Cuba fue el último país de América hispana a
obtener su independencia. Las razones fueron numerosas y aún no están todas
perfectamente elucidadas. Como lo han señalado ya cuantiosos historiadores,
salirse de la historia oficial resultaba complicado a principios de siglo. El
análisis marxista que se impuso luego de 1959, acabó por reducir la historia
oficial a una gesta ininterrumpida de cien años, que culminó en 1968 con el
afincamiento de la nueva sociedad que se pretendía construir sobre bases sanas
y posmodernas. En todo caso, algunos no dudan de tildar este proceso de trágico,
pero lo cierto es que una sociedad sana no se construye, no puede construirse
sobre mentiras.
Lo vemos en España, donde cada vez que se
pretende hurgar en la memoria del pasado, la mayor parte del tiempo, no para
hacer justicia, sino para comprenderlo mejor; se alzan los escudos del presente
y la gritería vana. Pero por lo menos aquí se avanza, con encontronazos, resquemores,
urticaria, pero se progresa. En Cuba en cambio, la doxa mantiene una férrea
tenaza sobre las conciencias, para que la gente continúe pensando bobadas y
pueda seguir manipulada al antojo de los que escriben la historia como una
película americana o un cuento de hadas.
El leyenda de unos buenos patriotas abnegados,
sacrificándolo todo por la patria resultaba indispensable, porque cuando se
bajó la estatua de Isabel II fue necesario poner otras estrellas en la
constelación de la nación nueva. Para ello, tras tantos años de agitación
sobraban héroes. No hay mejor patriota que patriota muerto.
Pr Félix Varela |
La historia es de todas las materias la más subversiva,
porque de su interpretación y enseñanza no depende la verdad de los hechos sino
toda la estructura de la conciencia nacional. Veamos lo que dice M. Iglesias
Utset en un reciente artículo “la época se caracterizó por la participación
activa de una élite de intelectuales, que colaborando con las autoridades de
ocupación o enfrentándolas, auspició el debate público y la socialización de
nociones e imágenes de pertenencia nacional”[i]
Construida pues y a sabiendas. La pregunta que se puede hacer entonces es ¿Qué
parábola se introdujo en las conciencias y con que objeto?
La ocupación norteamericana aniquiló
desde el principio el sueño independentista. Puesto que como se sabe, los
cubanos quedaron excluidos cuando se zanjó la cuestión en París. No había que
ser un perito para darse cuenta de este acto marcaba el final de la creencia,
si es que alguna vez aquellas personas la tuvieron de verdad, de una Cuba independiente.
Expongamos rápidamente las razones de las dudas que expreso sobre la sinceridad de los actores de este "drama" que se jugó a puertas cerradas en 1899. Antonio Saco, a mediados
de siglo, incómodo contra el anexionismo ambiente había claramente advertido refiriéndose a los norteamericanos “dentro de poco tiempo nos superarían en
número, y la anexión, en último resultado sería absorción de Cuba por los
Estados Unidos”[ii]
Más claro ni el agua, ¿no? A finales del siglo XIX la inteligencia cubana estaba haciendo frente a la materialización de la cruda realidad vista por Saco tres décadas antes. Todas las advertencias de los intelectuales cubanos empezando por Félix Varela[iii] se habían concretado “Los enormes gastos y lo que es más, el sacrificio de hombres que necesariamente ha de hacer la nación invasora, necesitan una recompensa, y una recompensa que la necesidad y la gratitud llevarán mucho más allá de los límites de la obligación”
Los próceres reunidos en Asamblea debían haber consultado antes los documentos que contenían las palabras del a quel hombre de certero juicio, que sostenía en 1824 “El pueblo de la Isla de Cuba, en caso de ser independiente, debe constituirse. ¿Y lo hará mientras pise el territorio un corto número de soldados a quienes se les dará el nombre de ejército extranjero? La Constitución se dirá que es hija de la fuerza, que está formada bajo el influjo extranjero”.[iv]
Todas aquellas personas en lucha sabían entonces lo que sucedería y sin embargo no dudaron en favorecer la intervención. No sin mal aprobaría la Asamblea Constituyente la Enmienda Platt: 15 delegados se opusieron y dieciséis la aprobaron. Más tarde en 1902 el Tratado de Reciprocidad Comercial consolidó la dependencia económica de Cuba por los Estados Unidos.
José Antonio Saco |
Más claro ni el agua, ¿no? A finales del siglo XIX la inteligencia cubana estaba haciendo frente a la materialización de la cruda realidad vista por Saco tres décadas antes. Todas las advertencias de los intelectuales cubanos empezando por Félix Varela[iii] se habían concretado “Los enormes gastos y lo que es más, el sacrificio de hombres que necesariamente ha de hacer la nación invasora, necesitan una recompensa, y una recompensa que la necesidad y la gratitud llevarán mucho más allá de los límites de la obligación”
Los próceres reunidos en Asamblea debían haber consultado antes los documentos que contenían las palabras del a quel hombre de certero juicio, que sostenía en 1824 “El pueblo de la Isla de Cuba, en caso de ser independiente, debe constituirse. ¿Y lo hará mientras pise el territorio un corto número de soldados a quienes se les dará el nombre de ejército extranjero? La Constitución se dirá que es hija de la fuerza, que está formada bajo el influjo extranjero”.[iv]
Todas aquellas personas en lucha sabían entonces lo que sucedería y sin embargo no dudaron en favorecer la intervención. No sin mal aprobaría la Asamblea Constituyente la Enmienda Platt: 15 delegados se opusieron y dieciséis la aprobaron. Más tarde en 1902 el Tratado de Reciprocidad Comercial consolidó la dependencia económica de Cuba por los Estados Unidos.
