Rafael E. Tarrago / El Nuevo Herald, marzo 17, 2003.
Desde hace años, la ideología y la actuación de los autonomistas que rechazaron la guerra en Cuba en 1895 decretada por Martí han sido reevaluadas positivamente por historiadores desapasionados. En 1971 Hugh Thomas publicó su libro sobre Cuba, en el que concluye que la autonomía concedida por España en 1898 hubiese sido la mejor vía para que Cuba llegase a ser verdaderamente independiente. Su tesis fue corroborada por J. M. Oglesby en artículo publicado por la revista The Americas en 1992. En Cuba ya Raimundo Menocal y Cueto había llegado a esa conclusión en 1947, cuando publicó en La Habana su obra de dos volúmenes Origen y desarrollo del pensamiento cubano, donde dice que las reformas descentralizantes concedidas a los cubanos en febrero de 1895 llamadas la Ley Abarzuza eran el principio del fin de la dominación española y hacían la guerra de Martí un conflicto innecesario. Desde 1878 Cuba no estaba bajo estado de sitio y para 1895 gozaba de libertades civiles como asociación, expresión y movimiento. La guerra de Martí cambió todo eso.
En un principio la rebelión de febrero de 1895 no encontró mucho apoyo, y los desmanes de los mambises en su invasión del occidente (como cantaban en su himno invasor, ''Cuba se acaba o redime, incendiada de un fin a otro fin'') causaron una reconcentración de campesinos antes de que el general Weyler fuese enviado como gobernador en 1896 con sus notorios bandos de reconcentración de los campesinos de occidente.
En su libro Facts and Fakes about Cuba (Nueva York, 1897), George Bronson Rea lo corrobora. El periodista afrocubano don Martín Morúa Delgado condenó en sus inicios la rebelión, negando el infundio de que era una guerra de negros en su periódico La Nueva Era el 6 de junio de 1895.
De los desmanes de los rebeldes sabemos por su propio testimonio. Ese es el caso con Aníbal Escalante Beatón, asistente del general Calixto García, quien ufano compara las hazañas de sus compañeros en armas a las campañas de Atila y sus hunos en el imperio romano en su libro de memorias de la guerra Calixto García: su campaña en el 95 (La Habana, 1946). En una carta al coronel Andrés Moreno desde Sancti Spiritus el 6 de febrero de 1897, Máximo Gómez, el Generalísimo, narra cómo durante su campaña de incendio y destrucción ''cuando la tea empezó su infernal tarea y todos aquellos valles hermosísimos se convirtieron en una horrible hoguera, cuando ocupamos a viva fuerza aquellos bateyes ocupados por los españoles, aquellas casas palaciegas, con tanto portentoso laberinto de maquinarias... hubo un momento que hasta dudé de la pureza de los principios que sustentaban la revolución... Mas... cuando puse mis manos en el corazón adolorido del pueblo trabajador y lo sentí herido de tristeza... tanta miseria material... entonces yo me sentí indignado y profundamente predispuesto en contra de las clases elevadas del país y en un instante de coraje... exclamé: bendita sea la tea''. (Máximo Gómez, Ramón Infiesta, p. 180).
El gobierno español perdió fuerza moral y provocó apoyo hacia los rebeldes con su represión bajo Weyler, pero autonomistas como Rafel Montoro tenían motivos para dudar que los rebeldes eran hombres capacitados para fundar una Cuba independiente que no fuera una copia de las repúblicas militares de Centro y Suramérica. Es probable que se dijeran que para militares bien se podían quedar con los españoles, a quienes siempre se podía sacar por medio del gobierno de Madrid. Y tenían razón, porque militares fueron tres de los cinco primeros presidentes de Cuba (José Miguel Gómez, García Menocal y Machado) y de los civiles el honesto Estrada Palma fue impuesto por el Generalísimo Gómez (y el gobernador angloamericano Leonardo Wood) y el presidente Zayas fue deshonesto a un grado mayor que sus predecesores o sus sucesores.
