Penúltimos Días » Salir como sea: tres mementos
Ahora que en la isla y el exilio se celebra, con diferentes tesituras, la derogación del infame “Permiso de salida” no está de más recordar algunas cosas que han hecho los cubanos con tal de escapar de Cuba. Tenemos, ya se sabe, un problema de memoria, y la euforia por el recobrado derecho al pasaporte puede hacernos descuidar el verdadero significado de la prohibición que rigió durante cinco décadas y que tantas víctimas costó. Los que se reseñan a continuación son tres intentos exitosos, casi milagrosos, de emigrar tras los cuales tenemos, sin embargo, una historia de víctimas en el intento. No olvidemos.
El polizón aéreo
El 3 de junio de 1969 Armando Socarrás Ramírez, de diecisiete años, y su compañero de estudios Jorge Pérez Blanco volaron de Cuba a España. Pero, a diferencia de los demás 143 pasajeros del vuelo 904, los dos jóvenes no viajaron dentro del DC-8 de Iberia, sino abajo, escondidos en el compartimiento del tren de aterrizaje.
Cuando los mecánicos del aeropuerto abrieron el compartimiento en Madrid, durante el servicio de rutina al avión después del vuelo, uno de los polizones, medio muerto de frío, cayó en la pista. Pérez había caído trágicamente del avión horas antes, cuando el piloto, alertado por las luces de control, había vuelto a sacar y meter el tren de aterrizaje; pero, de milagro, Socarrás seguía vivo.
Vestido sólo con camisa y pantalón, Socarrás había soportado durante nueve horas temperaturas de —40 grados Celsius, presiones atmosféricas de un cuarto de la que hay al nivel del mar y una severa falta de oxígeno, que provocó su inconsciencia durante casi todo el viaje. Cualquiera de estos factores debería haberle causado la muerte.
A 8800 metros de altitud Socarrás había sufrido condiciones que solo conocen los montañistas en los más altos picos del Himalaya. Pero cuando los alpinistas escalan esas cumbres, lo hacen poco a poco y pueden aclimatarse a la presión atmosférica decreciente. El avión en que viajó Socarrás se elevó a razón de 455 a 610 m/min.
El cubano fue llevado de inmediato al hospital y
se convirtió en noticia de primera plana. Los desconcertados científicos sólo pudieron explicarse su sobrevivencia como un notable ejemplo de hibernación humana. Al descender la temperatura corporal, también disminuye el consumo de oxígeno. Al parecer, la de Socarrás se redujo justo lo adecuado. Sin congelarse, aminoró su consumo de oxígeno y así pudo sobrevivir con sólo una conmoción aguda.
“Sabíamos que los aviones comerciales de salida rodaban hasta el final de la pista, paraban momentáneamente antes de dar media vuelta y después aceleraban estruendosamente por la pista para despegar. Llevábamos zapatos con suela de goma para ayudarnos a trepar por las ruedas y cargábamos con cuerdas para asegurarnos a nosotros mismos dentro del compartimento para las ruedas. También habíamos tapado nuestros oídos con algodón como protección contra los alaridos de los cuatro motores. Ahora estábamos tendidos sudando de miedo mientras la enorme aeronave giraba sobre sí cambiando de postura, el avión despegaba aplastando la hierba de nuestro alrededor. “¡Vamos a correr!”, le grité a Jorge.”
Corrimos sobre la pista y esprinteamos hacia las ruedas de la parte izquierda del avión momentáneamente parado. Cuando Jorge empezó a trepar por los neumáticos de 42 pulgadas de altura, vi que no había espacio suficiente para ambos en un solo compartimento. “¡Probaré en el otro lado¡”, grité. Rápidamente, trepé por las ruedas de la derecha, me agarré a una punta y, girando y retorciéndome, me empujé a mí mismo dentro del oscuro compartimento. El avión empezó a rodar inmediatamente y me agarré a alguna maquinaria para evitar caer. El estruendo de los motores casi me ensordece.
Cuando empezamos a ser transportados por el aire, las enormes ruedas dobles, todavía ardiendo por el despegue, empezaron a plegarse en el compartimento. Intenté allanarme a mí mismo contra la cabecera, mientras se acercaban más y más entonces, desesperado, las empujé con mis pies. Pero presionaron fuertemente hacia arriba, apretándome aterradoramente contra el techo del compartimento.
Justo cuando sentía que iba a ser aplastado, las ruedas se bloquearon en su sitio con las puertas de la plataforma bajo ellas cerradas, hundiéndome en la oscuridad”.