El general Máximo Gómez que fue el encargado por el ocupante de arriar la bandera en
1902, escribía en su diario de campaña “Nadie se explica la ocupación. Así como
todo espíritu levantado, generoso y humano se explicaba y aun deseaba, la
intervención”[v].
Hubiera continuado peleando, digo yo si tan mal le sentaba tal estado de cosas, ya que disponía de un ejército que lo adoraba y se hubiera muerto por seguirle en la contienda. Pero esto no sucedió.
Hubiera continuado peleando, digo yo si tan mal le sentaba tal estado de cosas, ya que disponía de un ejército que lo adoraba y se hubiera muerto por seguirle en la contienda. Pero esto no sucedió.
Debemos pensar que todos aquellos próceres
aplicaron la quijotesca máxima de “lo mejor es no meneallo, Sancho” para que
las cosas siguieran el cauce deseado, es decir el mejor para los negocios. Un
reciente estudio de José Antonio Piqueras muestra con toda claridad lo que en realidad sucedió “Otros como Máximo Gómez, austero pero en absoluto instalado en la "honda miseria" que le atribuía el pueblo, entraron en un cómodo retiro”[vi]
“Con los haberes percibidos, los generales y
jefes del Ejército Libertador restablecieron sus antiguas propiedades agrícolas
o las fundaron. Sin embargo el procedimiento más frecuente para vincular a los
jefes y generales pasó por el donativo de los hacendados y de las compañías
azucareras extranjeras”[vii]
En resumen, una gran parte de aquella gentuza vendió la
patria por dinero. Veamos como lo demuestra implacable Piqueras: “De los 84
generales y coroneles del Ejército Libertador de la provincia de Oriente sobre
los que se tiene noticia, en 36 casos se dedicaron a negocios agrícolas después
de 1899[viii].
Sin embargo, una solución de consenso, que de haber funcionado, hubiera evitado la invasión existía en aquel entonces.
Los decretos de noviembre de 1897, acordaban la autonomía a la isla de Cuba y a Puerto Rico. El gobierno autonómico se puso a trabajar el 1 de enero de 1897, pero desde el principio se enfrentó al rechazo de las fuerzas rebeldes que esperaban “y aun deseaban la intervención” según palabras de Máximo Gómez, el Generalísimo. Una intervención que conduciría a la ocupación, como ya se ha demostrado sobradamente en este artículo.
La concesión de la autonomía tuvo una gran influencia entre las filas rebeldes, de hecho el general Calixto García la tildaba de "ponzoña", reconociendo que “llegó a producir sus efectos malsanos hasta en los mismos campos libres de Cuba”[ix] Para contrarrestarla no encontraron nada mejor que poner de nuevo en vigor el decreto Spotorno -promulgado durante la Guerra de los Diez Años- que establecía la ejecución sumaria de aquellos emisarios españoles o cubanos que hicieran ofertas de paz.
el Presidente de los EE.UU McKinley |
El resto ya es historia.
La identidad cubana no existe, es un engaño, una ficción colectiva fabricada a principios del siglo XX. Si los insurrectos y los españoles unionistas hubiesen
apoyado al gobierno autonómico, en Cuba no habría tenido lugar nada de lo que
ocurrió después y por supuesto, el castrismo simplemente no hubiera existido
jamás.
[i] Cultura política popular, « choteo » y nacionalismo en tiempos de la primera intervención
norteamericana en Cuba. Cuba
in the world, the world in Cuba. Firenze University Press. 2009.
[ii] Ideas sobre la incorporación de Cuba en los Estados Unidos. José
Antonio Saco. Documentos para la historia de Cuba. Hortensia Pichardo. Editorial
Ciencias Sociales. La Habana. 1977
[iii] Paralelo entre la revolución que puede formarse en la Isla de Cuba por
sus mismo habitantes, y la que se formará por la invasión de tropas
extranjeras. El Habanero. Papel político científico y literario. Filadelfia,
1824.
[vi] Sus haberes de guerra ascendían a 20.000 pesos, según la listas
reproducidas por Robert P. Porter, Report on the comercial and industrial
condition. Sociedad civil y poder en Cuba José A. Piqueras, siglo XXI, 2004.
[viii] Jorge Ibarra, Cuba : 1898-1921. Partidos políticos y clases
sociales, p. 194.
[ix] Agustín Sánchez. Entre la espada y la pared. Revista Mexicana del
Caribe, vol VIII, número 016. pp 7-41
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