Es curioso que autonomistas como Montoro y Eliseo Giberga eran respetados en el campo rebelde. A Montoro no lo consideraba traidor a la patria el teniente coronel Villuendas, quien en su campamento de Las Villas en 1897 le dijo a Orestes Ferrara que Montoro sería uno de los hombres de importancia en la República por su talento y equilibrio mental. (Ferrara: Mis relaciones con Máximo Gómez, 1942). Eliseo Giberga fue diputado a la convención que redactó la primera constitución. Intelectuales separatistas como Sanguily y Varona mostraron el mayor respeto por su integridad y patriotismo, quizás porque sabían que en 1895 la idea de una república independiente estaba representada en menos de la tercera parte de la población (así era en 1898, como Frank Fernández dice en La sangre de Santa Agueda, Miami, 1994).
El hecho es que en octubre de 1897 Weyler fue relevado de su mando y el mes siguiente Cuba recibió la autonomía y se estableció en ella el sufragio universal masculino. En su artículo Race, Labor, and Citizenhip in Cuba: A View from the Sugar District of Cienfuegos, 1896-1909, revista HAHR, 1998 (pp.687-728), Rebecca Scott admite que hubo participación popular en las elecciones del gobierno autonómico cubano en abril de 1898. En 1905 el veterano del Ejército Libertador Enrique Collazo decía en Los americanos en Cuba que el gobierno autonómico había sido un ensayo beneficioso para Cuba y los hombres que lo plantearon hicieron cuanto bien pudieron. En palabras de Collazo, "la guerra en el intervalo de su mando cambió de aspecto, humanizándose todo lo posible... los reconcentrados encontraron en ellos verdaderos protectores... y al volver a sus hogares, en su mayoría pobres, pudieron tener la satisfacción del deber cumplido''.
Desafortunadamente, Máximo Gómez y Calixto García, en vez de pactar en 1898 con sus compatriotas autonomistas, cooperaron con el gobierno de los Estados Unidos en su guerra contra España. Así se dio el caso irónico de que la guerra que Martí organizó y comenzó para obtener la independencia completa de Cuba causó la destrucción y la enajenación que tres años más tarde entregaron ésta atada de pies y manos a los Estados Unidos.
Bibliotecario iberoamericanista de la Universidad de Minnesota, Minneapolis.
Desde hace años, la ideología y la actuación de los autonomistas que rechazaron la guerra en Cuba en 1895 decretada por Martí han sido reevaluadas positivamente por historiadores desapasionados. En 1971 Hugh Thomas publicó su libro sobre Cuba, en el que concluye que la autonomía concedida por España en 1898 hubiese sido la mejor vía para que Cuba llegase a ser verdaderamente independiente. Su tesis fue corroborada por J. M. Oglesby en artículo publicado por la revista The Americas en 1992. En Cuba ya Raimundo Menocal y Cueto había llegado a esa conclusión en 1947, cuando publicó en La Habana su obra de dos volúmenes Origen y desarrollo del pensamiento cubano, donde dice que las reformas descentralizantes concedidas a los cubanos en febrero de 1895 llamadas la Ley Abarzuza eran el principio del fin de la dominación española y hacían la guerra de Martí un conflicto innecesario. Desde 1878 Cuba no estaba bajo estado de sitio y para 1895 gozaba de libertades civiles como asociación, expresión y movimiento. La guerra de Martí cambió todo eso.
En un principio la rebelión de febrero de 1895 no encontró mucho apoyo, y los desmanes de los mambises en su invasión del occidente (como cantaban en su himno invasor, ''Cuba se acaba o redime, incendiada de un fin a otro fin'') causaron una reconcentración de campesinos antes de que el general Weyler fuese enviado como gobernador en 1896 con sus notorios bandos de reconcentración de los campesinos de occidente.
En su libro Facts and Fakes about Cuba (Nueva York, 1897), George Bronson Rea lo corrobora. El periodista afrocubano don Martín Morúa Delgado condenó en sus inicios la rebelión, negando el infundio de que era una guerra de negros en su periódico La Nueva Era el 6 de junio de 1895.