Los camionautas
Es tal vez el caso más conocido y emblemático de la férrea voluntad de los cubanos por emigrar a cualquier precio, haciendo uso del ingenio y de todos los recursos a mano. La historia que ha dado temas a numerosos reportajes y documentales, es más o menos como sigue.
En julio del 2003 dos amigos, Luis Grass y Marcial Basanta, decidieron adaptar un camión Chevrolet de 1951 (de 6 cilindros) y convertirlo en singular vehículo anfibio. Así, lo equiparon con flotadores gigantes y una hélice conectada al cardán, entre otras modificaciones. El 15 de julio de ese año Grass y Basanta se lanzaron al mar. A 14 millas de cayo Isla Morada, la Guardia Costera norteamericana los descubrió, apresó a los navegantes y hundió el vehículo. Fueron entregados a las autoridades cubanas.
Al año siguiente, en el verano del 2004, Grass (que trabajaba como mecánico y había hecho estudios de ingeniería naval) volvió a intentarlo al volante de un viejo Buick adaptado, que corrió la misma suerte en manos de los guardacostas tras el rescate de sus ocupantes. Grass, su esposa y su hijo permanecieron varios meses refugiados en la Base Naval de Guantánamo y después fueron trasladados a Costa Rica, donde vivieron hasta mediados de febrero del 2005. Decidido a llegar a Estados Unidos de cualquier manera, Grass y su familia (la esposa Isora Hernández, y el hijo de ambos, Ángel Luis, de 5 años) viajaron durante 24 días por Nicaragua, Guatemala y México hasta llegar a Matamoros, en la frontera con Texas, y solicitar asilo político.
El pionero de
la “carronaútica” cubana, sin embargo, es Rafael Díaz, que en 1994, durante la llamada “crisis de los balseros”, adaptó un Buick de 1948 para escapar con su familia de la isla. El carro anfibio tuvo problemas eléctricos y tuvieron que regresar a tierra. Pero Díaz escapó de nuevo en el 2005 con su esposa e hijos a bordo de otro camión balsa, un Mercury 1948, adaptado para la travesía marítima. Fueron capturados a escasas millas de Cayo Hueso y retenidos temporalmente en la Base de Guantánamo, pero las autoridades estadounidenses les permitieron viajar pocos días después a Miami porque tenían visas de inmigrante. El Mercury 1948 anfibio también fue hundido por la Guardia Costera.
En el 2007, ya en el exilio, Grass (que había encontrado un trabajo estable en uno de los concesionarios Maroone Chevrolet), buscó la ayuda de Basanta y Díaz para construir —a un costo aproximado de 70 mil dólares— una réplica del camión-balsa en el que habían hecho su primer viaje. El vehículo fue bautizado “Libertad” y exhibido, con gran algarabía, a lo largo de la Calle Ocho, en Miami. “Yo creo que si Cuba llega a ser libre una vez, con mucho gusto nos vamos a ir en el camión y vamos a entrar por la marina Hemingway como entran los yates”, declaró Luis Grass
a la BBC. Mientras tanto, propuso, su camión debía ocupar un lugar en un museo, “en un lugar donde se reconozcan los méritos de tanta gente que se ha ahogado en el estrecho de la Florida”.
La mujer-paquete
Sandra de los Santos es mi heroína particular en esta larga historia de voluntades por traspasar la frontera de la isla. En mayo del 2004 esta estudiante de Derecho abandonó Cuba rumbo a Nassau, en Bahamas. Tres meses después, el 24 de agosto, se envió a sí misma por correo a Miami, un viaje durante el cual permaneció unas seis horas, doblada como un ovillo, en una pequeña caja de madera, originalmente diseñada para motores de barco, que fue despachada por la empresa de envíos internacionales DHL a una dirección en Miami —para evitar sospechas ésta correspondía precisamente a un taller de barcos.
En una entrevista, De los Santos explicó que había concebido todo el plan desde la isla y ahorró durante 4 años para poder emprender un viaje que le podría haber costado la vida. Una persona, cuyo nombre no quiso mencionar, la ayudó en todo el proceso. Otra entrevista con los detalles de este asombroso caso puede ser vista aquí:
En noviembre del 2005, tras 15 meses de proceso, un juez de inmigración dictaminó que Sandra podía quedarse en EE UU, ya que corría el riesgo de persecución política si era enviada de regreso a Cuba.