pocas veces en la historia un pueblo ha tenido que pagar tan alto precio por su amor a la libertad». Algo así tenía que justificarse inflando los reconcentrados a «300 mil cubanos, en su mayoría niños, mujeres y ancianos».
El horror de la reconcentración no se alivia con que las cifras exactas sean más bajas, pero de ningún modo encaja que España se propusiera exterminar a la población cubana. El profesor Luis Navarro (Universidad de Sevilla) apunta en Las guerras de España en Cuba (Madrid: Ediciones Encuentro, 1998) que los mambises tomaron también medidas mortíferas, desde prohibir el suministro de alimentos a las ciudades y destruir las cosechas hasta ejecutar en masa a los guerrilleros cubanos. A este respecto alega que tal fue la orden del general Calixto García al tomar la única ciudad de cierta importancia en toda la guerra: Las Tunas.
Entre cubanos, el autonomismo, la guerra civil y la reconcentración son una tríada pendiente de abordar al estilo que recomendó el historiador polaco Tadeusz Lepkowski: «sin sectarismo, [para] mirarlo con ojos nuevos» («Síntesis de Historia de Cuba: problemas, observaciones y críticas»,Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, No. 2, mayo-agosto 1969, página 70).
-lustración: Augusto Ferrer-Dalmau, Carga del Regimiento Voluntarios de Jaruco (ca. 2011) © Galería Ferrer-Dalmau (Barcelona). Esta carga se dio (febrero 19, 1986) contra las tropas de Maceo, que acabaron por tomar el pueblo e incendiarlo. Se generó entonces la leyenda de que tuvieron que hacerlo porque nadie quiso sumarse al contingente invasor.

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