De los desmanes de los rebeldes sabemos por su propio testimonio. Ese es el caso con Aníbal Escalante Beatón, asistente del general Calixto García, quien ufano compara las hazañas de sus compañeros en armas a las campañas de Atila y sus hunos en el imperio romano en su libro de memorias de la guerra Calixto García: su campaña en el 95 (La Habana, 1946). En una carta al coronel Andrés Moreno desde Sancti Spiritus el 6 de febrero de 1897, Máximo Gómez, el Generalísimo, narra cómo durante su campaña de incendio y destrucción ''cuando la tea empezó su infernal tarea y todos aquellos valles hermosísimos se convirtieron en una horrible hoguera, cuando ocupamos a viva fuerza aquellos bateyes ocupados por los españoles, aquellas casas palaciegas, con tanto portentoso laberinto de maquinarias... hubo un momento que hasta dudé de la pureza de los principios que sustentaban la revolución... Mas... cuando puse mis manos en el corazón adolorido del pueblo trabajador y lo sentí herido de tristeza... tanta miseria material... entonces yo me sentí indignado y profundamente predispuesto en contra de las clases elevadas del país y en un instante de coraje... exclamé: bendita sea la tea''. (Máximo Gómez, Ramón Infiesta, p. 180).
El gobierno español perdió fuerza moral y provocó apoyo hacia los rebeldes con su represión bajo Weyler, pero autonomistas como Rafel Montoro tenían motivos para dudar que los rebeldes eran hombres capacitados para fundar una Cuba independiente que no fuera una copia de las repúblicas militares de Centro y Suramérica. Es probable que se dijeran que para militares bien se podían quedar con los españoles, a quienes siempre se podía sacar por medio del gobierno de Madrid. Y tenían razón, porque militares fueron tres de los cinco primeros presidentes de Cuba (José Miguel Gómez, García Menocal y Machado) y de los civiles el honesto Estrada Palma fue impuesto por el Generalísimo Gómez (y el gobernador angloamericano Leonardo Wood) y el presidente Zayas fue deshonesto a un grado mayor que sus predecesores o sus sucesores.
Es curioso que autonomistas como Montoro y Eliseo Giberga eran respetados en el campo rebelde. A Montoro no lo consideraba traidor a la patria el teniente coronel Villuendas, quien en su campamento de Las Villas en 1897 le dijo a Orestes Ferrara que Montoro sería uno de los hombres de importancia en la República por su talento y equilibrio mental. (Ferrara: Mis relaciones con Máximo Gómez, 1942). Eliseo Giberga fue diputado a la convención que redactó la primera constitución. Intelectuales separatistas como Sanguily y Varona mostraron el mayor respeto por su integridad y patriotismo, quizás porque sabían que en 1895 la idea de una república independiente estaba representada en menos de la tercera parte de la población (así era en 1898, como Frank Fernández dice en La sangre de Santa Agueda, Miami, 1994).
El hecho es que en octubre de 1897 Weyler fue relevado de su mando y el mes siguiente Cuba recibió la autonomía y se estableció en ella el sufragio universal masculino. En su artículo Race, Labor, and Citizenhip in Cuba: A View from the Sugar District of Cienfuegos, 1896-1909, revista HAHR, 1998 (pp.687-728), Rebecca Scott admite que hubo participación popular en las elecciones del gobierno autonómico cubano en abril de 1898. En 1905 el veterano del Ejército Libertador Enrique Collazo decía en Los americanos en Cuba que el gobierno autonómico había sido un ensayo beneficioso para Cuba y los hombres que lo plantearon hicieron cuanto bien pudieron. En palabras de Collazo, "la guerra en el intervalo de su mando cambió de aspecto, humanizándose todo lo posible... los reconcentrados encontraron en ellos verdaderos protectores... y al volver a sus hogares, en su mayoría pobres, pudieron tener la satisfacción del deber cumplido''.
Desafortunadamente, Máximo Gómez y Calixto García, en vez de pactar en 1898 con sus compatriotas autonomistas, cooperaron con el gobierno de los Estados Unidos en su guerra contra España. Así se dio el caso irónico de que la guerra que Martí organizó y comenzó para obtener la independencia completa de Cuba causó la destrucción y la enajenación que tres años más tarde entregaron ésta atada de pies y manos a los Estados Unidos.
Bibliotecario iberoamericanista de la Universidad de Minnesota, Minneapolis.
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